Convalecencias

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Enrique Orschanski
Médico pediatra y neonatólogo, docente universitario, padre de dos hijas; autor de libros sobre familia, infancia y adolescencia.

Con el avance del otoño aumentan las enfermedades infecciosas en niños; en particular durante los primeros cuatro años, período en el que afianzan su sistema inmune.
Cada episodio produce molestias y sufrimiento: dolores, abatimiento, dificultades para dormir, comer e incluso para asistir a guarderías y colegios.
No obstante, cada “batalla” activa sus defensas y otorga eficacia frente a futuras infecciones. Entonces los padres revalorizan el bienestar cuando se recupera.
El apuro y la impaciencia dominantes en el mundo actual parecen haber cambiado la comprensión de que las infecciones (banales y transitorias) constituyen parte de la vida infantil normal.
Muchos adultos demandan –primero– que los chicos nunca se enfermen (ideal imposible). Luego, que la enfermedad sea breve y que pronto retornen al tráfago cotidiano; y que nada les impida dormir, pasear o chatear.
En este contexto, las pausas y los descansos reparadores han caído en descrédito, al considerarlos molestas interferencias en la agenda recargada.
Importa entonces redefinir la palabra “curación” a fin de reconstruir otra, que es “salud”.
Un niño no se cura cuando desaparecen los síntomas, sino cuando recupera totalmente sus capacidades previas a la enfermedad. Reducir la fiebre, aliviar la tos o los mocos son apenas la remisión de lo evidente.
La segunda etapa se denomina “convalecencia”, tal vez la menos reconocida y respetada.
Porque la convalecencia es tranquila y aburrida, constituida por algunos días en que el cuerpo completa –silenciosa y eficazmente– la verdadera curación.
Cada niño transita la convalecencia con éxito o fracaso, dependiendo del estado de salud previo más el abrigo que disponga, la alimentación que reciba y la prudencia adulta.
Los medicamentos ayudan (¿cómo dudarlo?) al reducir el sufrimiento, acortar la duración de los síntomas y evitar secuelas, pero la recuperación total se consigue cuando se dispone del tiempo suficiente para convalecer.

“Importa entonces redefinir la palabra ‘curación’ a fin de reconstruir otra, que es ‘salud’”.

Muchos chicos son aliviados farmacológicamente y retornados a lugares donde, sin resistencia adecuada, se contagian de otra patología. Y todo vuelve a empezar.
Entonces surgen las opiniones: los padres claman que “vive enfermo”; los abuelos, que “tiene defensas bajas”; las tías, que “anda desabrigado”.
En tanto los médicos piden pausas para restablecer el equilibrio.
El 50 por ciento de las infecciones en escolares se evitarían si se cumpliera la convalecencia. También se reducirían las complicaciones y las temidas internaciones para tratamientos intensivos.
Particularmente susceptibles son los menores de un año, que tienen mayor probabilidad de infecciones diseminadas y recuperación más lenta.
El sentido común indica evitar hacinamiento y contacto con personas enfermas. También asegurarles adecuada nutrición y optimizar el aporte de líquidos que humecta las mucosas nasal y oral, impidiendo la adherencia de microorganismos.
Anticipación y respeto por la convalecencia son dos criterios para atravesar la etapa del año cuando el frío amenaza.
Con ello se alcanzaría el sueño de algunos médicos: menor sufrimiento en chicos y padres, menor uso de medicamentos, menos ausencia escolar y terapias intensivas vacías.