Paredes infinitas

0
20

ILUSTRACIÓN: PINI ARPINO.

Agosto es el mes de la infancia, y en su honor, vamos a reparar en una acción casi inherente a los más pequeños: dejar huellas en paredes, mesas, sillas… (infinito etcétera, todo dependerá del objeto que se le presente al niño). Desde muy pequeños, todos los seres humanos compartimos este afán. Apenas un crayón, una tiza o una fibra llegan a nuestras manos, el impulso es ir hacia la pared y comenzar a dibujar en ese muro que se presenta ante nosotros.

En el mundo adulto, esta modalidad de pintar textos o dibujos en las paredes recibe el nombre de “grafiti”. Esta palabra viene del italiano graffito, que es una marca o inscripción que se hace rascando o rayando un muro. El plural es graffiti, y de aquí tomamos nuestro término. Sin embargo, la voz “grafiti” en español es empleada como singular y con una sola “t”. Su plural es “grafitis”.

Por su parte, la Real Academia Española, en su Diccionario panhispánico de dudas, sugiere que cuando un texto haya sido pintado, y no realizado mediante incisión, puede emplearse la voz española “pintada”, aunque reconoce que su uso no está generalizado en todo el ámbito hispánico.

Por otro lado, podemos decir que dejar huellas en paredes, rocas, maderas es una necesidad propia de la humanidad, a tal punto que se estima que la escritura apareció hace seis mil años y, precisamente, los primeros trazos fueron en las paredes de las cuevas.

La pictografía surgió en el neolítico o Edad de Piedra. El hombre comenzó a tallar en la piedra objetos cotidianos que eran fácilmente reconocibles.

Más tarde, los egipcios desarrollaron los jeroglíficos, que también fueron dibujados en paredes. En un primer momento, fueron empleados para reproducir la palabra de los dioses (“jeroglífico” se forma de hierós: sagrado; glyphein: grabar, grabar lo sagrado) y luego adquirieron valor decorativo.

“PODEMOS DECIR QUE DEJAR HUELLAS EN PAREDES, ROCAS, MADERAS ES UNA NECESIDAD PROPIA DE LA HUMANIDAD”.

También en ciertos muros y columnas del Imperio romano fueron encontradas inscripciones en latín vulgar: consignas políticas, insultos y declaraciones de amor, entre otras.

Allá por 1825, un viajero austríaco llamado Joseph Kyselak se encargó de escribir su nombre por todos aquellos lugares que visitaba del Imperio austríaco. Este joven tallaba su nombre en edificios públicos. Este tipo de grafiti recibe el nombre “tagging”, que viene del término inglés tag: etiquetar.

Luego, con la llegada del aerosol, este fenómeno se multiplicó por las calles de Filadelfia, primero; Nueva York, después; hasta alcanzar el mundo entero. De este movimiento, Eduardo Galeano recoge varios grafitis en sus “Dicen las paredes”: “La letra con sangre entra. Firma: Sicario alfabetizador”, “Todos prometen y nadie cumple. Vote por nadie”.

En esta evolución de los muros, llegamos a nuestros días,  en  los  que  contamos  con  espacios  digitales: Facebook, Twitter, Instagram, donde podemos plasmar ideas, imágenes, textos que nos representan. En fin, el mundo adulto ha encontrado en estas redes sociales el crayón y la pared que satisfacen la gran necesidad, compartida por la humanidad completa, de comunicarnos.