Ostende: Un balneario con mucha historia

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Muy cercana a las glamorosas Pinamar y Cariló, la localidad más antigua de la zona muestra los vestigios de sus inicios y el confort acorde a los tiempos modernos. Un destino imperdible que combina el pasado con la arena y el mar.

A principios del siglo XX, más precisamente en 1908, dos adinerados jóvenes del jet set europeo recorrían el mundo: ellos eran Fernando Robette (oriundo de Bélgica) y Agustín Poli (nacido en Italia). Habitualmente moraban en una ciudad portuaria y cosmopolita que admiraban, conocida como “la más británica de Bélgica”, ubicada en la provincia de Flandes Occidental, con hermosas playas y con una actividad febril ya en ese tiempo. Los dos muchachos llegaron a la costa argentina y, aún en la zona del mar Argentino, algunos kilómetros antes de llegar a los bosques de Gesell, se enamoraron del lugar y tuvieron la idea de generar allí una localidad similar, gemela, a la suya ubicada en Bélgica. También la denominaron Ostende, un nombre que proviene de la isla Testerep, situada frente a la costa flamenca. 

Pero los devenires del destino propusieron otra realidad, y esta Ostende bonaerense de hoy, si bien lo suficientemente distinta de su homónima belga, mantiene reminiscencias que aumentan sus atractivos y que le suman un halo de misterio.

Se ubica en esas regiones que pertenecieron originalmente a don Martín de Álzaga y a su esposa Felicitas Guerrero, quien las heredó, aunque solo pudo disfrutarlas por escaso tiempo, ya que falleció en 1872 víctima de un femicidio. Varias manos las manejaron luego, hasta que, en 1908, los dos jóvenes europeos adquirieron una fracción de unos 14 km2 y empezaron a darle impulso. Al poco tiempo llegaba el Ferrocarril del Sud… y allí empezó a transcurrir una historia tan fascinante como esos paisajes.

Efectivamente, una caminata por esas playas tiene muchos significados diferentes. El sol ensalza los sentidos que se entrecruzan para producir un efecto muy parecido al bienestar, barnizado con alegría. Las arenas cálidas y claras le dan un orgulloso marco al mar bravío; el viento susurra una melodía que acuna en su siseo; los médanos acercan una naturaleza que el hombre no inhabilitó. En el aire persiste ese placer de combinar la paz y la excitación.

Es Ostende, una playa que sobresale entre las más rutilantes de la región. Casi enmarcada por la popularidad y la magnificencia de Pinamar hacia el norte; por la paz y la belleza de su vecina Valeria del Mar con la que funda límites; y también con la elegante Cariló, que se encuentra muy cercana, unos pocos kilómetros hacia el sur. 

Ostende representa la tradición, la historia, el refinamiento, la atractiva mixtura de la historia y la modernidad.

Capturar el momento en el que rompe una ola sigue siendo uno de los atractivos de quienes caminan por sus extensas playas.

Los orgullosos restos de una antigua rambla construida con los materiales y los estilos de hace más de un siglo, que aún pueden avistarse, nos permiten adentrarnos en las intenciones estéticas de sus creadores y en el propósito de elegancia europea instalada en plena costa atlántica. Más específicamente, al arribar a la zona de la costanera y la calle Nuestras Malvinas, se encuentran vestigios reales de una obra que en su momento fue considerada monumental, ya que los europeos, deseosos de proveer al balneario de características espectaculares, planearon una estructura de grandes dimensiones, con pasarelas de hormigón armado que pasaban por sobre estructuras de vestuarios y prolongadas escalinatas que se adentraban hasta la playa misma, muy cerca del mar. El plan original también contemplaba un innovador trazado de calles y se completaba con varios hoteles de categoría, así como con rutas adecuadas para el acceso sencillo desde otras ciudades.

La precipitación de las guerras mundiales, en especial de la primera, hizo desvanecer buena parte del proyecto. Las obras quedaron truncas. El paso inexorable de los años, el avance de las dunas y el impacto de la naturaleza hecha viento y agua de mar hicieron el resto. Parte de esa esforzada tarea quedó enterrada hasta que antes de la finalización del siglo se decidió realizar algunos proyectos de excavación en la arena. Hoy, entonces, podemos admirar un sector de esa histórica “rambla de los belgas”: la parte superior de la arquitectura de líneas góticas rematadas en adornos piramidales de generoso porte. Finalmente, en 1995 se declaró a la zona Sitio Histórico Municipal.

La escasa inclinación del suelo al adentrarse al mar hace que las olas sean suaves y regulares.

Así, las áreas de arena mantienen su amplitud como ninguna otra de sus vecinas, justamente por los grandes médanos y porque no tiene avenida costanera, lo que ayuda a mantenerla intacta. Son extensiones que exceden los 200 metros de ancho, con enormes sectores abiertos al público, que configuran balnearios provistos de todas las comodidades para los turistas. La escasa inclinación del suelo al adentrarse al mar hace que durante la mayoría de los días las olas sean suaves y regulares, con una profundidad del mar leve por un amplio sector, lo que le da una mayor seguridad al bañista.

