Si al menos supiera

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Enrique Orschanski

A papá no le gusta hablar. No sé si es muy reservado o simplemente le molesta. En casa es especialmente silencioso; solo con mamá intercambia frases cortas, como si todo ya hubiera sido dicho.

No es viejo, pero como está pelado y algo miope, lo parece. Yo siempre lo veo cansado, como si durmiera poco, o mal. 

Cuando alguien pregunta algo, agacha la cabeza y piensa, como buscando las palabras exactas. Después, responde en un tono bajo, explicando cómo son las cosas. Porque él siempre explica cómo son todas las cosas.

Si supiera que lo miro para no imitarlo.

Desde hace años trabaja en la misma empresa; un día contó cómo llegó a jefe de su oficina, después de “años de romperse el alma”. 

Tiene el alma rota, pobre.

Será por eso que quiere que yo no pierda tiempo y me dedique a la facultad. Desde que entré me repite: “Las penurias que pasé para poder darte una educación”.

Si supiera lo que le agradezco, pero no que lo recuerde siempre.

Nunca lo vi llorar. Para sus emociones, muestra la misma reserva con que ordena sus herramientas o espera la cena. No sé mucho de sus padres, solo que hablaban poco con él.

Conoció a mamá por unos primos y decidieron casarse en dos meses. De esa época solo hay un cuadro colgado en la sala que los muestra de novios. Ahí mamá parece feliz.

Yo guardo una foto con él; ya no tenía pelo y aparece con el mismo gesto serio de ahora. Estoy sentado en sus rodillas, su mano en mi hombro. 

Si supiera cuánto me gustaría repetir la escena con él.

“Para sus emociones, muestra la misma reserva con que ordena sus herramientas”.

Sus siestas de los fines de semana son sagradas; el ruido “lo enoja”, dice mamá. Por eso, si tengo una crisis de asma, salgo a toser al patio.  

Lee mucho. Con su letra prolija copia párrafos en papeles que deja por ahí, que hablan de la voluntad y del sacrificio. ¿Los deja para mí?

Cuando vuelve del trabajo elige encerrarse en la habitación del fondo, donde instaló su mesa de carpintero. También es su refugio para fumar; y para esconderse cuando ellos pelean.

Si supiera la tristeza que me produce el olor a cigarrillo.

Al finalizar la primaria fui escolta de la bandera. Él no fue al acto escolar porque estaba “de balance”. Esperé durante días a que me dijera algo, pero mamá pidió esperar. Finalmente, una noche, y sin dejar de leer el diario, me dijo que con más esfuerzo podría haber sido abanderado.

Extraño mis tiempos de secundaria. Me parece que entonces yo era más libre, y aunque mis compañeros se burlaran porque era buen alumno, con los años terminé sintiendo que algo me unía a ellos. Ahora, en la facultad, debo comenzar todo de nuevo: vencer mi timidez, acercarme a los grupos, hablar con uno, festejar los chistes de otro. Sentirme parte de algo que no sea el silencio de mi casa.

Si supiera cuánto me cuesta hacer amigos.

Hace una semana papá dijo que quería conversar. Me tomó de sorpresa, pero igual estaba emocionado por la alegría que significaba un encuentro. 

Estuvimos largo rato frente a frente. Yo, ansioso; él, mirándome por encima de sus lentes, mientras acomodaba papeles. Finalmente acercó su silla, aclaró la voz y preguntó si estaba seguro de que Veterinaria era la carrera para mí. Luego de comprender mi silencio, agregó: “Yo quería ser abogado”.

Si al menos supiera que me ha dejado sin opciones.