Juego argentino

0
43

Enrique Macaya Márquez

Comentarista, periodista, maestro. Cuenta con el extraño récord de haber cubierto todos los mundiales de fútbol desde Suecia 1958.

 

Ya alguna vez hablamos del fútbol como el deporte cultural de los argentinos. Más allá de su popularidad mundial, para nosotros pareciera que es otro juego, otro deporte, otra realidad que convive con una especial manera de entenderlo desde un rincón emocional.

El argentino lo ha tomado como un elemento reivindicatorio, como un camino que apunta a lo pasional, como un medio que se escapa de la entretenida práctica para instalarse en el todo o nada, ganar o perder, gozar y sufrir. El fenómeno se va conformando en la medida que se van desarrollando expectativas que se instalan en lo deportivo, como punto de partida. Y de inmediato, o simultáneamente, el juego deja de ser un juego, y el deporte deja de ser un deporte. Es ganar o perder como vivir o morir.

Así lo viven muchos argentinos. Son aquellos que en grandes acontecimientos de carácter mundial ponen adelante su condición de ciudadanos especialistas en fútbol.

Así es que el jugador puede transformarse en héroe o villano. Pasa a ser un representante del espectador, del hincha, que desea y le dice qué tiene que hacer. Que lo eleva o lo hunde según su capacidad para ganar. En definitiva, el protagonista se ubica en la multiplicada platea y el jugador sale a la cancha a cumplir con el papel de representante circunstancial de aquel apasionado observador.

Un resultado favorable en la competencia puede alimentar equivocadamente un optimismo exagerado. Como un enfermizo estímulo a sentirse superiores más allá del acontecimiento. Por la otra parte, un saldo negativo puede provocar apresuramientos en el juicio final.

El interrogante es realmente severo. Cómo responder ante las dos circunstancias sin la objetividad que se ha perdido y solamente premia o castiga por el último episodio de una novela que plantea, desarrolla y finaliza en los tiempos de una organización compleja.

Por lo tanto, para acercarse al camino cuyo tránsito nos llevará a la verdad, hay que escaparle al drama y abrirle la puerta al sentido común. No es hoy y ahora. Puede que sea mañana, partiendo del hoy y ahora viajando guiados por el conocimiento, por la capacidad, por la organización que determine los tiempos. Está claro, es una obviedad, que siempre se puede mejorar. Que ser hoy el mejor no significa que todo se haya hecho bien. Y que no serlo tampoco significa que todo se ha hecho mal. Son parámetros indicativos que deben ser estudiados convenientemente para obrar en consecuencia.

“El juego deja de ser un juego, y el deporte deja de ser un deporte. Es ganar o perder como vivir o morir”.  

 

Los éxitos internacionales logrados por Alemania, España, Brasil marcan diferencias operativas que los distinguen. Alemania, recorriendo con paciencia y organización una escala de valores que responden a los objetivos planeados. Es posible que España, con el Barcelona a la cabeza, haya tomado para sus selecciones un estilo parecido al equipo catalán. Brasil, con cambios explosivos, apelando a las calidades individuales, que crecen por aquello de lo popular y cultural.

Queda en claro que los tiempos de trabajo son diferentes, pero las organizaciones parecidas.

Hoy, una victoria, una buena figuración en la disputa de una copa de elite no debe impedir que se mire el fenómeno con atención para poder discernir sobre lo actuado y lo que queda por actuar.

Una derrota, en términos de figuración, puede servir para cambiar cosas que deben ser cambiadas sabiendo que hay otras que deben ser mantenidas.

En definitiva, ganar o perder son consecuencias deseadas o no, pero que en general responden a una realidad cuyas raíces habrá que encontrarlas para saber definitivamente qué camino hay que tomar.

[email protected]