Donde hay amor, hay una familia

0
145

Cecilia Cazenave dejó atrás su vida como monja para adoptar a uno de los chicos que cuidaba en tránsito. La llegada de Benjamín sacudió todo.

Foto: Pato Pérez  

Benja recorre el patio a toda velocidad en su minimoto. Recibe a las visitas con una sonrisa y las invita a jugar, a meterse en la pileta, a quedarse un rato más, a volver. Es un anfitrión de lujo, y eso lo aprendió de Cecilia, quien modificó toda su vida desde que él llegó: su trabajo, sus prioridades, sus ideas sobre lo que significa una familia, sobre la generosidad y sobre el egoísmo.

Desde muy chica, Cecilia se sintió conectada con la vida religiosa. Con el paso de los años, la atracción se intensificó y, aunque intentó esquivar el llamado estudiando diferentes carreras, al experimentar en retiros espirituales y misiones la vida franciscana decidió que quería dedicar su tiempo a la oración y a ayudar a quienes lo necesitaran. 

Estaba misionando en el norte argentino, en un pueblito sin luz ni agua, cuando junto a su grupo quedaron varados por un diluvio. Ella era la coordinadora, no conocía a nadie y los lugareños no la habían recibido con demasiada alegría. Sin embargo, ahí terminó de confirmar lo que sospechaba: “Pensé ‘Esto es lo que quiero vivir’. Era estar disponible para el otro cuando lo necesitara. Tenía en ese momento 28 años, y la despedida de su vida cotidiana (amigas, familia, un novio y su trabajo como maestra jardinera) dejó algunas heridas: uno de sus hermanos no aceptó el nuevo camino que emprendió, y tampoco lo hizo una de sus mejores amigas. Cecilia comprendió el enojo y continuó adelante. Ya habría tiempo para recomponer lo que se pudiera.

Un tiempo después, fue enviada a Tartagal, en la provincia de Salta. Allí le pidieron colaboración en un hogar de chicos en tránsito: debía cuidar bebés hasta que una familia los adoptara. “Un niño necesita contacto, afecto y amor, y en ese hogar no daban abasto, eran pocos adultos para tantos chicos. Así que pedí que me dejaran llevármelos donde residía, para cuidarlos mejor”, recuerda.

Desde ese momento, convive permanentemente con dos o tres bebés en tránsito.

Volvió a Buenos Aires en octubre de 2016 para estar más cerca de sus padres, que se encontraban en un estado delicado de salud, y una de las primeras cosas que hizo fue buscar una fundación de chicos en tránsito donde dar una mano. En abril de 2017 –ya había dejado los hábitos– recibió a Benja, un bebé de cuatro meses y medio con parálisis cerebral. Su vida volvió a cambiar, aunque entonces no lo sabía.

El diagnóstico de Benja fue un primer aviso de que su adopción no sería sencilla. Cecilia encaró todas las terapias necesarias para estimularlo y que su desarrollo no sufriera ninguna interrupción hasta que llegara el momento de que lo adoptaran. El vínculo entre ambos se hizo cada vez más cercano con el paso del tiempo: Benja demandaba más que los otros bebés y Cecilia estuvo completamente disponible para él.

Una vez que se abrió la convocatoria pública para su adopción, solo hubo dos familias interesadas en incorporarlo a sus hogares, ambas amigas de Cecilia. En una de ellas había niños chiquitos y decidieron bajarse ante la imposibilidad de sumar uno más; en la otra, una fatalidad cambió los planes.

Mientras tanto, a Cecilia le surgían propuestas laborales y particularmente le tentaba volver a vivir en Salta. Pero no podía ni quería alejar a Benja del círculo que se había formado a su alrededor: una nena de su misma edad que convivía con él; los padres, hermanos y sobrinos de Cecilia, que fueron los invitados a su segundo cumpleaños. Precisamente en esa fiesta, Cecilia entendió algo fundamental: “Yo sentía que era egoísta de mi parte no darle la posibilidad de tener una familia, con un papá y una mamá, dos papás, dos mamás o como estuviera conformada. Pero ahí me di cuenta de que Benja ya tenía una familia, que no era solo yo, sino todo ese círculo”.

Fue entonces cuando decidió adoptarlo, un proceso que culminó el año pasado. Benja ya lleva su apellido. “Ser mamá soltera no encajaba en mi forma de vida, pero él ni se lo cuestiona. Hoy lo acepto. No sé si era el plan de Dios, pero con todo lo que pasó, siento que de alguna manera acomodó las cosas un poquito para que se dieran así”, piensa.