Palabras raras

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Guillermo Jaim Etcheverry

Médico, científico y académico; rector de la Universidad de Buenos Aires entre 2002 y 2006.

En Twitter: @jaim_etcheverry

 

El profesor Alberto Royo –docente español que ha escrito un par de importantes libros sobre educación, Contra la nueva educación y La sociedad gaseosa– cuenta que, hace poco, al llegar al aula en la que enseña música, fue sorprendido por un motín de sus alumnos. Quien asumió el liderazgo de la algarada le explicó que esta se debía al hecho de que explicaba utilizando palabras “raras”. Royo respondió que no tenía intención de dejar de usar un vocabulario rico y que les ofrecía dos alternativas: que le preguntaran las palabras que no entendieran o bien buscarlas en un curioso objeto llamado “diccionario” que, les dijo, se puede consultar en línea.

Royo señaló en esa oportunidad que todos los profesores deben ser profesores de lengua, razón por la que tienen la obligación de expresarse de manera correcta. Se trata de una preocupación central, ya que en la sociedad actual resulta alarmante la degradación a la que sometemos al lenguaje que utilizamos. Nos hemos ido acostumbrando insensiblemente a un modo de expresión que lo que hace es desnudar las limitaciones de nuestro pensamiento. La pobreza y la grosería de nuestros interiores quedan expuestas cuando lo exhibimos, es decir, cuando nos expresamos. Dice el gran pensador George Steiner: “Hoy hablamos más que nunca y, sin embargo, decimos mucho menos. La gente usa cada vez menos palabras y de manera más frívola. Ya no escribimos cartas, ya no leemos cuentos a nuestros hijos”.

Como ya señalé en estas páginas, esta tragedia cultural se desarrolla ante la indiferencia generalizada. Es más, la toleramos con un dejo de simpatía, cuando no de manifiesta complicidad, intentando parecer así más modernos, más jóvenes. Esta corrupción del lenguaje que va minando las posibilidades de comunicación profunda entre nosotros se observa también en la educación, donde resulta de una actitud que signa todo el proceso educativo: el rechazo a la responsabilidad de transmitir una herencia cultural en la que la lengua ocupa una posición central.

“La lengua es, en esencia, creadora de sentidos y generadora de lazos, fuente de comunidad”.

Porque como dice el poeta y político checo Vaclav Havel: “¿Quién plaga el lenguaje y la conversación con clichés, con una sintaxis mal estructurada y con expresiones putrefactas que fluyen negligentemente de boca en boca y de pluma en pluma? ¿No son estos severos ataques al lenguaje también asaltos contra la raíz de nuestra identidad? ¿Y nosotros que los usamos, bastante gustosos, no somos también responsables de ellos?”. Aunque pretendemos colocar a la palabra en el centro del aprendizaje, exigidos por la modernidad criticamos al docente que expone. Se afirma: ¿cómo se puede aprender escuchando? Lo que se busca es que no haya silencio, que se puedan expresar todos, aun quienes carecen de los recursos como para hacerlo.

Solo se logra escapar al primitivismo y a la tentación a la violencia mediante un conocimiento profundo de la lengua, cuya riqueza es inagotable y que es, en esencia, creadora de sentidos y generadora de lazos, fuente de comunidad y de urbanidad. Clave para comprender el mundo, herramienta básica de expresión, dadora de identidad y de sentido, la lengua es la huella visible del espíritu. La escuela debería ser uno de los principales custodios del patrimonio común que es la lengua.

 

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