Hay varios balnearios en todo su recorrido, muy atrayentes: 5 Soles, Hipocampo, La Rambla, Barlovento, El Faro, Puerto Ostende. En todos se puede descansar de un modo muy satisfactorio, como así realizar deportes acuáticos (se alquilan las motos de agua en varios puestos), practicar surf o aprovechar la magia de las dunas. Incluso en algunos sectores es posible ingresar con cuatriciclos y con vehículos más grandes. Del mismo modo, hay zonas donde está permitida la pesca.

Tampoco hay edificios de departamentos convencionales en Ostende. La mayoría son casas bajas y chalés, lo que termina de darle a la zona un paisaje que se complementa con la tranquilidad y el sosiego.

Por supuesto que lo que sí queda en pie es el mítico Viejo Hotel Ostende, también gestado en ese ideario del grupo de muchachos europeos. Fue fundado en el año 1913. Originalmente desembocaba en un antiguo muelle, que tiempo después se transformó en un pequeño boliche que tomó notoriedad en la zona, El Viejo del Acordeón.

En el parador del icónico Viejo Hotel Ostende, la literatura es protagonista.

El hotel siempre estuvo plagado de historias y anécdotas, la mayoría de ellas ligadas a la literatura… Es extensísima la lista de escritores que pasaron por sus habitaciones. Por caso, en la novela Los que aman, odian, pergeñada en sus habitaciones por Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo en los años 40, el propio hotel aparece como una “imagen fantasmagórica” entre las dunas. También se alojó allí durante dos veranos consecutivos el escritor francés Antoine de Saint-Exupéry: la habitación del primer piso que ocupó fue restaurada de tal manera que está igual que en aquella época, lo que genera gran curiosidad en los visitantes. Cuenta la leyenda que fue en una hoja con membrete del Viejo Hotel Ostende donde escribió algunas de las primeras frases que luego dieron origen a El principito.

También son muy atractivas otras edificaciones. Como Casa Fasel, la casa de uno de los fundadores del balneario, Fernando Robette, erigida en 1912 con un estilo que aún en la actualidad resulta sumamente atractivo, convertida en un lugar de alojamiento con características propias y una elegancia muy particular. Lo mismo sucede con la Villa Soldaíni. Y, por supuesto, lo que era la casa de retiro espiritual utilizada por los monjes de la orden salesiana, la casa de los monjes carmelitas: hasta que fue vendida, desempeñaban allí tarea de asistencia espiritual. 

Otro de los atractivos vinculados a la historia, y en este caso de alguna manera a la política, es una de las casas más antiguas y bonitas de Ostende, la Elenita. Se la conoce como “la casita de Frondizi” justamente porque fue construida por el matrimonio de Arturo Frondizi y su esposa Elena Faggionato, en 1935, apenas se casaron, cinco lustros antes de que él fuera presidente de la Argentina. La pequeña cabaña de madera está enclavada en los médanos lindantes con la playa misma. Es reducida, pero expone las características que se requieren para sobreponerse a las inclemencias del clima y a los fuertes vientos que generan un fenómeno conocido como el de las “dunas vivas”. Fue restaurada en 1993 por María Mercedes Faggionato y mantiene la historia de sus creadores resumida en objetos, escritos y fotos que se exponen a los visitantes, ya que desde entonces se convirtió en un paseo cultural casi obligado para turistas interesados en la historia. 

Y desde ya, el balneario también ofrece el camping Ostende. Se lo considera el más antiguo de la zona dado que fue fundado en 1964 por Erika Ruth Rodger, Juan Carlos Bregante y sus hijos. Se trata de un muy amplio predio que cuenta con la característica de la amplitud de sus parcelas y una extraordinaria arboleda –plantada por los fundadores– en cada uno de los lugares del predio, que fue actualizándose y brinda todo el confort de los mejores campings.

Así, Ostende, el primer balneario en erigirse en la zona, muestra con orgullo esa cualidad paradójica de la “hermana menor” de Pinamar. Pero con la elegancia, la tradición y la historia que lo convierten en uno de los lugares más visitados, esos que jamás son olvidados. 

La pileta del Viejo Hotel Ostende, que fue fundado en el año 1913.
PINAMAR SIEMPRE ESTUVO CERCA

Para los que prefieren el vértigo, la noche y el ruido, Pinamar se encuentra a solo cinco kilómetros de Ostende, con todo lo que tiene para ofrecer: boliches, entre los que están los más renombrados del país, centros gastronómicos y también deportivos, como el club de golf. Y, por supuesto, el Casino, que funciona sobre la amplia RN 11 que une todas las localidades balnearias de la zona, desde San Clemente del Tuyú, pasando por San Bernardo y Mar de Ajó, junto a sus vecinas, y llegando hasta la zona de Mar Chiquita y Santa Clara del Mar. Cada uno de los balnearios con sus atractivos y sus estilos completan un abanico extraordinario en la costa atlántica.