Búsqueda frenética

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Fernando Medeot
Familiero. Licenciado en Comunicación, publicitario, docente, agnóstico, soñador. Fanático de Serrat, Federer, Benedetti y el buen cine.

Lo juro, mi vida. Puse todo mi esfuerzo en buscar las palabras más evocativas, las más luminosas, las más aterciopeladas, aquellas que me permitieran expresar, simplemente, cuánto te amo.
Hurgué en los anaqueles de voluminosas bibliotecas, bajando libros de los autores más famosos. Leí completo a Bécquer, Benedetti, Baudelaire, Borges y las hermanas Brontë, solo por citarte el catálogo de la “B”. Hasta me di el lujo de repasar los poemas apócrifos de Silvio Soldán.
Googleé sinónimos en Internet, alternando frases célebres de personalidades del mundo con diccionarios de metáforas y metonimias. Stalkeé los perfiles de Esmeralda Mitre, Wanda Nara, Jacobo Winograd, Alejandro Fantino y Sofía Gala, para extraer sus pensamientos más profundos.
Sin poner pausa, escuché todas las canciones de Calamaro, Serrat, Sabina, Cerati e, incluso, le hice un espacio a Arjona, sin dejar de lado una necesaria revisión de las letras de Ulises y el Loco Amato.

“Lo juro, mi vida. Puse todo mi esfuerzo en buscar las palabras más evocativas”.

Recorrí acupunturalmente todos los rincones de la ciudad, tratando de descubrir ocurrentes grafitis que me iluminaran. Me introduje en museos para que los grandes maestros del arte susurraran una frase inmortal.
Senté mi cuerpo y vi por la tele –¡completas!– las mejores telenovelas turcas y mejicanas, aquellas cuyos nombres remitían a las pasiones animales que mueven el mundo. De reojo, les concedí algunos minutos a las trasnoches de los pastores brasileños, buscando el texto superador.
Hice cursos y seminarios con seguidores de Jorge Bucay, clamando por frases de autoayuda que abrieran mi mente.
Escuché los cantos tribuneros, esos que declaran su afecto incondicional por las divisas deportivas.
Consulté con catequistas de inspirados vocablos, esperando una revelación lingüística en sus piadosos sermones.
Fui al cine siguiendo la saga de las sombras oscuras y liberadas de Grey, revolví los viejos VHS y CD tratando de conciliar el milagro de las palabras de Diario de una pasión, Ghost, la sombra del amor o El lado oscuro del corazón.
Maratoneé por Netflix, eligiendo todas las series que empezaban con “amor”. Luego seguí con “pasión” y hasta me animé con las películas de Tinto Brass.
Revisité a mi profesora de coaching, pretendiendo estímulo en sus sanas arengas. Hice un taller literario, solo con el fin de poder articular los vocablos perdidos.
Caminé todas las bahías del lago San Roque rastreando botellas con mensajes escritos por amantes atormentados.
Repasé viejos textos en diarios de otras épocas, escudriñando el espacio del correo sentimental o los consejos de Tita Merello a las muchachas despechadas.
Miré repetidas veces al cielo, por si un avión escribía con humo un aforismo para la eternidad.
Pedí las grabaciones de las radionovelas de Jaime Kloner y Ana María Alfaro, buscando frases amorosas de “Nazareno Cruz”, aun aquellas dictadas por el mismísimo Satanás.
Hasta recurrí a la ayuda de un amigo especialista en criptografía para descifrar frases en sumerio, sánscrito o hebreo pentecostal, escritas en ocultas ruinas del pasado de la humanidad.
Te juro que lo intenté.
Pero nada. No encontré las palabras justas.
Hasta que, como siempre sucede en las búsquedas inclementes, llegó el momento. Tuve una suerte de epifanía y de la oscuridad surgió la luz, la bendición que metió en mi cabeza la frase correcta, los fonemas adecuados para manifestar mi pasión: “Flaca, te requeterrecontracago amando…”