“Mi casa es mi patria”

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Sus obras de teatro giran en todo el mundo y son objeto de estudio en distintas universidades de Europa. Viaje al mundo fascinante de un hombre multifacético, curioso y frontal.

Por: Agustín Gallardo

Fotos: Patricio Pérez

 

Tiempo libre? ¿Qué es eso?”. Rafael Spregelburd suelta la humorada cuando se le pregunta qué es lo que hace cuando no está haciendo algo. Porque vive sus días con entusiasmo, siempre arriba de uno o más proyectos. Ya sea en su rol de actor en cine o TV –el lugar que usa, dirá, para tomarse “vacaciones de sí mismo”–, o como escritor en las magistrales obras de teatro de las que es autor y donde a veces también actúa, Spregelburd siempre se encuentra en movimiento. “Ahora estoy estudiando artes marciales”, responde sobre la pregunta inicial en relación al hobby perdido. Pero esta actividad, que incluye el manejo de espadas, tiene una misma razón de ser que lo define: un papel en una película.

Sus obras teatrales están en cartel y girando en distintos países de Europa. Su nombre, en Argentina, está más asociado tal vez al cine. Protagonizó El hombre de al lado, hoy una película de culto, con la que ha cosechado buenas críticas. Desde hace unos años conduce Arquitectos argentinos, maestros del espacio, un programa de televisión donde entrevista a arquitectos y sus obras. “A los productores les pareció que, para guiar el programa, en vez de poner un arquitecto o un locutor, era mejor un actor. Pensaron en mí y en que muchos arquitectos habrían visto El hombre de al lado. Creo que por eso creyeron que iban a querer charlar conmigo”, suelta entre risas.

Tarea compleja la de resumir los trabajos que está haciendo Spregelburd.

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La charla con Convivimos comienza por el teatro y la felicidad que le provoca poder hacer nuevamente La terquedad en Buenos Aires. “Es una de esas obras que otorga prestigio, pero que al mismo tiempo es ilegible dentro de los parámetros del teatro que se tienen en este país. Me importa poco. Se convirtió en un punto de reunión absolutamente popular de gente de teatro y de gente de no teatro”, dice este hombre que en 2017 estrenó tres piezas importantes de su autoría fuera del país: Philip Seymour Hoffman, que escribió para la compañía belga Transquinquennal, de Bruselas; Inferno, en el Voralberger Theater de Bregenz, Austria, pieza basada en el Infierno del tríptico de El Bosco; y Spam, dirigida por Hervè Guerrisi en Liège, Bélgica.

“Siempre la actuación me pareció un ejercicio del alma”.

“Yo hace mucho tiempo que vivo de no tener casi relación con el teatro público argentino. Mis obras se estrenan en teatros públicos de Alemania, Bélgica o Francia, y nunca en la Argentina. Son objeto de estudio en universidades del exterior. Acá no las toman”, esgrime sin pelos en la lengua.

¿Por qué pensás que sucede esto?

Desconozco los motivos. Pasé mucho tiempo dándole vueltas al asunto y nunca llegué a una respuesta clara. Probablemente sea que yo tampoco me apasiono por esos espacios, que dependen de las políticas de turno. Es raro para mí ensayar una obra dos meses, hacerla tres meses y olvidarme que existió. Mis obras suelen quedar tres o cuatro años en cartel, como sucedió aquí en su momento con Apátrida, La estupidez o Spam. Pero volviendo al tema, nunca he sentido un deseo de ser validado por un teatro público de acá. En este caso, con La terquedad, el teatro público decide que es absurdo que mis obras no se estrenen, ponen todas sus fichas en la obra y es una apuesta de [Alejandro] Tartanian muy alta. La obra se agotó desde el primer día.

¿Cómo es el teatro que te gusta hacer?

