Güemes y la guerra gaucha

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Felipe Pigna
Historiador, profesor de Historia, escritor;
director de la revista Caras y caretas y de
elhistoriador.com.ar

El hombre que durante años sería la pesadilla de los ejércitos españoles con sus tácticas guerrilleras nació en Salta el 8 de febrero de 1785. A los 14 años ingresó en la carrera militar incorporándose al “Fijo de Infantería” que estaba acantonado en Salta. Participó en la defensa de Buenos Aires durante las invasiones inglesas y, al producirse la Revolución de Mayo, se incorporó al ejército patriota destinado al Alto Perú y formó parte de las tropas victoriosas en Suipacha.
Desde 1814 Güemes se había puesto al frente de una partida cada vez más nutrida de gauchos que les hacían literalmente la vida imposible a los invasores.
El general San Martín, designado en reemplazo de Belgrano en el Ejército del Norte, recorrió la zona de combate a comienzos de aquel año y pudo comprobar las atrocidades cometidas por los españoles contra nuestra gente. Indignado por lo que vio y orgulloso de la acción de los hombres de Güemes, el “Jefe” aprobó lo actuado y le ratificó los beneficios de su táctica guerrillera.
El 3 de agosto de 1814 las tropas al mando de Güemes obligaron al jefe realista Joaquín de la Pezuela a evacuar Salta y ponerse en retirada hacia el Alto Perú. En su desesperación, los invasores fueron abandonando su parque, que fue capturado por los gauchos conocidos como “los infernales”, no solo por el color rojo de sus ponchos. Al año siguiente lograron madrugar al ejército enemigo y derrotarlo en el Puesto del Marqués el 14 de abril de 1815. El saldo fue un tanto desparejo: los invasores sufrieron 120 muertos y 122 prisioneros; los nuestros, dos heridos.

“El ejército infernal se ponía en marcha. No había leva forzosa, todos eran voluntarios”.

El 6 de mayo de aquel año 15, el Cabildo local lo designó gobernador de la provincia.
El ejército infernal se ponía en marcha. No había leva forzosa, todos eran voluntarios. Desde los “changuitos” que apenas podían montar hasta los viejos baquianos; desde las mujeres que formaban una eficiente red de espionaje hasta los curas gauchos que usaban los campanarios como torretas de vigías y sus campanas como alarma ante la presencia del enemigo. Todo un pueblo en armas. Machetes, lanzas, azadas, boleadoras y unos pocos fusiles y carabinas eran las armas de aquel pueblo que aprendía junto a su jefe que estaba solo para enfrentar al ejército que acababa de vencer a Napoleón.
Los pedidos de ayuda de Güemes eran permanentes. No se resignaba a aceptar que a Buenos Aires no le importaba perder las provincias del norte.
La vanguardia española conducida por José María Valdés, apodado “el Barbarucho”, un traidor que estaba a las órdenes del ejército español, avanzó hasta ocupar Salta el 7 de junio de 1821.
Güemes se refugió en casa de su hermana Magdalena Güemes de Tejada, más conocida como “Macacha”. Mientras escribía una carta, escuchó disparos y decidió salir por la puerta trasera. Logró montar su caballo y emprenderla al galope, pero recibió un balazo en la espalda. Llegó gravemente herido a su campamento de Chamical con la intención de preparar la novena defensa de Salta.
Finalmente, fue trasladado a la Cañada de la Horqueta, donde pasó sus últimos diez días de vida. El 17 de junio de 1821 moría Martín Miguel de Güemes, el hombre que había rechazado con sus infernales nueve invasiones españolas.