El diablo metió la cola

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Este mes llega a los cines La primera profecía (2024), precuela del clásico de 1976 dirigido por Richard Donner. Es una buena oportunidad para hablar sobre la maldición que pesó sobre la película protagonizada por Gregory Peck y Lee Remick. Creer o reventar…  

Tras hacer sus votos como monja, una joven estadounidense es enviada a Roma para comenzar su vida de servicio a la Iglesia. Pero, una vez allí, descubre una oscuridad que la lleva a cuestionar su propia fe y también a develar una conspiración aterradora que espera provocar la venida al mundo del hijo de Satanás. De esto trata La primera profecía, film protagonizado por Nell Tiger Free que cuenta los acontecimientos previos a La profecía, el clásico de terror de la década del 70. 

Por si alguien no lo vio, ese largometraje contaba cómo un diplomático, tras una serie de muerte dudosas, comenzaba a pensar que el niño que habían adoptado con su mujer era el mismísimo Anticristo. Este film dio lugar a tres secuelas, una remake en 2006 y una serie de televisión, Damien, que duró solo diez episodios. 

Pero lo interesante es lo que se tejió alrededor de su producción y desarrollo: que era una película maldita por su temática. Los hechos que se sucedieron fueron varios y bastante terroríficos. Por ejemplo, ya el primer día de rodaje varios miembros del equipo técnico sobrevivieron a un accidente automovilístico bastante brutal. Gregory Peck y el guionista David Seltzer tomaron aviones distintos hacia el Reino Unido, donde se hacía la filmación, y ambas aeronaves fueron alcanzadas por un rayo. Al que casi fulmina un rayo también fue al productor Harvey Bernhard mientras se encontraba en la ciudad de Roma. Los perros rottweilers que utilizaron en la película se volvieron locos y atacaron a sus entrenadores. El grupo terrorista IRA puso una bomba en el hotel en el que se hospedaba Richard Donner, que no solo se salvó de ese atentado, sino también de morir atropellado por un coche. 

Otro hecho curioso que vivió Peck fue cuando, después de filmar en Israel, canceló el jet privado que lo trasladaba a Norteamérica de vuelta. Ese vuelo fue alquilado por empresarios japoneses y terminó estrellándose, causando la muerte de todos los que iban a bordo. Uno de los cuidadores del zoológico de Windsor, lugar donde se filmó la escena en que los babuinos atacan el auto en el que va Lee Remick, murió al ser atacado por un león después de terminar la grabación. El maleficio persistió incluso después de terminado el rodaje, durante la postproducción, cuando el especialista en efectos especiales John Richardson resultó herido y su novia decapitada después de ser chocados por un camión cuando volvían del set de Un puente demasiado lejos (1977), en Holanda.

Todos estos sucesos pueden haber sido solo casualidades, o una campaña de prensa bien orquestada, quién lo sabe. Por las dudas, prendamos una vela y recemos. Mejor prevenir que curar.