Regalos de Navidad

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Enrique Orchanski
Médico pediatra y neonatólogo, docente universitario, padre de dos hijas; autor de libros sobre familia, infancia y adolescencia.

La proximidad de las fiestas renueva las ilusiones de cambio, aun cuando apenas se trate de fechas en el calendario. La celebración de la Navidad remite a imágenes de una historia sencilla: un pesebre, el nacimiento de un Salvador y tres Reyes Magos, portadores de incienso, mirra y oro, homenajes de valor real y simbólico destinados a destacar a ese niño único.
En tiempos actuales, cada progenitor piensa también en su hijo como único, que merece ser homenajeado. Estos reyes/padres quieren resaltar su presencia, ofrendas, obsequios.
Dos milenios después de aquel nacimiento, las familias festejan con regalos; y no solo para los niños: para padres, abuelos, primos, amigos… para todos. Algo alejada de la pasión confesional, se enciende en los adultos otra pasión, más consumista.
Mucho antes de la Nochebuena, multitudes de fabricantes, distribuidores y clientes se movilizan frenéticamente para vender y comprar. A pesar de lo reiterado, cada año asombra el movimiento de ansiosos buscadores/compradores, lista en mano (tal vez este año los costos aligeren la carga).
Los chicos esperan esta fecha con programada expectativa. Los que saben escribir ya enviaron su carta; los que no, repiten hasta el cansancio lo que desean.
En la vorágine de preparativos, búsquedas, entregas y apertura de regalos, se entreteje una red de festejo que ofrece una segunda mirada.
¿Cuál es el valor de los regalos para los niños?
Los de Navidad y los otros: de cumpleaños, del Día del Niño, del egreso y muchas otras fechas/excusas, a las que se suman eso que vieron en la tele o que su amigo ya tiene.
Además, la ausencia prolongada de los padres instauró un ritual que se resume en la frase “¿Qué me trajiste?”. Un peaje que abonan al regresar a casa, a modo de disculpa por no haber estado con ellos.
Convengamos que a todos les produce placer llevarles “algo”; imaginar su cara cuando lo reciben, aunque desde el amor paterno incondicional incorporan una rutina más sin reparar en las consecuencias.

“¿Cuál es el valor de los regalos para los niños?”.

La acumulación de obsequios los (nos) ha acostumbrado a minimizar el significado de un regalo. Habituados a recibirlo, muchos hijos lo reclaman como una obligación; y la rutina atenúa la espontaneidad del gesto y, de algún modo, la alegría del receptor.
No pocos padres lo sienten como un mero trámite, sin sorpresas ni homenajes.
En poco tiempo, los objetos se acumulan en estantes o cajones, pasando rápidamente al olvido. Pequeños regalos sin historia, significado ni emoción.
Tal vez podríamos acordar que los adultos actuamos igual, acomodándonos –según cada capacidad económica– al consumismo que propone esta “sociedad líquida” (como la llama ZygmuntBauman).
Probablemente coincidamos en que el disfrute no necesariamente reside en tener cosas, sino en el desearlas y adquirirlas.
Aún hay tiempo de modificar gestos familiares, a fin de devolver valor al encuentro de regalar. Seguramente no podremos con la turbulencia del consumo ni su consecuencia, la banalización del objeto consumido. Pero sí cambiar la escena al humanizar el vínculo.
El regalo es una maravillosa oportunidad de encuentro con los hijos: abrir juntos los paquetes y concluir que, en realidad, lo importante era que el otro estuviera allí, justo enfrente, y en ese momento.