El zorzal, un canto a la vida

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El zorzal, que según cuentan los guaraníes alguna vez fue un joven cazador enamorado, nos regala cada amanecer la alegría de su canto.

Fotos Nico Pérez Texto María Inés Balbín

Entona sus primeras estrofas cuando el sol ni siquiera ha despuntado en el horizonte. Su canto melodioso, armónico y repetitivo se cuela en los resquicios de nuestro sueño. ¿Por qué canta tan temprano el zorzal? No se sabe a ciencia cierta, pero se cree que para conquistar a su pareja. Después de todo, “a quien madruga Dios lo ayuda” y hacerse notar en el silencio matinal, antes del bullicio cotidiano, parece ser una buena estrategia para atraer el amor.  

Para los pichones no hay nada más reconfortante que cobijarse bajo las plumas de sus padres después de un chaparrón.
La lombriz ocupa, sin duda, el puesto número uno entre las preferencias gastronómicas del zorzal.
Uno, dos, tres… ¡a volar! Pichón listo para abandonar el nido. Las próximas semanas, para este joven zorzal de 17 días, son cruciales y peligrosas.

Y no es para menos: detrás de este galán de pecho colorado existe, de hecho, una verdadera historia romántica. Cuentan los guaraníes que el zorzal, antes de ser un ave, fue un joven cazador que estaba perdidamente enamorado de Agüaí, una muchacha de su tribu. Su amor era correspondido, y el bosque entero era testigo de aquel romance. Cada tarde, luego de un arduo día de caza, Zorzal le dedicaba a su amada dulces canciones con su flauta y paseaban, alegres, disfrutando de su amor. Como es de imaginar, tanta felicidad despertó envidias y resquemores en la tribu, por lo que el hechicero convenció al cacique de que la desgracia se abatiría sobre el pueblo por culpa de aquel amor. Sin más miramientos, Zorzal fue atado a un árbol donde una bandada de flechas atravesó su corazón. Su pecho se tiñó de rojo y su flauta, ya muda, rodó por el suelo. Al día siguiente, Agüaí, desconsolada, se acercó al árbol donde había perdido la vida su amor y, para su sorpresa, encontró un ave con el pecho colorado que cantaba tan dulcemente como lo hacía Zorzal. Enseguida lo supo: Tupá, el dios que todo lo puede, había convertido a su amado en aquella maravillosa ave.

Al parecer, el joven cazador mutó de cuerpo, pero no de hábitos. Mucho antes del amanecer, el zorzal canta y comienza con sus labores: corteja a su pareja, se aparea, construye el nido o se ocupa del cuidado de sus crías, como lo demuestran estas imágenes cargadas de poesía que nos acerca Nico Pérez. A través de su lente, un precioso huevo celeste reposa como una gema sobre su nido, un zorzal alimenta a sus pichones –seguramente ha estado hurgueteando entre la hojarasca en busca de la lombriz– y luego los arropa con sus plumas: una serie de gestos amorosos, un canto a la vida.

Tal vez los saltos cortos y las carreritas de patas largas del zorzal, su habilidad como cazador, su canto melodioso y el amor por los suyos sean aún resabios de aquel hombre que una vez fue y que Tupá, el dios de los guaraníes, bendijo con la eternidad. 

Zorzal comiendo frutos de mburucuyá, también llamado fruto de la pasión.
Huevo turquesa de zorzal, una gema bella y delicada. En la foto, el primero de los cuatro huevos de su camada.
En una nidada, piar más fuerte y llegar más alto tiene sus ventajas a la hora de recibir alimento. Aquí pichones de cinco días de edad.
Nico Pérez

Fotógrafo y artista visual. Especiales de National Geographic, más de 500 tapas de revistas -entre ellas, Convivimos- y numerosos premios, integran el récord de este profesional que ha exhibido su obra en importantes galerías y museos de la Argentina, Estados Unidos y Bélgica.