Las TIC en la escuela:
Aprender a leer y escribir hoy

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Las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) en la enseñanza de la lectoescritura: una experiencia que implica cambios significativos en la tarea docente y potencia el rol del alumno como protagonista de su aprendizaje. La opinión de especialistas en el tema.

Por Analía Testa

La incorporación de recursos digitales en las clases sigue generando preguntas entre los profesionales de la educación, como toda experiencia que desnaturaliza el trabajo en las aulas. Sin embargo, los hechos indican que, con una mediación activa (y creativa) por parte del docente, el uso de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) favorece el pensamiento crítico de los alumnos sobre el propio hacer en diferentes soportes y promueve un mayor intercambio en torno de las producciones escolares.
Además, el acceso a Internet facilita el hallazgo de materiales que diversifican lo que podría encontrarse en bibliotecas físicas, permite el acceso a diferentes tipos de discursos, abre camino a la exploración a través de hipertextos (aquellos que mediante enlaces multiplican el acceso a otras informaciones) y, desde un trabajo guiado, promueve un papel muy activo entre los alumnos en la construcción de saberes.
¿En qué situaciones conviene usar herramientas tecnológicas? Los expertos aseguran que se justifica solo cuando, planificación mediante, se prevé que estas enriquecerán la práctica de la lectura y la escritura, o la reflexión sobre el lenguaje, cuando agregarán algún desafío y, sin duda, para motivar la experimentación, la investigación y el análisis.

“Leer requiere tiempo, y eso es un problema, porque la inmediatez de las nuevas tecnologías fomenta el consumo rápido”.
Fernanda Cano

Hoy en día, en la escuela conviven las carpetas, las computadoras, los libros impresos, los teléfonos móviles… Y la enseñanza y el aprendizaje se deslizan de unos soportes a otros.

ALGUNAS PREGUNTAS
Ahora bien, ¿todos los chicos saben moverse en entornos digitales? Cecilia Magadán, docente en la carrera de Letras de la Universidad Nacional de San Martín y en el Instituto Superior del Profesorado Joaquín V. González, pone en cuestión la expresión “nativos digitales”. “No todos los chicos tienen el mismo acceso a la tecnología ni la misma inclinación a usarla. Creemos que todos son expertos en los usos tecnológicos. Operan dispositivos, pero no sé si son conscientes de, por ejemplo, lo que se pone en juego cuando leemos hipertextos. Creo que hay una gran distancia entre lo que creemos que saben, lo que esperamos que sepan y lo que les enseñamos”, afirma.
¿Cuándo es recomendable incorporar las TIC en la rutina escolar si se trata de avanzar en el aprendizaje lectoescritor? Según Matías Jelicié, profesor de Lengua y Literatura en la escuela ORT (ubicada en el barrio porteño de Almagro), aprovechar recursos tecnológicos tiene verdadero sentido cuando estos enriquecen los contenidos y las actividades propuestas. Cuenta que la posibilidad de producir textos en forma colaborativa fomenta una participación más activa, la lectura crítica mientras se escribe y una circulación más amplia del material al publicarlo y dar lugar a comentarios; y señala que “el docente se convierte en curador: selecciona y ofrece materiales que previamente ha analizado, y puede improvisar, por ejemplo, compartiendo un video de YouTube que tiene que ver con inquietudes surgidas durante la clase”.

“El docente se convierte en curador: selecciona y ofrece materiales que previamente ha analizado”.
Matías Jelicié

Jelicié afirma, además, que con ciertas herramientas tecnológicas se potencian algunos aspectos de la lectura, como el subrayado, el resaltado y las anotaciones al margen. Promueve también la experiencia del hipertexto, es decir, de un texto que lleva a otro y a otro, en la búsqueda de información: “Primero analizamos qué es lo que está linkeado y por qué, lo que supone la mirada sobre un hipertexto como construcción, y luego empezamos a escribir textos propios en los que también incluimos links. Entonces los chicos tienen que preguntarse hasta dónde ampliar ese texto”, explica.

MEDIACIÓN DOCENTE
Por su parte, Fernanda Cano, integrante del equipo de Lengua del Instituto Nacional de Formación Docente, rescata el valor de la mediación docente a la hora de proponer consignas de escritura, la exigencia o el desafío que pueden suponer, de manera que las resoluciones no se logren solo tomando fragmentos de textos de Internet (el cuestionado ejercicio de “cortar y pegar”).
Para Cano, hace falta que los estudiantes piensen sobre los soportes en los que escriben. Recuerda que hace 15 años, en la facultad, les decía a los chicos que apagaran el celular en clase. Hoy jamás se le ocurriría pedirles eso, porque si tienen que leer un borrador, suelen hacerlo desde el celular. La experta propone una reflexión: “¿Tendrán la misma representación de su texto leyéndolo en la pantalla reducida del teléfono, leyéndolo en la hoja completa que ven en la computadora o teniéndolo impreso en papel?”. Frente a un texto que aún se construye, no es lo mismo poder ver la totalidad que avanzar mirando fragmentos, construir versiones sobre un mismo archivo o abrir otros para reformular lo anterior, tachar o borrar, lápiz en mano.
Por su parte, Jelicié explica que en el aula hay momentos para el manuscrito y momentos para la escritura en computadora. “Por ejemplo, para aprender a tomar notas de la exposición del docente o de un video, quizás resulte mejor aprovechar la ductilidad del manuscrito. Ahora bien, el procesamiento de esa información podría realizarse a través de innumerables aplicaciones digitales”, puntualiza.
Conservar experiencias fundamentales de aprendizaje no siempre resulta fácil.
“Cualquier texto literario genera resistencia, pero también es disfrutable, porque para saber qué pasa hay que seguir leyendo, y eso requiere tiempo. El tiempo es un problema, porque la inmediatez de las nuevas tecnologías termina fomentando el consumo rápido. Sin embargo, cualquier aprendizaje requiere horas, ir, venir, frustrarse, entender… Todo eso en un contexto en el que aún hay que seguir alfabetizando: un chico tiene que poder dibujar todas las letras, completar palabras y frases… Estamos en una sociedad que valora cada vez menos la escritura. A la vez, sin ese aprendizaje no se puede hacer nada hoy”, ejemplifica Cano. Cualquier nueva adquisición de contenido implica por parte del estudiante una ardua tarea de adaptación y acomodación, y esta tarea a veces está reñida con las acciones cotidianas que los estudiantes despliegan. Sin embargo, no hay aprendizaje posible si este no es hijo del trabajo sistemático y sostenido. Es necesario darse tiempo para eso y recurrir a todos los materiales y dispositivos de los que disponemos para lograrlo.

 

TRADICIÓN CUESTIONADA

Cecilia Magadán opina que la tecnología cuestiona prácticas históricas de la escuela, como la de copiar del pizarrón. “Hoy en día los chicos sacan fotos del pizarrón si el docente los deja. Copiar es una práctica escolar muy valorada por tradición, pero suele hacerse de manera automatizada, a diferencia de la toma de apuntes, que, por otra parte, no se enseña a hacer correctamente en la escuela”, asevera. Lo interesante, opina, es que la foto puede circular entre los alumnos y servir, por ejemplo, para que alguno explique a otros cómo resolver un ejercicio de gramática. “A medida que los dispositivos nos dan opciones, surgen preguntas que desnaturalizan lo que hacíamos en el aula de forma habitual. Por eso los recursos digitales inquietan”, explica.