Alejandro Dolina: “El fenómeno teatral sin público es incompleto y absurdo”

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Erudito y coloquial, hace más de tres décadas creó un formato comunicativo invencible, que no es más que la síntesis de sus intereses: reflexionar y reír.  

Fotos Maica Iglesias

Alejandro Dolina habla y el efecto es instantáneo: la elección de las palabras, la cadencia, las ideas que subyacen a cada frase producen en su interlocutor un encantamiento que, a veces, puede incluso entorpecer la continuidad del diálogo. En tiempos vertiginosos, ofrece una pausa para pensar, aunque no de un modo solemne, sino sencillamente más relajado. Todo esto, sin embargo, no lo exime del multitasking al que todos, en mayor o menor medida, sucumbimos: por estos días, a su ya mítico programa diario (no hace falta ni nombrarlo, pero por las dudas: La venganza será terrible) le sumó shows por streaming y la escritura de un nuevo libro.

La imposibilidad de llevar adelante espectáculos teatrales con público en vivo en estos meses volcó a muchos artistas al streaming como alternativa para acercarle material al público y generar un ingreso. En el caso de Dolina, optó por un show grabado (en septiembre estrenó En la pieza de Dolina, que en noviembre tuvo una segunda parte) en el que adaptó parte del formato habitual del programa: reflexiones acerca de un tema, música tocada y cantada por él mismo, y un concepto general envolviéndolo todo. La gran diferencia respecto a la radio fue la ausencia del segmento humorístico. “Este formato tiene la dificultad de que la comunicación no es tan fluida, porque en el programa estoy siempre con público presente. Para el charlista eso es decisivo, porque establece una conexión, esa conexión a la que Jorge Dubatti llama ‘convivio’, que es la que se produce entre el artista y el público que lo va a ver en acción. Esa acción del artista y esa respuesta del público generan una resignificación de todos los textos. Eso acá no aparece, y uno muchas veces nota esa desaparición. Particularmente, tengo la costumbre de dirigirme de forma muy personal al público presente: observo lo que sucede, si es que alguno se levanta o llega tarde, o si hay alguna especie de reacción o respuesta. Entonces todo es un poco más frío y hay que ceñirse mucho más al texto, ya que no hay estímulos exteriores sobrevinientes. Es el texto, nada más. Salvo que uno se invente esos estímulos exteriores y los cree desde adentro. O sea: estímulos exteriores que, en realidad, vienen desde adentro”, explica.

  • Ya tenías un entrenamiento para esa ausencia, porque el programa hace meses que no sale, como era habitual, con público…

Claro, la pandemia nos ha adiestrado en esa ausencia de público, pero creo que todavía no la alcanzamos a superar del todo. Nosotros estamos haciendo el programa cada uno desde su domicilio, por Zoom. Se suma la dificultad técnica que implica esa ausencia. Ya no solamente el público está ausente, sino que tus propios compañeros también lo están, aunque sea en forma parcial. Técnicamente se producen situaciones desagradables. Uno habla y el otro habla también. Entonces, uno se calla para dejar lugar al otro, pero resulta ser que el otro también calló y se producen largos desencuentros de silencios e incisos compartidos, lo cual es desagradable. Nos pisamos todo el tiempo. Eso no está bien, no nos terminamos de acostumbrar, pero de cierto modo nos hemos resignado. El fenómeno teatral sin público desde luego es incompleto y hasta absurdo. Ahora se planea volver con poco público, pero a mí me parece siempre que la sala semivacía, aunque sea por motivos establecidos con anterioridad, tiene una idea de soledad, si querés de fracaso, de que algo está faltando, de ausencia, de gente que no vino. Es difícil sacarse esa sensación.

«Hay siempre una vecindad entre la mente del creador artístico y la mente de su seguidor».

Además de escritor, cantante, músico y conductor de radio, Dolina es un hombre futbolero (“Es, quizá, la mayor de mis diversiones, una parte frívola que ocupa un buen tiempo de mi vida”). En ese terreno, lo que lo emociona sigue una misma línea que lo artístico. “Hay un tipo de jugador que está continuamente pensando, juega pensando y economiza movimientos, no hace proezas como llevar la pelota 45 mil metros y superar en velocidad a todos, pero a lo mejor resuelve con un pequeño toque, con una pequeña omisión o abriendo las piernas una situación complicadísima. Son los jugadores que hacen prevalecer el cerebro por sobre el esfuerzo físico. Zidane, por ejemplo, o Riquelme, me parecen los dos ejemplos más felices de esa clase de jugador, que es el que me gusta a mí. Después están los fenómenos, que hacen lo que quieren con la pelota, pero eso es otra cosa. A Riquelme lo admiré muchísimo como jugador y después advertí que esa misma inteligencia se manifestaba como declarante: cada vez que le preguntaban cosas, tenía una solidez para responder no hija de una gran preparación, pero sí de una gran astucia y de una gran dotación para poder ver las situaciones e interpretarlas inmediatamente. No tuve la suerte de tratarlo, creo que lo he saludado una vez en mi vida o por televisión y nada más, pero le tengo una gran admiración y un gran cariño. Me resulta simpática y empática la manera que tiene él de mirar el universo”, afirma.

