Tomás Escobar:
“El mundo se modifica más rápido que la currícula”

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El creador de Cuevana cambió entretenimiento por educación y lanzó Acámica, una academia de tecnología on-line. Con solo 30 años, se propone revolucionar los actuales métodos del aprendizaje. 

Fotos Patricio Pérez

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omás Escobar tenía solo 16 años cuando se enteró de que podía impactar en miles de usuarios a través de Internet. Lo supo visceralmente a través de una seguidora de algún punto de Latinoamérica, quien le pidió llorando por mail que no cerrara la página de Harry Potter que él había creado en su habitación de la adolescencia. Años más tarde, le pasaría algo similar –pero a grandísima escala– con Cuevana, el sitio que craneó desde otro cuarto, el de la universidad en Córdoba. En aquella web la gente podía ver gratis la película que quisiera, donde quisiera y a la hora que quisiera. Crear valor y comunidades. Esta fue siempre la misión de Tomás, que ahora, con solo 30 años, está dispuesto a patear nuevamente el tablero y se propone desafiar los límites de la educación con Acámica, una academia de tecnología a través de Internet (¡dónde si no!).

El búnker de esta universidad virtual en el barrio de Palermo tiene pisos de madera y paredes blancas. Delante de las oficinas, un living amplio da la bienvenida con consignas que se disparan sobre una hilera de plasmas. Aquí todos van y vienen con un enérgico andar y laptops abiertas en “V”. “Curiosidad mata comodidad”, “Equivocate, aprendé”, “No hay ideas ridículas” son algunos de los mensajes de las pantallas que impactan y colorean con tipografías estilo pop art el ambiente, y que describen el motor conceptual de esta compañía que brinda educación sin exámenes y con cursos intensivos que pueden durar menos de un año. Carreras como Desarrollo de Software, Ciencias de Datos, Diseño de Interfaces Digitales, Diseñador Web y de Apps son algunas de las propuestas. “Buscamos desarrollar las habilidades necesarias para insertarte en la industria de la tecnología. Hoy las nuevas tecnologías están generando cambios en las profesiones”, comienza diciendo este joven que ve el sistema educativo tradicional como una herramienta válida, pero que –dirá– no puede adaptarse tan rápido para aprovechar las oportunidades que la tecnología genera. El tiempo y el conocimiento son oro. Y Tomás lo sabe, lo dice y lo repite casi como un mantra: “Queremos ayudar a las personas a ser protagonistas de la transformación del mundo y a no quedarse atrás”.

La audiencia de Acámica va mayoritariamente entre los 23 y 35 años, y el 60 por ciento de los estudiantes ya tiene estudios previos. Hay entusiasmo en Tomás: este año sumará unos 2500 inscriptos nuevos. “Viene creciendo”, anuncia sobre esta academia que tuvo su origen en 2013 y que posee hoy dos modalidades de estudio. “Hay una cursada semipresencial, con dos encuentros semanales y todo un complemento on-line; y una on-line, que es a través de videocalls con el equipo de mentores y tutores”, explica.

  • ¿Mentores?

Sí, planteamos una modalidad un tanto irruptiva, hablamos de “mentores” y no de “profesores”, porque no creemos tanto en la unidireccionalidad del contenido y el conocimiento, sino que todos podemos aprender un poco de todos. La columna vertebral de nuestra currícula son proyectos prácticos. Aprendemos haciendo, no tenemos exámenes, porque creemos que no son la mejor forma de validar la capacidad de una persona.  

“En Cuevana yo hacía todo, el diseño, la programación, la infraestructura“.

  • Has sido crítico en varias notas de la educación tradicional. ¿Qué le falta o cuáles son las cosas que se deberían cambiar?

Es un tema sensible, cultural y social, de desarrollo personal y de vida. Mucha gente, cuando le pedís que se defina, te cuenta qué es lo que hace. Hay que entender que el mundo cambia cada vez más rápido, que está acelerado por la tecnología y por la velocidad en la que se mueve la información en Internet. Eso plantea grandes cambios, y tendremos que seguir aprendiendo hacia adelante. Cada vez va a perder más peso eso de estudiar una sola vez cinco o seis años, y ser eso para toda la vida. Si uno no se mantiene en constante aprendizaje, deja de ser relevante en un mundo globalizado. Competís con el mejor talento de China, de India, de Estados Unidos. Ya no te podés conformar con ser el mejor de tu barrio.  

  • ¿Qué termómetro tenés de las nuevas generaciones que salen del secundario con respecto a las carreras?

Todavía no se percibe ese cambio en los chicos. A veces se ve como novedoso el poner un PowerPoint en un aula, y uno va un poco más allá de eso. El mundo cambia más rápido que el libro y la currícula. El desafío es cómo los docentes y los profesores ayudamos a mantenerlos actualizados. Hemos visto que en muchas universidades el docente no tiene ganas de aprender algo nuevo para enseñar. Eso le hace daño al estudiante.

  • ¿Qué te impulsa a emprender con este tipo de tarea educativa?

¿La verdad? Tiene mucho que ver mi experiencia personal.

