El enloquecido por la revolución

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Felipe Pigna
Historiador, profesor de Historia, escritor; director de la revista Caras y Caretas y de elhistoriador.com.ar.

Según la versión canónica, fray Luis Beltrán nació en Mendoza –aunque en su testamento declara ser oriundo de San Juan– un 7 de septiembre de 1784. Su verdadero apellido era Bertrand, pero fue anotado por error como “Beltrán”. Ingresó en el Convento de San Francisco en Mendoza, donde estudió las ciencias teóricas y ejercitó las prácticas como la física y la mecánica. Decidió seguir su vocación religiosa y fue trasladado a Santiago de Chile, donde en 1812 fue designado capellán de las tropas independentistas comandadas por Carrera. Tras la derrota de Rancagua el 2 de octubre de 1814, marchó hacia Mendoza. En la capital mendocina, el gobernador San Martín decidió incorporar a sus filas a aquel hombre de quien tenía las mejores referencias. Fray Luis montó un taller en el que trabajaban por turnos unos 700 artesanos y operarios a los que formaba a los gritos en medio del ruido ensordecedor de los golpes del martillo sobre el hierro, hasta quedar ronco para toda la vida. Allí, donde no había nada más ni nada menos que la solidaridad y la entrega a la causa revolucionaria del pueblo cuyano, se fabricaba de todo, desde monturas y zapatos hasta balas de cañón, granadas, fusiles, vehículos de transporte, puentes colgantes y grúas. Ya no quedaban campanas en las iglesias ni ollas en muchas casas, todo era fundido en los talleres de aquel “Vulcano con sotana”. San Martín quiso premiar tanto empeño y lo ascendió a teniente primero con el grado de capitán.
Pero fray Luis no solo fabricaba las armas, las usaba con un coraje temerario que fue reconocido por el Gobierno de las Provincias Unidas con una medalla por su actuación en la memorable batalla de Chacabuco.
Proclamada la independencia de Chile, Beltrán comenzó a preparar los pertrechos para la campaña del Perú. Participó activamente en la provisión y el mantenimiento del parque de artillería y fue designado por San Martín como director de la maestranza del Ejército Libertador. Se dio el gusto de entrar en Lima junto al Libertador, aquella histórica capital desde donde salían las órdenes para aniquilar poblaciones enteras.

“Fray Luis no solo fabricaba las armas, las usaba con un coraje temerario”.

Tras el retiro de San Martín, Beltrán siguió peleando a los órdenes de Bolívar, quien puso a prueba su eficiencia ordenándole la puesta a punto y el embalaje de unos mil fusiles y armas de puño en un plazo máximo de tres días. Beltrán y su gente pusieron todo el empeño. Al octavo día todavía faltaba embalar algunas piezas cuando llegó Bolívar, lo reprendió duramente y lo amenazó con fusilarlo. Fray Luis entró en una profunda depresión e intentó suicidarse. Pudo ser salvado a tiempo, pero los médicos que lo atendieron lo encontraron en un estado de total alteración mental. Volvió a cruzar la cordillera y llegó a Buenos Aires para incorporarse a las tropas navales que se aprestaban a combatir contra el Brasil, pero debió abandonar la campaña y regresar a Buenos Aires por razones de salud. Sentía que ahora sí venía la muerte y quiso volver a ser solo un sacerdote. Renunció a las armas y se encerró a hacer penitencia severa por varios días. Luis Beltrán murió fraile y sin un peso a los 43 años, el 8 de diciembre de 1827.
Su confesor comentó que se había reconciliado con el Ser Supremo. Nunca conoceremos los detalles de aquella pelea desigual ni de esta reconciliación.