Que circule

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El planeta se está deteriorando luego de millones de años de equilibrio. Hoy se utilizan más recursos de los que puede dar. Aquí, una aproximación al nuevo paradigma de la economía circular y sus posibilidades para volver al equilibrio.

Fotos: IStock

Convertir una línea en un círculo. Esa parece ser la cuestión. Simple y complicadísima a la vez. Pero con una característica más, tal vez un tanto dramática: no se trata de una opción, es un mandato de supervivencia.

Hay que admitir que durante los 300 mil años que llevamos habitando este planeta, las cosas se hicieron medianamente bien. De aquellas tribus nómades de cazadores y recolectores, que tomaban lo justo y necesario para vivir y se desplazaban por el territorio buscando lugares apropiados, se pasó a la agricultura, a la fabricación de objetos, al comercio marítimo. Luego la civilización se integró de un lado y del otro de los océanos, y empezó a producir y comerciar en cantidades.

Hasta ahí podríamos aventurar este sucinto resumen de la historia de la humanidad, en la que la “huella” ecológica del hombre sobre la Tierra había sido siempre inferior a la capacidad de la naturaleza por volver a equilibrar las variables. 

Pero a partir de cierto punto –algunos lo fijan en la Revolución Industrial, otros en la segunda mitad del siglo XX–, estos simpáticos bípedos que tomaron el mando del planeta comenzaron a torcer ese rumbo virtuoso. Empezaron a producir y consumir mucho más de lo que el ciclo natural de la bendita Tierra podía tolerar.

¿Cuál fue la razón? Haber organizado el esquema de producción y consumo sobre la base de una economía lineal. Esto es: materias primas >> producción >> comercio >> consumidores >> triturador >> vertedero. El problema es que si bien resulta cómodo, efectivo, divertido, útil y económico, todos esos adjetivos rigen para el corto plazo. Pasado un punto, ese mecanismo se vuelve todo lo opuesto. Y ese punto no parece estar muy lejano.

NUEVOS PROCESOS

De esto habla Rodrigo Carr, fundador y CEO de R3S3, una empresa argentina dedicada al packaging comercial a partir de materiales reciclados. “El tema de la circularidad es una cosa natural del planeta. El árbol genera hojas, que caen y se convierten en abono, que fertiliza, y así vuelve a crecer otro árbol. Todo el planeta se autorrecicla todo el tiempo. Hasta que el hombre se metió en el medio y transformó en lineal lo que era circular”, le explica a Convivimos

El caso de los envases es paradigmático: “Producimos un packaging espectacular, capaz de durar 500 años. Pero lo usamos un ratito nomás, y lo tiramos. Y así queda dando vueltas cinco siglos”, grafica. Por eso sostiene que el desafío es “lograr que lo que nosotros produzcamos lo podamos volver a producir, pero sin tener que recurrir a elementos naturales”. 

La economía circular se asienta mayoritariamente en esa filosofía. Hacer que circule. Para algunos, el concepto puede no resultar del todo novedoso. Al fin y al cabo, es la idea de reciclaje que se viene oyendo e incorporando desde hace décadas. La respuesta es “Sí, pero no”. Porque si bien el reciclaje forma parte fundamental, no abarca todos los aspectos de la circularidad. Sencillamente porque economía es algo más que reciclaje. 

Para el experto chileno Petar Ostojic, director ejecutivo del Centro de Innovación y Economía Circular (CIEC), el reciclaje es tan solo la punta del iceberg. “Después vienen otros procesos que son intensivos en mano de obra, conocimiento y tecnología, que en conjunto forman esta estrategia. Entre ellos, la reutilización, la remanufactura y la reducción. En la práctica, esto consiste en reimaginar nuestros procesos”, señala.

Ostojic estuvo en la Argentina en agosto del año pasado participando de la Primera Cumbre Mundial de Economía Circular, que se llevó a cabo en Córdoba. En esa instancia dejó en claro el mensaje de que la economía circular “es un modelo de negocio”. Es decir, se está hablando de dinero, de sustentabilidad, de negocios. 

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MÁS QUE VOLUNTAD

Algo de eso seguramente están viendo empresas multinacionales de la talla de Unilever, Pepsico o Nestlé,
que han firmado un compromiso mundial para llevar sus desechos plásticos a cero en el año 2030. Esos monstruos del retail “ya han comenzado el camino implementando procesos para generar soluciones totalmente sustentables”, según apunta el propio Carr. 