Sin ficciones lineales ni reduccionistas. Un personaje tose en la primera escena, entonces sabés que va a morir de tuberculosis en la última. A mí me gustan las obras en las que alguien tose y a veces muere y a veces no. Para mí el teatro no es una cosa importante, sino irrelevante. Lo que es importante es la vida de las personas que involucra. Muchas veces el teatro se ha vuelto amante de sí mismo. Yo no tengo ninguna pasión ni por la telonería, ni por el equipamiento ni por la mística de camarines. Soy un apóstata de todo eso. El teatro se caracteriza por una lógica de la complejidad que a veces está muy fuera de mi control. Entiendo que la búsqueda de los artistas siempre ha sido compatibilizar su propio instinto con la técnica. La técnica es algo aprendido, copiado e imitado, y en algún momento empezás a hacer tu propio camino. El teatro está más hecho de inseguridades e instinto que de la fidelidad ciega a una especie de mina de oro que pretendidamente uno podría haber descubierto. 

La terquedad estuvo nominada a varios premios y fue muy reconocida. ¿Hay ahí una respuesta de la crítica o reconocimiento a lo que hacés?

Sí, estuvo nominada, pero no ganó ninguno. Cosa que es bastante significativa. Son temas políticos. En su momento me obligaron a ir a los premios ACE con siete nominaciones, pero yo no podía porque al día siguiente viajaba para rodar una película, Perdida. Si me van a dar el tercer premio a una serie de tres, voy orgulloso. Pero si me hacen ir a no recibir ningún premio, me parece de muy mal gusto. No tengo ganas de ir a ver cómo Sugar se lleva los premios del teatro independiente comercial y estatal.

¿Qué te tiene que gustar de una película para hacer un papel en cine?

¿Por dónde empiezo? [Risas] Es así: como yo soy director de mis propias obras, en teatro actúo solo en mis obras. Los roles que interpreto son prisioneros de mi inteligencia o ineficacia, están dentro de mi rango imaginario. Yo he encontrado en el cine un sitio donde extender mi registro actoral. Acepto los papeles que son un desafío porque suelen ser roles que yo no me escribiría para mí mismo. Me he vuelto como adicto a esa especie de escuela universal que para mí es el cine. Entonces a veces elijo películas muy buenas porque tengo la suerte de que me las ofrezcan, y otras no tan buenas en las que yo creo que me voy a divertir o voy a aprender mucho.

Te escuché decir que cuando actuás en cine es como que te tomás unas vacaciones de vos mismo…

Sí… como yo no soy mi propio director, puedo vaciarme y obedecer al capricho de otro. Lo disfruto mucho. Creo que es una especie de deuda que estoy saldando con una falencia de mi formación de no responder nunca a las órdenes de un director teatral porque siempre me dirijo a mí mismo.

El año pasado se lo vio en tres películas: Zama, de Lucrecia Martel; Los perros, una película chilena de Marcela Said que ganó importantes premios en San Sebastián y Biarritz; y El fútbol o yo, de Marco Carnevale y Adrián Suar. A mediados de este año se estrena Perdida, un film basado en la novela Cornelia, de Florencia Etcheves, y Unidad XV, de Martín Desalvo, que cuenta la fuga de cuatro presos ilustres del penal de Río Gallegos. Allí también estará haciendo un papel protagónico. Ahora acaba de terminar de rodar Los elegidos, de Daniel Gimelberg, que trata sobre los avatares de una pareja gay que quiere adoptar un hijo. Hay más: La otra piel, una película de Inés De Oliveira Cezar donde la directora le propuso usar los ensayos (falsos) y fragmentos (reales) de La terquedad, la obra que presenta en el Teatro Cervantes.

Dentro del teatro, ¿dónde te sentís más cómodo, en el rol de director, de autor o actuando?

Yo encuentro placer al actuar en mis obras, no tanto en escribirlas. Creo que en la actuación soy más íntegramente yo. Siempre quise ser actor, porque me parecía la mejor manera que había de atravesar este desierto que es el mundo, vivir muchas vidas posibles, justificarlas, entenderlas, interpretarlas, prestarles tu alma, tus sensaciones y que no sea la tuya. Siempre la actuación me pareció un ejercicio del alma… Pero, tal vez, en ella uno no es totalmente libre, es absolutamente prisionero de sus propias falencias. En la escritura yo siento esa libertad ¿ves? Puedo escribir cualquier cosa, no hay censura, nadie que me objete, no respondo a los intereses comerciales de nadie. En la escritura es donde me siento más libre; en la actuación no soy libre, pero soy feliz; y en la dirección es donde me siento más responsable. Es el rol que menos disfruto, el más policíaco [risas].

