Café con Leonardo Reale:
La pasión es el cien por ciento del ballet

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En un ámbito competitivo como la danza, creó Danzar por la Paz, un evento a favor de la no violencia y con un mensaje de unión entre los bailarines. Hablamos con este director y coreógrafo que siempre va por más.

Por Dai García Cueto
Foto Belén Grosso

Las ganas que lo motivaban a superarse a sí mismo como bailarín y dejar todo en el escenario se convirtieron en una actitud para cualquier proyecto que encare Leonardo Reale. El entusiasmo es su secreto. “Más allá de las posibilidades físicas, que es mejor tenerlas para poder desarrollarte en una técnica tan difícil como el ballet, la pasión es un cien por ciento. Hoy en día me hace estar vivo seguir haciendo cosas con el mismo deseo”.
Una lesión en la espalda lo retiró anticipadamente de su carrea de bailarín cuando apenas tenía 33 años. Ocurrió en 2009, un año después de que su figura fuera la elegida para inmortalizar su talento en la estampilla del Correo Argentino por el centenario del Teatro Colón. “Quién te quita lo bailado”, dice; lejos de haber colgado las zapatillas, se enfocó en coreografiar y dirigir. Luego de la operación de columna, mientras se recuperaba con un cuello ortopédico, terminó de montar Bastones dorados, la primera pieza que compuso.
Su amor por la danza empezó con Los unos y los otros, la película que vio como premio por haberse portado bien en el dentista. Le llamó la atención la danza que se mostraba en escena, entonces su mamá lo inscribió en una academia. Tenía 9 años, pero las cargadas de sus primos y tíos lo hicieron abandonar. Sin embargo, como la vocación fue más fuerte, a los 13 retomó sus estudios y empezó a dar los primeros pasos de su carrera profesional.
Además de pasar por el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón, se formó con una beca en Cuba y también fue convocado por Maximiliano Guerra. A los 20 ingresó al Ballet Estable del Colón con roles como primer bailarín y solista, donde actualmente continúa como parte del staff. Al momento de sufrir la lesión, ya venía incursionando como coreógrafo con el Ballet Metropolitano de Buenos Aires.
Tiene un espíritu incansable y no le basta con una sola actividad. Por eso, se animó a crear Danzar por la Paz, un evento que reúne a las principales figuras nacionales e internacionales de la danza a favor de la cultura de la no violencia y a beneficio de Unicef. Este año se realizó la quinta edición con sede en Buenos Aires y San Juan, replicándose en el exterior en teatros de Chile y los Estados Unidos. Además, incorporó una nueva faceta al sumarse como productor en la Compañía de Danza Argentina, dirigida por Guido De Benedetti y conformada por un seleccionado de bailarines de todo el país.

 

Antes de la lesión ¿pensabas en el retiro?
No, para nada, no estuvo nunca en mi cabeza ese pensamiento. Fue un retiro forzoso, no hubo una despedida de mi carrera. No estoy mal por eso, no reniego, porque tengo una vida muy plena, nunca dejé de trabajar y me arriesgué a coreografiar y dirigir. En algún punto, el estudio dijo que el canal de la médula espinal era muy estrecho, entonces cualquier movimiento lo podía generar, estaba muy latente y podía pasar. Forcé mi cuerpo, que no estaba preparado para ser bailarín clásico, lo forcé por la pasión a un nivel extremo. Fui un bailarín muy atlético y virtuoso. He intentado volver a bailar y no pude, así que dije “Ya está”, con mi físico y mis posibilidades llegué hasta donde pude, podría haber sido más, pero se dio hasta ahí y estoy feliz.

¿Qué características debe tener un director?
Debe saber escuchar, saber planear y hacerse cargo de los intérpretes que tiene en ese momento en la compañía. Si tengo una calidad de bailarines, debo montar para ese grupo. La dirección siempre tiene que hacerse desde el lado del respeto, y hay que ser muy cuidadoso, porque el bailarín es una persona muy sensible, hay que saberlo guiar y explotar en su oficio, para que sea el mejor intérprete y artista que pueda ser.

“Los bailarines debemos estar unidos y demostrar que no tiene que existir la rivalidad”.

¿Y un coreógrafo?
Coreografiar es un todo, allí vuelco mi trabajo de director y bailarín. Lo que vas a poner en una coreografía tiene que ver con un momento, es el recorrido de tu carrera. Tuve muchas influencias para llegar a ser coreógrafo, no todos pueden serlo. Hay que ser una persona con una visión muy clara de lo que se quiere plantear en la escena, desde cómo iluminar hasta qué transmitir con la obra. Para mí coreografiar es congelar los momentos que estás transcurriendo.

¿Por qué la danza como lenguaje universal en Danzar por la Paz?
La danza, en relación con las otras artes, al no tener lenguaje verbal puede llegar más rápido a la retina del espectador, independientemente del idioma. Un cuerpo con un movimiento puede dar cierto mensaje sin hablar. Entonces es un lenguaje que puede transmitir el mensaje de la paz y la unión. Los bailarines debemos estar unidos y demostrar que no tiene que existir la rivalidad. Es tan chico el espacio que posee la danza en el mundo (porque aunque parezca grande no es masivo) que si nos unimos, podemos abrir puertas, haciéndonos bien los unos a los otros. En la danza, como en la vida, no te vas con nada material, sino con lo vivido.

¿Un lugar donde debería realizarse el evento?
Mi sueño es que se haga en las islas Malvinas. Por suerte, va a llegar un momento en que este evento se me escapará de las manos y no sé hasta dónde podrá llegar.

 

CAFÉ ENTRE JUGUETES

“Arranco el día con un café, pero lo tomo simple, sin vueltas. Disfruto de cualquiera que se me sirva”, dice mientras bebe sorbos de una taza preparada por él. Entre tanta carga laboral, reserva sus ratos libres para pasarlos con sus hijos, Brunela, de seis años, e Ignacio, de uno y medio.
El 1° de diciembre se realizará una nueva gala de Danzar por la Paz, en el Teatro del Bicentenario de San Juan.