Milanesio, mejor alumno y compañero

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Así como para la provincia de Buenos Aires Bahía Blanca fue siempre “la capital del básquetbol”, en Córdoba, la cantera de jugadores de dobles, triples, volcadas y canastas fue Río Tercero. 

Y esa ciudad recibió, por cierto, el aporte de lugares más pequeños, cercanos y deseosos de que sus pibes llegaran a jugar en torneos provinciales y argentinos. Una de esas poblaciones es Hernando. Allí, el 11 de febrero de 1965, nació Marcelo Gustavo Milanesio. 

Se inició en el Club Centro Recreativo de Hernando y, en 1977, cuando sus padres se radicaron en Río Tercero, jugó para 9 de Julio, Atlético y Fábrica Militar. Fue campeón argentino en cadetes y juveniles, en 1980 y 1981, dirigido por Rubén Picone y Walter Garrone, respectivamente.

El 8 de junio de 1982, el periodismo se hizo eco de la noticia: “Los hermanos Milanesio ya son de Atenas”. Ya en agosto jugaría su primer partido oficial para Atenas, junto a su hermano Mario, Medardo Ligorria, Rubén Diz y Fernando Pratto, entre otros.

Jugó siempre en Atenas, en la Liga Nacional. Lo hizo desde 1984 hasta 2002. Ganó siete ligas, dos Copas de Campeones y cinco torneos internacionales.

Destacado por su tremendo lanzamiento externo, alcanzó un promedio de efectividad del 43,9 por ciento en triples, a lo largo de las 18 temporadas que jugó en la Liga Nacional. Disputó además 848 partidos, de los cuales los primeros 649 fueron ininterrumpidos. Una lesión sufrida antes de comenzar la liga 1998-99 lo dejó fuera de las canchas por primera vez en su carrera. Y cuando regresó, llevó a “El Griego” a ganar un nuevo campeonato.

Cuando jugaron juntos, su dupla con Héctor Campana era letal. Ganó el Olimpia de Oro en 1993. Y el 13 de mayo de 2002, ante una multitud, en el Polideportivo Carlos Cerutti de Córdoba, Marcelo jugaba su último partido de liga con Atenas. En el quinto juego de las finales, derrotó a Estudiantes de Olavarría 87 a 81 con una gran actuación del capitán verde, que anotó 18 puntos para la victoria, logrando de esta manera su séptimo título. Su camiseta número nueve fue retirada. Ya ninguno podría usarla.

La sensación que dejaba Marcelo era la de estar ante el mejor alumno del curso, el más aplicado, pero, a la vez, el mejor compañero. El muchacho capaz de jugarse por la barra, de dejarte copiar en las pruebas, de hacerte la pata para lo que le pidas, sin medir riesgos.

Respetado por rivales e hinchas contrarios, Marcelo les ponía el pecho a las canchas difíciles y de local se hacía insostenible para los rivales. Aun en un Atenas sin extranjeros, y con la compañía de sus “cómplices de victorias”, como Campana, Cerutti, Osella y Oberto, algunos años más, otros menos, levantaron la bandera del básquetbol cordobés.

Da la sensación de que su carrera pasó volando. Pero vaya si dejó huella. Un lindo ejemplo. Un doble de equilibrio, un triple de conducta, una gran victoria de un caballero de la vida y el básquetbol. 

Ilustración: Pini Arpino