Maestros que ayudan a ser

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Guillermo Jaim Etcheverry

Médico, científico y académico; rector de la Universidad de Buenos Aires entre 2002 y 2006.

En Twitter: @jaim_etcheverry

 

Al referirme a cuestiones relacionadas con la educación, recurro para definirla a una frase formulada hace ya muchos años. Es de Hesíodo, un poeta griego contemporáneo de Homero, quien 28 siglos atrás, aproximadamente, dijo: “Educar a una persona es ayudarla a aprender a ser lo que es capaz de ser”.

Tras su apariencia sencilla y algo hermética, esa frase contiene, sin embargo, los elementos que hoy, al cabo de transcurrido tanto tiempo, nos orientan en el intento de recuperar nuestra educación en crisis. La centra en la persona, concebida como destinataria de una ayuda por parte de los otros, en este caso de padres y maestros, que actúan como guía y apoyo.

¿Y a qué está dirigida esa ayuda que los demás brindan a niños y jóvenes? Sin duda, a que logren aprender, tarea que, según el diccionario, implica “adquirir el conocimiento de algo por medio del estudio o de la experiencia, tomar algo en la memoria”. En otras palabras, la persona, al mismo tiempo objeto y sujeto de la educación, es ayudada a conocer, otra vez según el diccionario, a “averiguar por el ejercicio de las facultades intelectuales la naturaleza, cualidades y relaciones de las cosas; entender, advertir, saber”.

Es decir que, durante el proceso de enseñar y aprender, por medio del estudio o de la experiencia, en un contexto estrechamente vinculado con aspectos emocionales, se ponen en juego facultades intelectuales. Como lo señala la definición, lo aprendido tiene que ver no solo con lo que las cosas son, sino también con las relaciones que se establecen entre ellas. Ambos elementos resultan imprescindibles para saber, para comprender, en suma, para construir una visión personal del mundo. Inclusive la memoria, hoy tan desprestigiada, ocupa un lugar importante en el aprendizaje, porque lo que se consigue saber y las relaciones que se establecen entre las cosas deben poder ser recordadas para aplicar ese conocimiento a otras situaciones y, sobre todo, para identificar nuevas relaciones entre lo que parece no tener nada en común. La inteligencia reside, en gran medida, en descubrir vínculos que antes nadie advirtió. Claro que eso se logra operando con saberes concretos y desplegando el necesario entrenamiento intelectual para relacionarlos.

Hesíodo va más allá cuando orienta el aprendizaje hacia el ser de cada persona, hacia lo que cada uno es “capaz de ser”. Cuando en la descreída sociedad actual, padres e hijos se interrogan acerca de la utilidad de la educación, bastaría con recurrir a esas palabras para que comprendieran el sentido profundo que tiene para la persona el estar dispuesta a dejarse ayudar a aprender –en actitud de alumno–, porque eso determinará la posibilidad de ser todo lo que cada uno es capaz de ser, de desplegar, en suma, sus potencialidades como ser humano. Guiar a los recién llegados mostrándoles lo que han hecho, pensado y sentido sus semejantes, y facilitar sus experiencias es de indispensable ayuda en la exploración que les permitirá tomar conciencia de lo que pueden llegar a ser.

“La inteligencia reside, en gran medida, en descubrir vínculos que antes nadie advirtió”.

De allí que en estos días, cuando honremos a los maestros, deberíamos tener presente la trascendencia de su tarea en la humanización de las nuevas generaciones.