REBELDÍA INTELIGENTE

A los 13 años, Tomás empezó a meterse de lleno en el mundo digital replanteándose la oportunidad de ser no solo un consumidor. Quería crear cosas a través de la tecnología, había en su cabeza ideas que luego se transformaron en proyectos, todo fluyendo a través de una dinámica: prueba y error. Así, fue moldeando su aprendizaje en programación y diseño, hasta que le llegó la época de la facultad y sintió que debía profesionalizar esos conocimientos. Decidió entonces estudiar Ingeniería en Computación. “Fue una gran frustración. Era estudiar con una metodología y a una velocidad que para mí era mucho más lenta o menos eficiente en motivarme”, dice soltando la cuestión de mantenerse cautivo por el saber.

Tomás aprendía más en Internet, ese lugar donde se encontraba por demás estimulado, tanto que a veces se pasaba 12, 14 o hasta 16 horas delante de la computadora. “Era muy curioso, y encontré en Internet una herramienta para explorar esa curiosidad, no tenía límites”, dice. Para él, explorar era aprender, encontrar soluciones y hacerse preguntas todo el tiempo en un lugar infinito. Sus padres, Marcelo y Marilina, dejaron seguir esa marcha en las épocas de secundaria; veían que él traía buenas notas del colegio a su casa. Pero cuando llegó el tiempo universitario, lo mandaron finalmente a estudiar a la Universidad Nacional de Córdoba, donde estuvo tres años. El cuarto lo hizo por la mitad y se volvió a Buenos Aires.

En un cuarto de 2×3 en aquella universidad, a la par de esa carrera que hacía sin ganas, comenzó a involucrarse en distintos proyectos. Así lo recuerda: “Veía que mis creaciones eran usadas por cientos de personas. Había hecho un simulador de fútbol llamado Liga DT, donde los usuarios se metían y dirigían un club. Después creé varios juegos, uno de un avión, un Sudoku, juegos que terminé vendiendo. No llegaba a terminar muchos de esos proyectos. Eran una excusa para aprender cosas nuevas. Creaba y pasaba a otra cosa”.

“No creemos tanto en la unidireccionalidad del contenido y el conocimiento, sino que todos podemos aprender un poco de todos”.

Hasta que llegó Cuevana, aquel primer prototipo de lo que luego sería el contenido que hoy conocemos como streaming. “Fue una idea que se volvió muy grande. Vivía en dos realidades, era un número más en una universidad a la que iba cada vez menos, y en la otra impactaba en cientos de miles de personas en todo el mundo. Eso me generó una adrenalina y una sensación de poder crear cosas e impactar en la gente. Fue revelador”, rememora.

  • Eras una especie de Mark Zuckeberg argentino…
[Risas] No sé si tanto. Pero veía los logros de algo que funcionaba y antes no existía, con una gran audiencia. Lógicamente mi familia no lo entendía. Hoy está orgullosa. Creo que fue entendiendo lo que hago y en lo que soy bueno.

  • ¿Cuevana fue un antes y un después en tu vida?

Sí, fue una gran escuela, mi universidad acelerada. Nació como un hobby sin aspiraciones de nada, y me agarró por sorpresa la dimensión que tomó. Llegó a tener más de 16 millones de usuarios mensuales activos. Yo hacía todo, el diseño, la programación, la infraestructura. Era uno de los sitios top mil del mundo, una locura.

  • ¿Fue un punto de quiebre para lo que vendría después en materia de contenidos digitales?

Sí. En esa época estaba ya YouTube, aunque no era el de ahora, pero ya empezaba a sentar las bases. Fue una expresión de lo que la gente quería consumir, videos a través de Internet. Hice eso en el momento correcto, en el lugar correcto. Cuevana fue la primera que puso esa experiencia de forma amigable y accesible.

  • ¿Por qué y cuándo la cerraste?

En el 2013. Creció mucho, había un público que demandaba otro modelo de distribución de contenidos. Hasta ese momento, si querías ver una película, tenías que pensarlo un par de días antes, ir a alquilarla y devolverla. Ahí comenzamos conversaciones con la industria durante un año para ver cómo podíamos llevar a cabo eso a un negocio en el que ella obviamente fuera parte y el usuario fuera escuchado. Surgieron dificultades, y eso me hizo pensar en otro proyecto. Fue como un duelo y un proceso interno de aceptar que hasta ahí había llegado.

  • ¿Cómo se te prendió la lamparita de Acámica luego?

Estaba en ese duelo que te comentaba. Definitivamente sabía que iba a armar algo con tecnología que sería global, y justo en ese momento se acercaron quienes hoy son mis socios. Ellos querían hacer algo en educación. Nos juntamos, me vinieron a ver por la pata técnica. Les dije que justo era un tema para mí, y afloró esta cuestión personal de estudiar de una manera distinta. Así que esto es un poco el poder de desafiar lo establecido.

  • ¿Sos rebelde en ese sentido?

Sí [risas], estos años me lo demuestran.

  • Un rebelde inteligente tal vez…

Cada vez un poco más inteligente que rebelde.

  • Tenés apenas 30 y ya hiciste todo esto. ¿Cómo te imaginás dentro de 10, 15 años?

Como hoy me veo, ligado a algún emprendimiento de tecnología desde algún lado, creo que me sale dentro de todo bien. Me interesa lo que hacemos con Acámica, esto de potenciar la región de América Latina para dar más oportunidades. Queremos desarrollar el talento tecnológico de la región para ser una potencia en el mundo.