El desafío es cómo lograr que esto tome vuelo. Para hacerlo, es necesario que este tipo de acciones dejen de depender de la “voluntad” de algunas empresas. Ese nuevo escenario probablemente ya está en camino.

“Producimos un packaging  capaz de durar 500 años, pero lo usamos un ratito”.
Rodrigo Carr.

“La Unión Europea viene en punta con el tema. Sumemos que con Biden en la Casa Blanca, Estados Unidos vuelve al Acuerdo de París y empieza a generar legislaciones e incentivos para que sus empresas se acoplen a ese camino. Lo mismo con China, que a partir del último plan quinquenal también empieza a girar en ese sentido. Todo esto va a modificar las reglas de juego del comercio internacional”, explica Enzo Cravero, presidente del Ente Biocórdoba, organismo estatal de la capital cordobesa que busca impulsar este tipo de transformaciones en la ciudad. 

Precisamente esos cambios en las regulaciones se van transformando en mayores exigencias, las cuales, en una economía globalizada, tarde o temprano irán demandando cambios. Y el que no sepa adaptarse, quedará afuera. “La Unión Europea avanza hacia normativizaciones cada vez más fuertes, que además regulan toda la cadena de proveedores. Esto va cambiando el escenario, y a las empresas locales no les quedará otra que adaptarse, porque si no lo hacen, se van a quedar sin mercado”, definió.

De allí la decisión de los organismos estatales de “empezar a acompañar a empresas y emprendedores que generen esquemas de producción de bienes o productos que no provengan de materia prima virgen”, señala Cravero en diálogo con Convivimos, pregonando la necesidad de que la industria tradicional “empiece a potenciar su proceso hacia la economía circular”.

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¿CÓMO SE HACE? 

Para Cravero, este proceso se define en lo que él llama “tres estadios”:

1- Que empiecen a gestionar bien sus residuos. Eso implica optimizar sus procesos para separar los residuos industriales y reintroducirlos en algún circuito de la economía.

2- Que empiecen a modificar sus procesos industriales, para optimizar la utilización de la materia prima e incorporar insumos del reciclaje.

3- Que empiecen a modificar los diseños de los productos que van a llevar al mercado, para que desde el inicio sean concebidos sin tanta materia prima virgen, y también que tengan mayor durabilidad (adiós a la odiosa obsolescencia programada).

Pero, además, en todo este ciclo también surge la necesidad de que las empresas se hagan responsables por los residuos de aquellos productos que pusieron en el mercado. “Aunque parezca increíble, estos principios ya están modificando la estructura de diseño de productos de muchas empresas en el mundo”, dice Cravero. Y sí, mejor pensar las soluciones desde el vamos.

El problema en la Argentina, con sus crisis recurrentes, con la industria al borde o a veces por debajo de la línea de rentabilidad, es que el único incentivo para sumarse a la economía circular parece ser moral. “Por ahora es solo eso –se resigna Carr–. Estamos en la primera etapa en la Argentina. Muy pocos lo estamos haciendo, siempre a pulmón y sin ayuda de nadie”.

Lamentablemente, mientras el proceso de fabricar con materiales reciclados sea más caro que hacerlo con material virgen, seguirán siendo unos pocos los que se sumen. No obstante, el fundador de R3S3 considera que, en el mediano plazo, las nuevas tecnologías podrían traer las soluciones. “Cuando aparece una nueva tecnología, en las primeras instancias siempre se vuelven más caras, pero se van amortizando con el paso del tiempo. Y es hacia eso a lo que tenemos que apuntar”, asegura.

En algunos países como Francia, el Estado trabaja con mecanismos de incentivos y castigos. Las empresas que no logran gestionar adecuadamente sus residuos, las que no logran procesos que permitan reintroducirlos, tienen que pagar penalidades. 

Con la ley de envases se pretende hacer algo parecido en nuestro país. Pero el empresario advierte que para que funcione, “lo que se recaude por esas penalidades debe destinarse a dar apoyos e incentivos a los que sí reciclan”. Porque de lo contrario, sostiene, “se terminaría convirtiendo en un impuesto más”.

Cravero, el presidente del Ente Biocórdoba, imagina también otros aportes que se pueden hacer desde el Estado, el cual desde su perspectiva debe actuar como articulador (de los diversos actores de la sociedad: empresas, universidades, organizaciones barriales, entes estatales), como incentivador (mediante subsidios o penalidades) y como consumidor (impulsando la economía circular desde la demanda propia de bienes y servicios que contrata).