Aprendizajes en una semana

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Enrique Orchanski

Médico pediatra y neonatólogo, docente universitario, padre de dos hijas; autor de libros sobre familia, infancia y adolescencia.

 

Es notable lo que se puede aprender en una semana. Apenas tengo siete días de vida y estoy sorprendido.

Ya en sala de partos escuché discutir sobre preferencias políticas. Eran adultos que no dialogaban, sino que solo esperaban su turno para convencer a otros; al final, todos parecían molestos. Temprano descubría cómo pueden relacionarse algunas personas: sin paciencia ni acuerdos.

Con dos días de nacido, y ya en casa, mi asombro siguió. En medio de una multitud que quería saludarme (“parientes”, les dicen), había una tía que mostraba orgullosa su pañuelo verde atado al cuello. Al verla, otra señora (¿madrina?) se levantó de su asiento agitando su propio pañuelo, pero celeste. Las dos comenzaron a gritar, atrincheradas en posturas que nadie explicaba.

Las ofensas y las caras desencajadas fueron aumentando, hasta que mamá pidió calma. “Hay un bebé”, dijo lagrimeando. Yo aproveché para comenzar a gritar con todas mis fuerzas; rápidamente descubría más desacuerdos.

Pasó el tiempo y al cumplir cuatro días mi viejo me vistió con una camiseta de Belgrano, su equipo preferido. Justo esa tarde nos visitaban amigos, fanáticos de Talleres. Apenas me vieron de celeste, enfurecieron; el ambiente se tensó, enmudecieron los diálogos y al ratito se marcharon sin despedirse. ¿El deporte también divide a la gente?

Yo recién comenzaba a teñirme de color amarillo y ya estaba al tanto de varias maneras de enemistarse con otros.

Al quinto día lloré cuando, a pedido del médico, me sacaron sangre; debimos volver al hospital porque los valores de bilirrubina eran altos y necesitaba tratamiento. Toda la familia entró en conmoción y el WhatsApp grupal no dejaba de sonar.

“Temprano descubría cómo pueden relacionarse algunas personas: sin paciencia ni acuerdos”.

Mis abuelos –los cuatro– llegaron en tropel, todos preocupados. Nos abrazaron con cariño, pero desde el inicio comprendimos que evitaban hablar entre ellos. Escuché comentar que habían discutido sobre un tema extraño: la “despenalización del consumo de drogas” (o algo parecido), y eso los había enfrentado. Los papás de mamá opinan a favor; los otros están escandalizados. Sin comprender el asunto, adiviné que hasta los abuelos pueden enojarse entre ellos.

El lugar donde me internaron era luminoso. Encontré varios recién nacidos como yo, con diferentes problemas. Enseguida pude comunicarme con mi vecino de cuna y nos contamos nuestras breves vidas. Aclaró que también había nacido de parto natural y, frunciendo el ceño, murmuró que prefería “no juntarse con aquellos nacidos por cesárea”. Me pareció un planteo muy atinado, considerando lo que había aprendido hasta entonces.

Durante los pocos días de internación consolidamos una alianza entre iguales, marcando diferencias con los que piensan distinto. Porque los NPN (nacidos de parto natural) valoramos lo que significa el trabajo (de parto), a diferencia de los NPC (nacidos por cesárea), que desconocen el esfuerzo.

Las discrepancias están planteadas y son irreconciliables. Es más, hemos decidido no alimentarnos hasta que nos trasladen a otra sala.

Antes del alta negociamos con una agrupación separatista a fin de captar su apoyo: son los NCF (nacidos con fórceps), que, aunque minoritarios, aportan votos.

Es notable lo que se puede aprender en una semana.