Santiago Kovadloff: “El intelectual es un explorador de incertidumbres”

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Filósofo, poeta, ensayista, escritor de libros infantiles, acaba de presentar La aventura de pensar. Conversación con un intelectual que privilegia el valor de la incertidumbre por sobre la certeza.

Fotos: Alejandra López

“Si yo no fuera escritor, no sé qué sería”, dice Santiago Kovadloff casi como una fatalidad, apoyado en el escritorio de la sala donde escribe, en su casa, rodeado de libros, con su pluma, sus lápices y sus cuadernos, con la luz de una lámpara siempre encendida sobre los trazos de su escritura. Ríos de tinta que metódicamente van encontrando su cauce en el papel, a veces en forma de poesía, otras, discurriendo en el continente del ensayo.

Acaba de publicar La aventura de pensar (Emecé), un libro que reúne textos emblemáticos de su obra ensayística, desde 1980 hasta 2018.  

Al igual que Borges, Kovadloff cree que la filosofía es una forma de literatura. ¿En qué se diferencian? Para él, en el registro tonal que tienen una y otra. “La literatura tiende a privilegiar la intensidad de lo emocional; la filosofía, el poder de persuasión del concepto. Pero no está despojada de sensibilidad, y mucho menos, de emocionalidad, porque la filosofía, finalmente, es la manifestación del destino conceptual que recorre una vivencia determinada por parte del autor”, afirma. “Las distinciones genéricas –agrega– no deberían ser muy taxativas”. 

  • En uno de los textos de su libro afirma que nadie elige la forma en la que habrá de expresarse, sino que se encuentra “condenado” a ella. ¿Se encuentra condenado al ensayo?

Con la palabra “condenado” he querido decir que una vocación no se elige. Uno no cultiva un género, aunque pueda “interesarle”, sino que en él la enunciación se configura de cierta manera y no de otra. Por ejemplo, en mí, el anhelo y el imperativo de escribir no toman nunca la forma de una novela, no siento necesidad de escribir novela. Siento sí la necesidad de escribir un cuento para niños, un poema, un ensayo o un artículo, y entonces la “condena” tiene que ver con este carácter autoritario de la vocación. Uno no tiene una vocación, la vocación lo tiene a uno. No se elige una vocación, lo que se puede elegir tiene siempre el carácter de un acto de libertad subjetiva. 

  • ¿Cuál es la misión del intelectual?

Creo que el intelectual, el escritor, el artista, son personas que privilegian las preguntas, los interrogantes, el valor de la incertidumbre por sobre la certeza, el pensamiento inequívoco o la tendencia a disponer de más respuestas que de preguntas. Un intelectual es un explorador de incertidumbres. Es alguien que busca devolver el pensamiento al campo de lo complejo, porque en el campo de lo complejo el pensamiento libre respira mejor. Yo llamo “complejo” a lo que está alejado de las simplificaciones, de las polarizaciones que no toleran diversidades o que no toleran diferencias. Para mí hay una incompatibilidad profunda entre el ejercicio de una vida intelectualmente concebida y la opresión propia del pensamiento autoritario, autocrático o totalitario.

  • Uno de los factores que señala como causante de la decadencia argentina es la pérdida de tiempo, tiempo entendido como herramienta de cambio. ¿Estamos condenados a vivir solamente el presente?

La palabra “condena” vuelve a aparecer en nuestra conversación [se ríe], y yo en principio le diría que no hay naciones condenadas a la inmovilidad, hay etapas donde puede preponderar un pensamiento regresivo, y en otras, un pensamiento progresivo. La Argentina es un país que ha perdido mucho tiempo y sigue estando en aspectos fundamentales más cerca del siglo XIX que del siglo XXI. Y esto se debe a que hay deudas pendientes, etapas constitutivas de la identidad nacional que no han sido saldadas. Entonces, la pérdida de tiempo tiene que ver con el predominio de la repetición del error por sobre la innovación reparadora. Repetir errores significa no poder aprender de la experiencia, no poder convertir el fracaso en fuente de aprendizaje. Por ese motivo es que nuestras democracias siguen todavía siendo tan frágiles, y las prácticas democráticas argentinas ponen en evidencia que el poder sigue preponderando sobre la ley, tratando de poner la ley al servicio del poder y no al revés. Entonces eso hace de nosotros una nación monótona, es decir, repetitiva. Estamos con pocos recursos de discernimiento general para advertir cuáles son los desafíos de nuestra época. Qué es lo que el tiempo en que vivimos nos exige para poder convertirnos cabalmente en una nación y no en un conglomerado. Si en la Argentina abunda la pobreza de esta manera trágica es porque no hemos sabido administrar el desarrollo. Es decir, que la política ha fallado, y no la disponibilidad o no de recursos objetivos. La Argentina es un país rico que aplica muy mal la relación o la gestión de su riqueza para generar equidad social, y eso es un déficit de la política, pero un déficit que se reitera, porque todavía no hemos aprendido a privilegiar la ley sobre el poder, para que los objetivos fundamentales del desarrollo no queden expuestos a ese pragmatismo cínico que muchas veces domina el ejercicio de la política en beneficio de las corporaciones.

