La fuerza de la memoria

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Cuando iba al colegio me sabía de memoria los países de América y Europa, sus capitales y hasta la cantidad de habitantes. También conocía los títulos, actores y directores de la mayoría de las películas existentes, sin haberlas visto. Además, sabía un montón de cosas inútiles, como el coseno de alfa o el largo del río Mississippi.

A medida que pasan los años, esta memoria maltratada se nos hace más y más valiosa. Pero, un día, de pronto, empieza a fallar. Buscamos en vano el nombre de un conocido y descubrimos que lo hemos olvidado. Nos desespera no poder pronunciar una palabra que sabemos, que está en la punta de la lengua y esa maldita se niega a salir.

Ante este y otros olvidos que no tardarán en llegar, empezamos a valorar la importancia de la memoria. Primero se fugan los recuerdos más recientes: “¿Dónde dejé el celular que tenía en la mano hace un rato?”. Después los de los últimos meses y años: “¿Cuál era el título del libro que me recomendaron hace un tiempo?”. Y finalmente se pierden los recuerdos más viejos, lo cual equivale a perderlo todo. Pero no lleguemos a eso.

Yo todavía guardo de mi pasado lejano, de mi infancia, de mi juventud, nítidos recuerdos. Si esporádicamente olvido un nombre o una cara, no me preocupo demasiado. En algún momento volverá. En cambio, me altera olvidar algún dato o un hecho reciente. 

“Cada uno, desde su perspectiva, debe contar lo que le pasa, lo que siente, lo que piensa, para armar una memoria colectiva”.

Tener conciencia de que estás perdiendo la memoria, aunque sean pedacitos, implica darte cuenta de que esa memoria constituye toda tu vida. “Nuestra memoria es nuestra coherencia, nuestra razón, nuestra acción, nuestro sentimiento. Sin ella no somos nada”, sentencia don Luis Buñuel, cineasta de larga gloria, en el momento que decidió escribir Mi último suspiro, precisamente, sus memorias.

Y vamos a necesitar mucha memoria para abarcar estos tiempos de pandemia que nos agobian y nos fuerzan a cambios de hábitos y relaciones. Hay que escribir en el presente sobre ellos, en el momento en que los estamos gestando, para no omitir detalles. Cada uno, desde su perspectiva, debe contar lo que le pasa, lo que siente, lo que piensa, para armar una memoria colectiva que dé testimonio a las generaciones posteriores acerca de por qué suceden estas cosas y cuál ha sido nuestro rol en ellas.

Si fuimos generosos o displicentes, solidarios o ajenos, respetuosos o rebeldes. Si ayudamos a quienes debíamos, si no antepusimos reparos personales o ideológicos ante cada medida, si nos comunicamos o solo nos divertíamos enviando memes efímeros.

Debemos construir la memoria del minuto a minuto, del acto espontáneo, de la generosidad sin mezquindad. El mundo está dando muestras de tanta grandeza como miseria. Gente generosa y aplicada, en oposición a aprovechadores e imprudentes.

Y también tenemos que dejar testimonio del valor que empezaron a tomar las pequeñas cosas que el virus nos quitó. El poderoso efecto sanador de un abrazo, la redención a través de un beso, la re-unión con toda tu familia, la felicidad de estar con amigos para reír por cosas insignificantes. El placer de cuidar a nuestros viejos, a nuestros retoños, las procesiones interiores sin santos ni velas para repasar esos pequeños momentos que ahora son trascendentes. 

En definitiva, éramos ricos y no lo sabíamos. Memoria, mucha memoria para no olvidar esta lección durísima que nos da la naturaleza. 

Ilustración: Pini Arpino.