Mauro Piterman: El hombre orquesta

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Mauro Piterman es saxofonista y escritor. Dirige bandas de jazz y escribe ficciones en forma desprejuiciada, bien lejos de las vanidades y las marquesinas.

Foto: Pepe Mateos

No caben dudas de que Mauro Piterman hace lo que le gusta: vive de la música como profesor de saxo y músico de jazz, pero también le dedica mucho tiempo a la literatura, y de hecho ya escribió varios libros, en general autopublicados. Pero lo más interesante es cómo desarrolló sus dos pasiones: siguiendo su propio camino, o su instinto, en forma casi autodidacta y sin “creérsela” en lo más mínimo.

“Quizás sea una cuestión de genes, porque mi abuelo era bandoneonista y mi mamá cantante lírica, los dos con discos grabados”, cuenta. Pero no hubo imposición familiar: a él le interesó la música por primera vez gracias a un compañero del colegio industrial que tocaba el oboe: “Me deslumbró su comunión con el instrumento, y empecé a estudiar flauta traversa. Pero me di cuenta enseguida de que me faltaba voluntad para practicar full time y convertirme en concertista”, admite.

Al mismo tiempo, otro compañero lo inició en la lectura y le pasó algunos libros típicamente iniciáticos, como Un mundo feliz, de Aldous Huxley. Era algo que jamás antes había formado parte de sus inquietudes y lo tomó como un pasatiempo constructivo mientras estudiaba Arquitectura sin demasiada convicción.

Pero a los 20 años y monedas, un hecho cambió su horizonte para siempre: lo invitaron a una jam session, es decir, a improvisar con músicos de jazz de su misma edad, y entonces sintió que había encontrado lo que buscaba: “Era una música que me daba libertad y me liberaba de la exigencia académica”, cuenta. Desde entonces, su instrumento predilecto es el saxo tenor, que es al jazz lo que la guitarra eléctrica al rock.

Junto a un guitarrista y un contrabajista formó el Trío Orpheus, que más tarde fue cuarteto con un baterista. Consiguieron su primer contrato gracias a un aviso en un diario que pedía acompañantes para los Ángeles de Smith, un olvidado grupo ochentoso, y luego continuaron como grupo instrumental todoterreno. “Tocábamos en eventos, casamientos, fiestas de 15, bar mitzvá y hasta cumpleaños en casas de familia”, recuerda. También empezó a dar clases particulares de flauta y saxo; ya estaba casado y, por suerte, le sobraba trabajo.

Por entonces empezó también a escribir cuentos, lejos de cualquier pretensión y sin haber pisado jamás un taller literario, pero con mucha voluntad y, sobre todo, un gran sentido del humor. Así vieron la luz los cuentos de Pastrón y pepino (2008), centrados en la picaresca de la colectividad judía, y Solo estallan chanchos en Villa Insuperable (2015), ciencia ficción distópica ambientada en esa localidad real de La Matanza, pleno conurbano bonaerense. “Mi familia tenía una fábrica metalúrgica allí y nosotros vivíamos arriba, rodeados de contaminación y olores, así que me inspiré en recuerdos y sensaciones de mi infancia”, revela. 

También escribió una novela, Moi-she (2012), en la que su humor bizarro alcanza el cénit cuando el protagonista y alter ego de Mauro (“Moishe” es su nombre en idish), preso en una cárcel de máxima seguridad a causa de un equívoco, se dedica a convertir al judaísmo a sus compañeros de pabellón y a practicarles él mismo la circuncisión. Su último libro, La novela de Atlanta (2018, El bien del sauce), está dedicado al equipo de sus amores.

Al mismo tiempo, a partir de los 90 el trabajo musical aumentó y el grupo creció hasta tener 20 miembros: así nació la No Alineados Big Band, una auténtica orquesta de jazz, inusual en nuestro país, que él mismo lideró y dirigió entre 1995 y 2002. “Yo conseguía los arreglos para cada tema y dirigía la banda, además de tocar. Para mí era algo natural, porque siempre tuve la voluntad de ocuparme de todo, y me sentía un director técnico dentro de la cancha”, confiesa. Pero también acota, con orgullo, que por esa formación “pasaron varios de los que hoy son los mejores músicos argentinos de jazz”.

Actualmente dirige dos bandas –la muy profesional Cubil Orquesta y otra integrada por sus alumnos, la Centenario Big Band–, además de integrar el muy interesante dúo Contrasaxo (contrabajo y saxo). Y sigue escribiendo: anticipa que en su próximo libro va a compendiar las anécdotas increíbles que vivió en todos los estratos de la profesión de músico. La fusión entre sus dos pasiones.