  • ¿Ese pragmatismo cínico se resuelve a fuerza de más años de democracia como ha pasado en otros países? ¿De qué manera considera que se puede avanzar?

Es una conjunción de factores, transitar del pensamiento regresivo al pensamiento progresivo. Sin duda alguna, los años de estabilidad democrática sustancialmente entendidos como años de producción del afianzamiento de nuestras instituciones por sobre los intereses momentáneos del partido gobernante han sido y son fundamentales en muchos países. Otro factor básico, y ya no serían los años de experiencia democrática sino complementariamente, la prioridad de los imperativos constitucionales en el ejercicio de la política, el poder darse cuenta de que la Constitución vertebra las modalidades imprescindibles de convivencia para que podamos desplegar nuestra vida en un régimen democrático republicano. Si no nos atenemos a la Constitución, nos atendremos a las leyes que exige el poder de turno. Otro elemento importante que podría hacer de nosotros una nación próspera es justamente la posibilidad de concebir el mérito, la capacidad de producir riqueza, de generarla, de alentar el conocimiento a través de la formación universitaria, como de la práctica social, de forma tal que cuando uno se pregunte con qué recursos cuenta el país más allá de sus riquezas naturales, pueda decir que cuenta con una cultura cívica. La cultura cívica es lo que hace de un individuo un ciudadano. Si no hay ciudadanía, no puede haber democracia, la democracia descansa justamente sobre el autorreconocimiento del individuo como  ciudadano.

LIBROS, TRANSFIGURACIÓN Y DESPUÉS

Poesía, filosofía, teología, historia, ciencia y también las obras de los clásicos ocupan lugares especiales en los prolijos estantes de su biblioteca. El escritor cuenta que a veces utiliza un atril para corregir de pie, pero que la mayor parte del tiempo se sienta frente a su escritorio a leer y a escribir más vale a oscuras, aunque el día esté hermoso. “Me gusta tener una lámpara sobre la mesa, sobre el papel”, dice mientras toma la lámpara y alumbra la cámara de su teléfono móvil, del otro lado de la conversación, que transcurre en pleno mediodía.

  • ¿Cuáles son los libros que lograron transfigurarlo, esos que en cierto modo lo cambiaron?

Si yo intentara hacer desde mis 79 años actuales un recorrido cronológico, de atrás para adelante, hasta antes de tener esta conversación con usted, le diría que muchos libros fueron decisivos en ese sentido. Muchos han dejado de ser lo que fueron, pero en su momento fueron decisivos para esa metamorfosis, para esa preñez espiritual que todo gran autor le infunde a su lector cuando se abre uno a la posibilidad de ser tocado por esa obra. De mi adolescencia, Howard Fast, el autor de Espartaco y de tantos otros libros fundantes de mi propia sensibilidad y potenciadores de mi amor a la escritura. Junto a él, Romain Rolland, la poesía de John Keats, la lectura de los grandes historiadores griegos, el descubrimiento de Dante Alighieri, que aún hoy sigue apasionándome. Y en mi adolescencia, el descubrimiento de la literatura de Portugal y, en particular, la de Fernando Pessoa y los grandes poetas brasileros, como Carlos Drummond de Andrade, Murilo Mendes, Vinicius de Moraes. Todos ellos fueron para mí maestros, padres paridores de mi vida, para decirlo de algún modo. Hasta llegar a la juventud, con Franz Kafka, Albert Camus, Jean Paul Sartre, Kierkegaard, Santo Tomás y, sobre todo, San Agustín. Hegel…, amar la filosofía es amar a Hegel. Platón, ¡dios mío!, sigue siendo un interlocutor maravilloso. Y podría nombrarle infinidad de escritores y de lecturas fundadoras, como las de Martin Heidegger y Martin Buber, por ejemplo.

  • Muchas veces los libros fueron combustible de las hogueras. En una circunstancia tan dramática, si tuviera que salvar de las llamas tres o cuatro obras, ¿cuáles elegiría?

Bueno, un poco arbitrariamente y con espontaneidad, la Biblia, las tragedias de los tres griegos –Esquilo, Sófocles y Eurípides–, en quinto lugar, la obra de Shakespeare, y en sexto, la de Borges. Yo viví la experiencia de tener que destruir libros en los años de la dictadura militar, y esa cicatriz nunca se borra, son heridas que no cierran nunca. 

  • Además de escribir, usted lee en voz alta. ¿Hay textos para leer en voz alta y textos para leer en silencio?

