San Pedro de Atacama y el desierto:
Un viaje a las estrellas

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Las postales más deslumbrantes se hacen realidad en una de las grandes zonas turísticas de Chile. En el norte del país, un pueblo rodeado de volcanes, en la inmensidad del desierto más seco del mundo, desafía la lógica de los sentidos.

Por Ricardo Gotta
Fotos Gentileza SERNATUR-Chile

Un viajero avezado, buen conocedor de los más recónditos rincones del planeta, definió el desierto de Atacama como uno de los lugares más conmocionantes y enigmáticos, único por su silencio, su inmensidad y su infinita belleza, con la cordillera de los Andes como majestuoso telón de fondo. Enclavado en el alma de esa inmensidad se halla San Pedro, un pueblo antiguo, con sus calles de tierra y casas de adobe, que suele servir de punto de partida para viajes inolvidables por las culturas ancestrales y ser parte de las postales deslumbrantes.San Pedro de Atacama se encuentra ubicada en la provincia de El Loa, a 100 km de Calama y a 311 de Antofagasta, la capital de la Región II, de las 16 en que se divide el territorio chileno. La Región III está inmediatamente hacia el sur, también lleva la denominación de Atacama y su principal ciudad es Copiapó. Ambas regiones limitan entre sí y con el océano Pacífico y el norte argentino. Es una de las grandes zonas turísticas de Chile. Las otras son la capital, Santiago; el balneario Viña del Mar; la Isla de Pascua y la Patagonia compartida con la Argentina.
 
Bañada por la furiosa energía del Pacífico, la costa rocosa de la «Perla del Norte», la ciudad de Antofagasta.

San Pedro es un pueblo rodeado de volcanes: el Sairecabur (6026 m de altura), el Licancabur (5916) y el más cercano, el Putana (5890), entre otros, todos activos y desbordantes de leyendas. Es, además, un oasis de algarrobos con una población menor a los 6000 habitantes que, inmerso en el siglo XXI, ingresó al convencimiento de que una llave para su desarrollo sería el turismo, luego de aquellas épocas en que la economía pasaba por la explotación minera con extracciones de sal y de hierro. Miles de turistas de los más diversos países lo transitan durante todo el año (aunque la temporada alta vaya desde octubre hasta abril) al considerarlo un “centro energético”, tal vez, consecuencia de la mirada de los hippies, que con sus mochilas convirtieron la región en su favorita desde los años 70 hasta mediados de la década de los 90.
Tierra reseca y abrupta que, sin embargo, albergó a los primeros pobladores sedentarios del actual territorio chileno, que capitalizaron las escasas aguas del río Salado para armar terrazas de cultivos elementales que alimentaban con guano de alpacas y llamas. Ese lugar, denominado la aldea de Tulor, hoy son ruinas arqueológicas enterradas en el desierto que llaman la atención por sus construcciones circulares antisísmicas.

Las escasas manzanas de San Pedro, no más de una decena, en desordenado reparto, mantienen sus calles de tierra y sus antiguas construcciones de adobe, junto a los nuevos hoteles y restoranes que adaptan su modernidad al estilo, al paisaje y a los tiempos de sus lugareños, los atacameños, que van de la mano con los 2407 metros de altura. La calle Domingo Atienza rodea al pueblo: trabajada con bichufita (una mezcla de sal, sorgo y agua) permite el tránsito de los automóviles. A la principal, Caracoles, hay que recorrerla a pie, y es escenario de la oferta de sus productos regionales artesanales, de alojamientos diversos y de varios centros gastronómicos. Allí está, por supuesto, la iglesia construida en 1641 frente a la Plaza de Armas, un remanso de paz en un sitio que es, de por sí, la exaltación de la tranquilidad.
Claro que sus noches, exentas de la diversión tradicional, presentan un panorama mágico, con su silencio y la posibilidad de avistar un cielo atestado de estrellas para, al día siguiente, encarar sí las diversas excursiones que la zona propone.

El salar de Tala, con su topografía irregular y la eterna compañía del silbido del viento.

