De puño y letra

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Enrique Orchanski

Médico pediatra y neonatólogo, docente universitario, padre de dos hijas; autor de libros sobre familia, infancia y adolescencia.

 

Las redes sociales estallaron en 2014 cuando se difundió que Finlandia, país con un sistema educativo ejemplar, “eliminaría la escritura a mano de sus enseñanzas escolares (…) y los alumnos dejarían de usar el lápiz y papel para usar, en su lugar, teclados”.

El revuelo fue mundial: por primera vez se desafiaba un aprendizaje indispensable de crianza (educación inicial).

El propio Instituto Nacional de Educación finés se encargó de aclarar el malentendido. En realidad, se proponía que, de los dos sistemas de caligrafía que se enseñan en su país (cursiva y de imprenta), la primera fuera asignatura optativa.

Si bien los ánimos se aquietaron, surgieron voces posicionadas respecto de la escritura a mano: unos, defendiendo pluma y papel como instrumentos indispensables de aprendizaje; otros, proponiendo su desaparición para priorizar el soporte tecnológico.

La editora norteamericana Anne Trubek agitó las aguas publicando La historia y el incierto futuro de la escritura a mano, donde afirmaba que “la escritura a mano es un parpadeo en la larga historia de las tecnologías de la escritura, (…) y es hora de tirar a la basura esta manera artificial de plasmar las letras”.

Muchos especialistas se sumaron a esta postura, entusiasmados por la eficiencia conseguida en computadoras.

Lo cierto es que actualmente pocas personas escriben solo a mano; predominan los mensajes telefónicos y demás artefactos tecnológicos sobre las notas a birome.

En este escenario viven los chicos, obligados cada día a completar cuadernos con letra cursiva, respetando tildes, mayúsculas, sintaxis y ortografía. Todo a mano.

El aprendizaje de la escritura forma parte de la exploración y los juegos infantiles. Y jugar y aprender para ellos es lo mismo.

El juego que conduce a la escritura es dibujar. Primero rayas, luego manchas y por fin figuras antropomorfas. De ahí, a dibujar símbolos o “cuasiletras” hay un breve paso.

Escribir le exige al niño concentración, sentarse cómodo, tomar el lápiz, pensar y lanzar los primeros trazos. Su cuerpo revela el esfuerzo, diferente a apoyar un dedo sobre teclados o pantallas. Es que las teclas se resuelven con automatismos; y para la escritura es necesario asociar ideas, recordar, imaginar y actuar; es decir, pensar.

Se presume que si los chicos dedicaran en el futuro idéntico empeño al que destinan en la escritura inicial conformarían una generación de potenciales genios.

Sin embargo, no se anuncian genios, sino oleadas de chicos hábiles en googlear, que no comprenden ni suman conocimiento. También se advierte inmadurez motriz, manifestada por torpeza con el lápiz, caligrafía indescifrable y el caótico uso del espacio en blanco.

Es imposible dudar que la escritura manual desarrolla capacidades cognitivas superiores: comprensión lectora a partir de crear artesanalmente letras, concentración adecuada y apropiación de conocimientos, en contraste con la inevitable fugacidad tecnológica.

Es difícil anticipar cómo será la escritura en el futuro, pero si se extingue el manuscrito, se extrañarán sus garabatos, las letras en espejo, los errores de ortografía, las tachaduras y el Liquid Paper.

Y con ello la imaginación que define su humanidad.

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