José Narosky: Breve historia de un hombre extenso

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Su nombre es sinónimo de aforismos. Hoy, alejado de las frases breves, pero no de la escritura, José Narosky se confiesa en equilibrio. 

Foto Juan Manuel Foglia / Gentileza Clarín

A José Narosky no le gusta que lo llamen “maestro de los aforismos”. “Siento que tengo todas las imperfecciones del mundo, con una cierta aptitud para escribir frases breves”, le aclara a Convivimos. Dice que no es ni el único ni el mejor, y que solo tuvo la suerte de ser leído.

Publicó doce libros con más de tres mil aforismos, de los cuales vendió alrededor de dos millones de copias. El primero, Si todos los hombres, se agotó treinta veces y, actualmente, no se consiguen copias de ninguno de sus títulos. Él conserva un ejemplar de cada uno. A pesar de haber sido bestsellers, prefiere no volver a editarlos. “En este rubro hay que ser exigente. Entre la simpleza y la banalidad hay una palabra de diferencia, se puede caer en la superficialidad”, explica, guardándose más de catorce mil frases inéditas. 

“Toqué la sensibilidad de muchos y de ese modo descubrí que hay buena gente en todo el país. A las personas frías no les interesa lo que escribo. Lo mío es simple y limpio. No sé si lo hago bien. Me gusta lo bueno y es un premio descubrir que existe”, comenta. Con 90 años, asegura que encontró el equilibrio.

Empezó a escribir a los 45, impulsado por la tristeza que le causó la muerte de su amigo Pablo Palant. Su compañero en el programa de tevé Sobremesa con Crespi le había advertido sobre su predisposición a los aforismos y, en plena madrugada, manejando hasta el velorio pensó: “El dolor es el dibujante de la fisonomía”. Desde ese momento, le comenzaron a brotar como inspiraciones. “No me puedo empujar o forzar a escribir. Es como si alguien me lo dictara. Casi no los modifico, como vienen, quedan”, cuenta. Los que se conocen abarcan diferentes sentimientos, hablan del amor, la mujer, la amistad y la humanidad. 

Incluso tiene uno que invita a reflexionar en este contexto de pandemia donde se extraña el contacto social: “¡Tantos siglos de civilización y no aprendimos a abrazarnos!”.

Su gusto por los aforismos apareció en la infancia. La etiqueta de cigarrillos de su papá traía una serie coleccionable de frases y a él le fascinaban. “En el hombre que somos, está el niño que fuimos”, resume con uno de sus aforismos. Piensa que a través de los años la esencia de una persona no cambia y se define como “un hombre con un exceso de sensibilidad. No soporto la ingratitud. Soy un hombre supercomún con la suerte de escribir”. 

Nació en Darregueira, provincia de Buenos Aires, hijo de un lituano y una ucraniana. “Gracias a ella encontré el amor por la lectura. Me decía ‘Es una riqueza que no vas a perder’. Y tenía razón. Una vez, en primer año del secundario, luego de una tarea de composición, sorprendida por mi desempeño, la maestra me pidió que corrigiera los trabajos de mis compañeros”, rememora. 

Recibido de escribano, antes de los aforismos incursionó en los medios de comunicación. Tres bombones y una sugerencia bondadosa le abrieron “la pesada puerta de la televisión”, afirma. Fue luego de que un cliente de su estudio lo motivara a presentarse a una vacante en el viejo Canal 7. Durante la entrevista, vio tan agotado al gerente artístico que le aconsejó descansar en el sillón de la oficina. “En esa época andaba siempre con unos chocolates en el bolsillo y se los convidé. Le dije: ‘Acuéstese tranquilo, yo lo despierto’”. A los veinte minutos, terminó la siesta, y el puesto ya era de Narosky. Entró en el programa Cine Debate cuando todavía los almuerzos de Mirtha Legrand no estaban al aire. Previamente, ya había trabajado en el diario El Mundo y en radio. Si bien no volvió a ejercer en la escribanía, la mantuvo abierta para sus hijos. 

Sostiene que por su trabajo en los medios, las editoriales se interesaron en su literatura. “La primera vez que me presenté en una, dejé mis escritos y me pidieron que volviera a la tarde. Al regresar, me informaron que me publicarían. Les pregunté si les había gustado y me respondieron que no, pero que como tenía público, iba a funcionar. Si todos los hombres se agotó en una semana”, recuerda. 

Hoy sigue conectado con el periodismo, ya que tiene columnas en los diarios de casi todas las capitales del país: “Los aforismos me ayudaron psicológicamente para escribir. Tengo un entrenamiento, digámosle así. Que todavía acepten mis notas implica que no he retrocedido tanto”. Sin embargo, dice que siente el paso del tiempo en el cuerpo. “Las décadas vividas son décadas vívidas. Por todo lo demás, estoy contento con lo vivido”.