MÁS ALLÁ, LA INMENSIDAD
El desierto de Atacama –que en lengua quechua significa “pato negro”, y en cunza “tengo frío”– es el más seco del planeta, aunque hasta hace tres millones de años era un lecho marino asociado al océano Pacífico que servía de hogar a múltiples especies, hoy corroboradas como inertes restos fósiles y espectaculares corales. Se explica por un fenómeno climático conocido como efecto Föhn, que demuestra por qué las nubes solo descargan sus precipitaciones en una cara de la montaña, ya que la cordillera les dificulta su ascenso. Comparte una similar latitud con el Gran Desierto de Australia o el del Kalahari, ya que se sitúa en el límite del trópico de Capricornio. Y hasta en una época fue pensado como posible campo de pruebas para viajes a Marte o a otros planetas.
Claro que de entre todos los paisajes que ofrece el desierto de Atacama, probablemente el más impresionante para el viajero sea el del Valle de la Luna. Sus atardeceres y su luna gigante, dicen, no admiten comparaciones con ninguna otra imagen parecida en el planeta. Uno de los mejores lugares para admirar la zona es la Piedra del Coyote, una formación de rocosa desde donde son imperdibles los ocasos en el volcán Licancabur. Los colores que se aprecian en el horizonte no tienen lógica sino en extraños fenómenos físicos que suelen ser inentendibles para el visitante llano. Un tour astronómico en la inmensidad del desierto, acostados sobre la arena y tapados con una frazada de alpaca, cuando el sol ya se escondió y el cielo es un diluvio de estrellas, completa un paseo que no puede ser más mágico.
A los que llegan a admirar el salar de Tara se les aconseja aprovechar la posibilidad de conjugar el paisaje de formaciones rocosas que aparecen en medio de la nada, escuchando el silbido del viento y deleitándose con la soledad del lugar, con la degustación de un exquisito aperitivo de quesos, frutos secos y vino, todos alimentos regionales.
Por su lado, las termas de Puritama, que se encuentran a más de 3500 metros de altura, emplazadas en un cañón natural por donde corren aguas a 33 °C, son utilizadas desde hace siglos con fines medicinales y también de extremo relax. Los géiseres del Tatio (en lengua quechua, “horno”) están ubicados 90 km al norte de San Pedro, en el campo geotérmico más alto del mundo, a 4320 m. Sus imponentes fumarolas, que llegan a los diez metros de altura, en realidad son emanaciones de agua y vapor a más de 80ºC por las fisuras en la corteza terrestre, y se producen cuando ríos subterráneos de agua helada se topan con rocas incandescentes.
Otros paseos pueden ser al monumento del Pukará de Quitor, 4 km al norte, junto al río Grande, una fortaleza defensiva construida en el siglo XII, luego ocupada por los incas. O a una serie de lagunas salobres a 20 km de San Pedro: Cejar, Piedra, Ojos del Salar y Tebinquinche. En la Piedra, los visitantes pueden bañarse flotando en las densas aguas saladas, con vista a la cordillera. Estos agujeros en el estado árido de la región permiten el surgimiento de ciertas plantas que a su vez atraen a animales, como por caso cóndores, flamencos (el chileno y el andino), llamas, alpacas, vicuñas y guanacos, aunque también se suelen divisar zorros y algunas vizcachas.
En el camino aparecen pueblos colgados del cielo, como Machuca, 80 km al norte: una veintena de casas con techo de paja alineadas en una única calle, comandada en lo alto por una iglesia, con algunas llamas pastoreando por allí. O el pueblo de Toconao, que sorprende por sus muchos jardines y árboles frutales, por su vid y por su iglesia San Luca, que posee un campanario de 1750, construido en madera de cactus y adobe.

En medio de la nada surgen pueblitos antiquísimos, como Machuca, Toconao o Chui Chui.

