Inventario II

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Fernando Medeot

Familiero. Licenciado en Comunicación, publicitario, docente, agnóstico, soñador. Fanático de Serrat, Federer, Benedetti y el buen cine.

 

Tengo debilidad por los regalos de la naturaleza. El aire que te acaricia, el agua que te despierta, el fuego que te obnubila y la tierra que te paspa. Nací en un pueblo que era el pupo del país; asomé mi cabeza entre espigas de trigo y mazorcas de maíz tan grandes como las ubres de las vacas que pastaban al lado.

Me gusta que el clima haga combinaciones de temperaturas. Helado, frío, tibio, caliente que quema, como cuando jugábamos a adivinar cuál era la chica que te gustaba. Pero este clima está desorientando mi termostato. Antes, el frío empezaba a finales de marzo. En abril ya teníamos que sacar los pulóveres y en mayo las heladas nos provocaban cinematográficas patinadas yendo al cole. Hoy estamos con remeritas en junio. ¿Dónde nos perdimos?

No me gustan las barreras, los silbatos ni las cunas con barrotes. A los bebés hay que dejarlos que vivan, que gateen, que sean libres. Demasiados límites van a tener cuando crezcan. Ni hablar de los corralitos al dinero. En 2001 se llevaron los ahorros de todos y, a raíz de eso, en 2002 murieron 20.000 personas por ataques cardíacos. El crimen perfecto de los asesinos invisibles.

Sigo acumulando nombres que me encantan. Esos que encierran misterios y desbordan a quienes sueñan felicidades. Cada uno es portador de una historia. Eva María Luna, Bocha Bessopianetto, Oberdan Rocamora, Darth Vader, Jessica Rabbit, Stella Maris, Aldo Pedro Poy. Podría escribir los versos más lindos esta noche, don Neruda. Creo en la complejidad de las cosas simples y en la imposibilidad de los imposibles, pero no creo en la maldad de los hombres buenos.

Me gusta reír. Con las películas del Gordo y el Flaco me arqueaba en la butaca. También con Peter Sellers como el Inspector Clouseau y con Louis de Funès. Disfruto la buena música, sin estridencias. En el boliche, cuando venían los lentos, quería que el DJ largara una trilogía encadenada con Fausto Papetti, los Carpenters y el Gato Barbieri tocando el saxo.

Me vuelve loco el gol del Cholo con el que ascendimos a Primera, invictos. ¡Vamos la “T”! Lo veo 300 veces al año. Pero sin la voz de los relatores porteños (¡qué saben esos de pasión descontrolada!), y mezclo miti miti el relato del Bocha Houriet con el de Matías Barzola. Si esa tarde no me dio un infarto, creo que voy a morir de otra cosa. Faltaba un segundo cuando el gran capitán la clavó al ángulo.

Creo en la sabiduría de la luz, que ilumina a las hilanderas de la luna. Me encanta dibujar patitos sobre servilletas de bares. Me gustan los libros, tocarlos, sentirlos, acariciar las carátulas, humedecer el dedo cuando alguna página se pone arisca, oler el sabroso vaho del sándalo cuando liberás las palabras de su cárcel de papel. Y después, imaginar los rostros, percibir las fragancias, correr por calles o praderas desconocidas, y descubrir los monstruos que la imaginación fabrica a medida que pasás cada hoja. ¡Guau! Es hermoso, como la fotografía de un atardecer.

“Creo en la complejidad de las cosas simples y en la imposibilidad de los imposibles”.

Creo en el poder de la imaginación para trascender a la muerte. Por eso, retengo la imagen de una pareja de viejitos que una vez me invitaron a recorrer su casa. Al llegar al dormitorio comprobé que el colchón tenía un marcado hundimiento en la zona del medio. “Es porque, desde que nos casamos, nos gusta dormir abrazaditos”, me dijo ella. Capturé al vuelo toda esa ternura, le hice un doblez y me la guardé en el corazón para siempre.

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