Pantallas (I)

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Guillermo Jaim Etcheverry
Médico, científico y académico; rector de la
Universidad de Buenos Aires entre 2002 y 2006.
En Twitter: @jaim_etcheverry

En los últimos tiempos, numerosas instituciones en todo el mundo han manifestado su preocupación por la exposición precoz de los niños a las pantallas de televisores, computadoras, tabletas digitales, teléfonos, videojuegos, etc. La última en hacerlo ha sido la Organización Mundial de la Salud (OMS), que, desde Ginebra, recomienda que los niños de menos de un año no sean expuestos a esas pantallas y que los de entre dos y cuatro años no tengan más de una hora diaria de “tiempo sedentario de pantalla”. Sin embargo, aún contamos con pocos estudios que demuestren el efecto de la exposición a los diversos tipos de pantallas: no se sabe si es la causante de déficits de atención y cambios de humor, o si interfiere con la capacidad de resolver problemas. Un informe reciente demostró que el hecho de estar mucho tiempo utilizándolas se refleja en calificaciones más bajas en las evaluaciones de conocimientos. Pero se desconoce si estos y los otros efectos descriptos revisten importancia o son duraderos.
Sin embargo, es indudable que las experiencias que viven los niños y adolescentes inciden en el desarrollo de su cerebro, que, en esa etapa evolutiva, experimenta profundos y rápidos cambios. Ante la gran cantidad de resultados poco concluyentes y contradictorios –no pocas veces reflejo de intereses comerciales–, los Institutos Nacionales de la Salud en los EE. UU. iniciaron en 2013 un estudio conocido como ABCD (Adolescent Brain Cognitive Development o desarrollo cognitivo del cerebro adolescente), financiado con 300 millones de dólares y destinado a demostrar cómo afectan ese desarrollo diversas experiencias y factores medioambientales. Entre ellos se analiza la exposición al alcohol y a las drogas, los traumatismos y el tiempo de uso de pantallas, siguiendo a casi 12.000 niños desde los nueve a once años hasta la juventud. Se han publicado resultados preliminares de este estudio que confirman la dificultad que existe para establecer la relación entre la exposición a las pantallas y los cambios conductuales o cognitivos.

“Es preciso que los niños comiencen a vivir no solo una vida sana, sino, sobre todo, real”.

Como señalábamos al comienzo, la preocupación no es nueva. En 2016 la Academia Americana de Pediatría publicó una serie de recomendaciones similares a las formuladas hace poco por la OMS, subrayando la necesidad de prestar atención al tiempo de exposición a las pantallas. A pesar de los interrogantes que aún persisten en torno a los efectos cognitivos, tanto esta institución como la OMS coinciden en destacar el peligro que representan el sedentarismo y las conductas alimentarias favorecidas por la falta de vida activa. Por eso, en las edades tempranas resulta necesario inculcar hábitos de vida saludables que contemplen, entre otros, el ejercicio físico, el deporte y el sueño adecuado.
No menos importante es la experiencia directa de la realidad, cada día más mediatizada por los dispositivos tecnológicos. Por eso, es preciso que los niños comiencen desde los primeros años a vivir no solo una vida sana, sino, sobre todo, real. Tal vez, por esas razones, los responsables de la creación de las modernas herramientas, habitantes del ya famoso Silicon Valley en California, prefieren preservar a sus hijos de una exposición precoz a la tecnología. Pero esa es otra historia…