  • ¿Se puede equiparar ese cariño con el que generan a veces los artistas? ¿Es el mismo efecto el que se produce?

Exactamente, es el mismo. A mí me pasa exactamente así. El arte es más profundo que el fútbol e implica además un juicio acerca de la condición humana del que el fútbol en general prescinde. Quiere decir que la admiración y el cariño por un artista suelen ser más profundos, pero también es parecido a lo que yo te acabo de decir. La forma que tiene un artista de encarar su arte, de resolver, de elegir sus caminos produce una empatía también en el consumidor de arte. Hay siempre una vecindad entre la mente del creador artístico y la mente de su seguidor. No digo que sean iguales, digo que debe haber una similitud. Incluso hasta debe haber una similitud de complejidad. Jorge Wagensberg dijo que si el artista es mucho más complejo que el consumidor de arte, el consumidor no lo entiende y hay una distancia insalvable; si el artista es demasiado elemental y el consumidor de arte es demasiado exigente, el tipo se aburre y no sigue a ese artista, le parece demasiado sencillo. De manera que tiene que haber, en la complejidad, algún parecido. Y también, naturalmente, están las cosas más específicas: ¿qué le parece más importante a este artista? ¿Por dónde le sale la sensibilidad? ¿Cuáles son sus recursos formales? ¿Cuáles son los temas principales? Por ahí hay un artista que se ocupa solamente de la vida rural y, a lo mejor, a mí no me interesa tanto leer novelas sobre la vida rural y sí acerca de los conflictos amorosos o acerca de las perplejidades filosóficas, como es el caso. Entonces, yo leo a Borges y, por ahí, no leo tanto a otros autores con otras obsesiones que no son las borgianas. Y con los futbolistas, lo mismo: quizás hay futbolistas que corren muy ligero, como Mbappé, que son extraordinarios, posiblemente de lo mejor del mundo, pero a mí no me conmueven tanto como Zidane o Riquelme.

“Cuando la forma artística es una forma poética, una forma que implica un juicio acerca de la naturaleza humana, el artista no puede ser un canalla”.

  • Desde hace tiempo hay una especie de fiscalización sobre los gustos y está el debate sobre si es o no posible la separación del artista y su obra, ¿qué pensás al respecto?

Por un lado, es evidente –si uno se remite a los ejemplos– que hay artistas que a uno lo conmueven a través de su obra y, sin embargo, en su vida y en sus opiniones son personas no demasiado recomendables. Eso a mí me pasa con muchos. Con lo cual, uno puede decir “Sí, una cosa es la obra y otra cosa es el hombre”. Pero también hay ejemplos de que uno no puede ser mejor que su propia obra. Ese es otro asunto: ¿puede uno hacer obras que sean mejores que uno mismo? ¿Cómo? No parece posible, ¿de dónde saca uno los recursos para que en esas obras se alcancen alturas que uno, que ha sido el autor, no tiene? Creo que el sentido común nos dice eso, que el artista y la obra son consecuencia. Antecedente y consecuente. La lógica nos indica que tendrían que ser igualmente aceptables y que no puede aceptarse un tipo que no responda a su obra, que no haga honor a su obra con su vida. Y otra cosa que se puede decir, ya en el último caso, es que hay una clase de arte que puede permitir la separación del artista y la obra. O sea, un pintor abstracto puede ser un canalla, incluso un músico puede ser un canalla. Pero un escritor no. Cuando la forma artística es una forma poética, una forma que implica un juicio acerca de la naturaleza humana, como es el caso de toda poesía, incluso de cierta pintura y de cierta música, el artista debe honrar su obra con su vida y no puede ser un canalla.

  • Más de una vez te referiste a la gesta de las mujeres como uno de los movimientos más importantes que hay actualmente. Siempre te desarrollaste en universos muy masculinos, ¿qué desafíos te planteó este movimiento?

Justamente por estar en foros muy masculinos, que eran en aquel tiempo de mi primera juventud mucho más patriarcales que ahora, percibía desde adentro esa injusticia, ese carácter soez que el hombre se complacía en acrecentar en su trato con las mujeres. Nunca me hizo gracia eso. Afortunadamente, ahora la sociedad tiene un poco más de conciencia acerca de esos fenómenos y los va resolviendo trabajosamente. Lo que sí sucede es que, como en toda revolución, suele haber excesos e injusticias, jacobinismo y los Robespierre. Son inevitables y hay que bancarlos. El hombre tiene ahora el deber de ser estoico ante esta situación, tratar de no hablar demasiado y aguantarse si le toca padecer algún tipo de injusticia que hasta podríamos considerar como reparadora. Yo creo que es una gran gesta.