Frágil 

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¿Qué es lejos y qué es cerca? Muchas veces, cuestionaste el sentido de la distancia. Si es una cuestión física, ¿ahora estás lejos de ella? Si la distancia es un promedio de afinidades, sentimientos y experiencias compartidas, ¿estás cerca? 

Sos consciente de que será difícil volver a verla, pero no querés rendirte. Tenés registrados todos los matices de su voz, los tonos de sus miradas, el zigzagueo de su cuerpo y hasta el misterio de sus pensamientos más profundos. Identificás sus tics cuando se replican en otras personas y conocés de memoria sus gestos y sus actos. 

Has borrado de tu mente millones de datos que no te importaban y conservaste todo el resto. Su ropa holgada, las zapatillas rotas, su bandana verde, su locura por los sahumerios de magnolia, el celular de carcasa rosada, su indomable scooter, las lágrimas del final. Ella está y estará siempre porque, lo sabés, nunca abandonará tu cabeza. 

“El recuerdo ganará la batalla”, volvés a decir. Por eso, rescatarla en tus momentos más tristes te hace feliz. Aunque conocés la fragilidad de esos instantes, disfrutás la profunda alegría de saber que el tiempo está de tu lado.

Escribís su nombre para seguir manteniendo la cercanía. Tomás el lápiz y sentís que le acariciás el pelo; lo deslizás dibujando su inicial y el papel parece iluminarse… solo te falta el vino blanco dulce que compartían, el mágico torrontés salteño, porque atrás también escuchás esos temas de Céline Dion y Alanis Morissette que tanto le gustaban. Ella se ha convertido en tu estigma, la marca a fuego en el centro de tu pecho desconcertado. 

“Sabés que los sentimientos son una frágil montaña de emociones”.

Y por eso, a veces, dejás de imaginarla y la seguís sintiendo tuya, pintando, envuelta por un halo que la separa del frío invierno, ese frío cariñoso que los apañaba en la cabaña de Villa Alpina, donde la tibieza de los cuerpos se hacía evidente. Disfrutás contemplando la luz a su alrededor, abarcando sus pinturas y sus sueños. La sentís tan cerca que casi podés besarla. Tus recuerdos son saltimbanquis poderosos que recorren los senderos mágicos de su piel y el perfume que emana. Mirás de nuevo sus fotos, aquellas que le enviaste con su amiga del alma, y no llorás. 

Sabés que los sentimientos nunca son una palabra. Son una frágil montaña de emociones que van asomando de a poco, sorprendiendo, reposando en sabores viejos, en amores sin tiempo. Las palabras sirven para describir todo lo que entra por la piel, pero los sentimientos siempre van más rápido. Las palabras no siempre alcanzan para contar lo que uno siente adentro, en esa misteriosa zona que separa el cerebro del pensamiento.

No te gustan los adioses. Por eso escribís en presente, para calmar su lejanía y mitigar tus ganas de presencia. Es como saber que seguís siendo algo en su vida, que estás al lado, que tu amor es un amor para siempre, que podés hacer un viaje astral y estar con ella. Aunque ella no quiera subirse a tu sueño. 

No te gustan los adioses, pero te das cuenta de que “adiós” es la única palabra que ahora podés usar, eterno enamoradizo frágil.