Yo digo que ambas lecturas pueden ser complementarias sin ser excluyentes. A mí me gusta mucho leer de ambas maneras. Por ejemplo, creo que la poesía pide una voz alta, que se haga oír, porque es pura entonación. Y no necesariamente la poesía rimada, la poesía en general es una entonación muy potente. En la prosa también, la prosa de un gran ensayista como Montaigne hay que leerla en voz alta, porque uno está escuchando una voz que medita. A mí me desespera –y esto es una confesión– no poder contar nunca con la voz de Dante Alighieri, de Montaigne, de Esquilo… ¿Cómo habrá sido la voz de Sor Juana Inés de la Cruz?, poeta maravillosa. ¿Y la voz de Safo? A mí me gusta mucho leer en voz alta, diría que soy casi un intérprete profesional, porque estoy en un trío de música y poesía, y creo que la voz, para quien no está habituado a leer, lo incita, lo despierta, lo conmueve. 

  • La música siempre ocupó un lugar importante en su vida, la música clásica, la brasileña, el tango me imagino que también, cuando volvió a la Argentina…

Sí, el tango desde aún antes. Mi padre adoraba el tango, lo bailaba muy bien. Y recuerdo todavía con mucha emoción un sábado que yo había salido, mi hermano también, en San Pablo, donde vivíamos; volví a casa no sé por qué motivo y encontré a mis padres bailando solos. Bailaban muy bien el tango. Yo no tengo habilidad para bailar, solo tengo fervor, pero tengo una hija, Valeria, que es y ha sido una bailarina excepcional.

  • No lo imagino bailando arriba de las mesas de un pub en Brasil…

Lo hacía, lo hacía irresponsablemente, bailaba con alegría. Yo bailo con mucha alegría, ¡pero como un oso alegre! Y me gustaba mucho bailar. La música me acompañó siempre. Mi hijo mayor es compositor e intérprete, toca el contrabajo. Mis tres hijos son artistas.

«Siempre le hago lugar a la palabra, venga empañada por la oscuridad o aparezca hasta torpe».

  • ¿Usa alguna libretita para anotar lo que ve o lo que se le ocurre?

Sí, anoto, voy siempre armado, digamos. Le voy a mostrar la libreta donde anoto las distintas versiones de mis poemas… En este caso, por ejemplo, son páginas muy trabajadas. Son las distintas versiones que voy logrando de un texto hasta alcanzarlo.

  • Le gusta escribir a mano, después pasa todo a la computadora.. 

Sí, claro, pero me gusta muchísimo escribir a mano, lo hago naturalmente. En este momento estoy escribiendo un ensayo sobre la intimidad.

  • En sus ensayos hace un elogio de ciertas rutinas, ¿cuáles son las suyas?

Yo le dedico cuatro días a mi trabajo literario: viernes, sábados, domingos y lunes. Esos días, en la medida de lo posible, me dedico a escribir o a leer en forma muy íntima, muy a solas conmigo, o eventualmente alterado por la presencia deliciosa de mi nieto o de una de mis hijas, porque tengo los otros dos viviendo en Europa. Mi mujer es muy estudiosa y también escribe, en su campo, que es el psicoanálisis, de modo que tenemos una vida bastante compatible. Los martes, miércoles y jueves me dedico a la docencia o a dar mis conferencias, ahora por videollamada, pero del viernes al lunes me gusta mucho estar a solas, escribiendo, o cuando no estoy escribiendo, me dedico a ensayar con mis compañeros músicos. Tengo una vida que también tiene otros matices, a mí me gusta mucho la intervención política, el debate político. Mi vida es ordenada, disciplinada, porque entiendo que sin disciplina se hace muy difícil. La musa tiene sus exigencias [se ríe]. Ella no viene cuando yo quiero, viene cuando quiere ella. Y cuando viene de visita, tengo que estar con la casa preparada para recibirla. ¿Y la casa qué es?, bueno, me siento en mi escritorio a trabajar a ver si viene, empiezo a escribir, lo que sea, trato de que mis palabras se plasmen en el papel y de pronto ella está ahí, y otras veces no, no tienen gracia, en el sentido teológico. 

  • ¿Escribe palabras sueltas que pueden ser indicios de otra cosa?

Tal cual, siempre le hago lugar a la palabra, venga empañada por la oscuridad o aparezca hasta torpe; yo presiento enseguida que me visitó alguien. A veces, súbitamente se me ocurre una frase para un ensayo y es como un regalo. Pero hay que estar disponible, distraído para eso, porque cuando uno está sumamente concentrado, ella es muy tímida, entonces no viene 

FÚTBOL Y ENTUSIASMO

En Kovadloff, jugar al fútbol y bailar forman parte de un mismo entusiasmo. “Era muy buen arquero”, afirma. “Siempre me gustó jugar al arco, aunque también jugué de 3, en la defensa. Pero sobre todo, como arquero. Jugué toda la vida, también en la universidad. Lo hice hasta los 42 años, hasta el día en que me di cuenta de que tenía más conocimientos que reflejos”, cuenta mientras se ríe de las ventajas que le dio haber jugado en esa posición. Hincha de Racing, se le ilumina la cara cuando recuerda el último resultado del clásico de Avellaneda. “Me encanta el fútbol”, dice. No quedan dudas.