Películas como El hombre de al lado, Días de vinilo o El crítico tuvieron cierta cuota de popularidad. ¿Cómo te sentís en esos momentos donde hay un reconocimiento si se quiere más masivo sobre vos?

La verdad que no siento que haya pasado tanto en el cine, sí en televisión. Cuando hice Guapas salía a la calle y la gente me saludaba, creía que era su amigo. Un día que fui a hacer un trámite, una señora entró al ascensor y me dijo: “¡Ayy! La vas a volver loca a Mónica”… “¿Qué Mónica?”, le pregunté. Mónica se llamaba el personaje de Mercedes Morán con el que yo hacía de pareja. Mi cara igualmente no es reconocible. En las películas que decís tal vez se da eso, pero con estudiantes de cine o cierto nicho menor.

 

Pareciera un lugar ideal en el que te encontrás porque podés disfrutar del reconocimiento dentro de ese nicho y a su vez te mantenés casi como un ser anónimo.

Yo soy amigo de actores, y cuando vamos a comer hasta el mozo que nos atiende pide autógrafos a todos y a mí nadie me pide [risas]. La que más contenta está es mi mujer, que me dice que si no sería insoportable. Y tiene razón.

“Cuando uno se siente amado y protegido,

despega hacia zonas de seguridad”

Isol, tu mujer, es ilustradora y también le va bien en lo que hace. Ambos han conformado una familia: tienen a Antón (6) y Frida (2). ¿Qué rol cumplen ellos en tu vida y en lo que hacés?

Con Isol llevamos muchos años juntos, como 23, nos conocemos desde la Universidad de Buenos Aires. Le doy a la familia un espacio central dentro de mi producción, porque yo despego a Marte, y si no tengo a dónde regresar, me quedo en Marte. El hecho de tener una pareja que te banca y a quien admirás hace que tu obra se sustente en una especie de seguridad. Antes de conocerla, era más desorganizado, caótico, dudaba más de mí mismo, no tenía un lugar de validación como persona. Cuando uno se siente amado y protegido, despega hacia zonas de seguridad. Mi casa es mi patria. Con los niños aparecen miedos, el miedo a la pérdida. Eso es peligroso. A veces le adjudicás al pobre chico tus propios miedos. Tener una familia es como estar en terapia todo el tiempo. Soy un padre culposo, los niños merecen el ciento por ciento de tu atención, y vivimos en un sistema capitalista donde ese padre está construido y robado por un sistema de producción de mercancías y otras cosas. Ahí es cuando llego a mi casa con muchos regalos o directamente apago el teléfono y no pienso en nadie ni nada más que ellos.

Si tuvieras que abandonar la actuación, ¿qué elegirías hacer?

Digo siempre que cuando me aburra de todo esto me voy a ir a anotar a la UTN para estudiar matemática.

FÓRMULAS PARA ESCRIBIR

Spregelburd dice que nunca ha conocido la ventaja romántica de la inspiración a la hora de escribir sus obras. “Lo hago cuando puedo, cuando me dejan los niños, cuando viajo arriba de un avión, allí tengo calma y estoy solo”, dice este actor que cuenta con casos extremos. “Hay piezas que me llevaron cuatro años, y otras, como Inferno, una de mis últimas obras que se estrenó el año pasado en Austria, me llevó diez días”, dice. Tenía muchas ideas recopiladas, pero le pasó que no podía escribir. “Acepté una película en Chile casi exclusivamente porque necesitaba irme de casa para poder terminar la obra. La película me interesaba y la hice con mucho placer, pero yo sabía que en ese rodaje tenía jornadas libres. Me encerré en un hotel en Chile, escondí la llave y recuerdo que durante cuatro días seguidos no salí del hotel hasta que no terminé la pieza, una de las más complicadas que hice. Ahí me di cuenta de que no tengo método ni sistema”, cuenta el actor.[/expand]