LAS CIUDADES DEL DESIERTO
Claro que la alternativa es volver al mundanal ruido, visitando ciudades como Calama o Antofagasta. La primera suele ser considerada la puerta del desierto. Sus atractivos son la mina de Chuquicamata (el yacimiento cuprífero a cielo abierto más grande del mundo); los salares de Carcote y Ascotán; los centros geotérmicos del Tatio; aves acuáticas como flamencos, parinos, huallotos, taguas, patos silvestres; y su tradición de festividades religiosas como la Fiesta de la Virgen de Ayquina. Por su parte, Antofagasta es conocida como la “Perla del Norte” y combina el desierto y el mar, junto a sorprendentes formaciones geológicas, acantilados, aguas cálidas y una flora y fauna muy diversa. Sus balnearios son de los más bellos del norte chileno: Mejillones, la isla Santa María y Hornitos, con aguas de temperaturas agradables, son ideales para deportes náuticos y acuáticos. Otro atractivo es el turismo astronómico con el Observatorio Cerro Parranal.
Todo en sintonía con San Pedro, un sitio de experiencias casi contrapuestas, muy diversas, como realizar sandboard en las dunas, tomar baños en sus salares como si se estuviera en el mar Muerto o el ascenso a la cima de los volcanes, entre muchas otras atracciones que ofrece ese gran desierto que sacude los sentidos. Un territorio inhóspito y, a la vez, maravilloso.

La geografía norteña de Chile en todo su esplendor. Los salares, las lagunas, los impresionantes géiseres y los valles multicolores.

DATOS ÚTILES

CÓMO LLEGAR
En avión: la vía más rápida es acceder a Calama y luego llegar a San Pedro de Atacama (98 km). Desde Santiago existen cinco frecuencias diarias los días de semana y tres frecuencias diarias los fines de semana a través de Latam. La tarifa más económica, ida y vuelta, cuesta unos USD 200. En bus: el viaje demora 20 horas desde Santiago (1629,3 km); hay servicios confortables en líneas como Tur Bus, Pullman Bus, Géminis. En automóvil: desde Santiago, por la ruta 5 y la Panamericana Norte. Se recomienda realizarlo en dos tramos, con detenciones en Caldera (870 km) o Bahía Inglesa y Calama (800 km más).

DÓNDE ALOJARSE
Hay al menos dos centenares de alojamientos de diverso tipo y estrellas. Por caso, el Hotel Pascual Andino, el Terrantai Lodge o el Tierra Atacama Hotel & Spa, entre los más pretenciosos, hasta los hostales Katarpe, Monypan, Sumaj Jallpa, Corvatsch, Residencial Vilacoyo, el Hostal y Camping Puritama, y el Casa Adobe.

GASTRONOMÍA
San Pedro de Atacama cuenta con una variada oferta gastronómica, restaurantes con cocina en hornos solares o de barro, en los que se utilizan productos regionales como quinoa, carne de llama, rica rica (una hierba similar a la menta) y mermelada de zanahoria. Los platos propios de la cultura atacameña son los anticuchos y masa frita.

CLIMA
Desértico, con marcada oscilación térmica entre el día y la noche. La temperatura máxima promedio es de 24,5 ºC; y la mínima, de 17,1 ºC. Las precipitaciones estivales son un poco más frecuentes y la máxima promedio es de 3 mm.

ARTESANÍAS
Tanto San Pedro de Atacama como las otras localidades de la zona son lugares ricos en artesanías: en sus locales y ferias se encuentran hermosos y finos tejidos en lana de llama y alpaca, así como de oveja; cerámicas, trabajos en madera de cactus como paneras, pantallas, instrumentos musicales y adornos. También creaciones en metales, resina, con semillas de chañar y tamarugo, así como textiles y artículos de cuero.

LEYENDA INCA
Una leyenda muy popular en la zona dice que en época de los incas, el espíritu del volcán Licancabur dejaba sentir sus arrebatos de cólera a los indígenas que habitaban sus cercanías. Y para calmar al dios, preparaban una carga de piedras recortadas y otros presentes que trasladaban durante 6000 metros cargados en la espalda. Ese camino puede ser realizado por los turistas… Claro, sin semejante cargamento.

LOS CAMINOS DEL DAKAR

Surgió en África a fines de los 70 y llegó en 2008 a Sudamérica buscando terrenos con similar rudeza. El norte chileno, como el argentino, más los salares bolivianos y el sur peruano resultaron ideales. El Dakar está instalado en estos paisajes, surca sus más increíbles senderos y ofrece al mundo imágenes únicas por lo espectaculares. En este lapso, durante siete ediciones, el desierto de Atacama fue uno de los lugares propicios para un tramo de su recorrido.