Entre el rosa y el celeste

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En tiempos de empoderamiento y cambios sociales, ¿los prejuicios sobre la existencia de un modo de actuar femenino y otro masculino siguen intactos?

Por Magalí Sztejn

Tiempo atrás, y no hace tanto, era impensado regalarle una muñeca a un nene y un autito a una nena. Al momento de elegir la ropa, rápidamente, se decidía por el celeste para un varón y el rosa para una mujer. Del mismo modo, se estimulaban en ellas los juegos relacionados con las tareas del hogar y los que implicaban fuerza física en ellos. Sin embargo, esos compartimentos estancos respecto al modo de ser esperable en la sociedad de acuerdo a cada género empezaron a modificarse, a tal punto, que hoy estimularlos está mal visto. Muchas parejas jóvenes buscan educar a sus hijos en este nuevo paradigma, acompañadas en el proceso por los ámbitos educativos. Pero desnaturalizar estereotipos tan instalados no siempre es tarea fácil.

CORRER LAS BARRERAS

Según Luciana Papazian, diplomada en género y salud (IDAES), e integrante de la Dirección de Género y Diversidad Sexual de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM), en Buenos Aires, hoy “el movimiento feminista está atravesando las prácticas habituales en los diferentes espacios que transitamos, invitando a reflexionar en torno a los modos de hacer, visibilizando la división sexual del conocimiento y las violencias simbólicas que prevalecen contra las identidades que no corresponden a la masculinidad hegemónica”. En este sentido, a medida que se cuestiona que exista un modo de actuar masculino y otro femenino, se observan tanto reacciones de acompañamiento como de rechazo. ¿Por qué? Básicamente, explica, debido a que “el poder ha estado históricamente y (aún prevalece, pero no intacto) concentrado en varones”.

“La democracia empieza en la casa antes de llegar a la plaza”. Irene Meler

Sin embargo, la doctora en psicología Irene Meler, coordinadora del Foro de Psicoanálisis y Género de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires (APBA), tiene una mirada que tiende más a los grises. Para ella estamos atravesando un período de transición social en el que se registra una coexistencia inarmónica entre representaciones y valores tradicionales que conviven con otros estilos de pensamiento y de vida, propios de la postmodernidad. “Esta disparidad no solo se observa en una misma familia, ampliando la brecha entre generaciones, sino que existe una división dentro de cada sujeto: a veces, lo que se dice no corresponde con los sentimientos y deseos más genuinos”, explica Meler. De este modo, la actual crisis de la dominación social masculina permitiría advertir que aquello que se solía pensar como natural eran en verdad costumbres culturales e históricas, que derivaban de las relaciones de poder instituidas.

¿EMPODERADAS?

Si bien la palabra “empoderamiento” llegó a oído de todos, vale preguntarse cuánto en realidad se está haciendo para que las mujeres, consideradas el grupo social más desfavorecido, adquieran poder e independencia, y cuánto se cuestionan las creencias arraigadas en la sociedad en torno a ellas. Para comenzar a desterrar mitos y creencias, Papazian propone hacer el ejercicio de plantearse cómo sería un día en la vida de cada uno si fuera de otro género, ¿qué cosas se harían y qué cosas no?, ¿se modificarían los modos de realizar acciones?, ¿qué reacción habría en las personas de alrededor?, ¿cómo se transitarían las violencias? “Es absurdo –advierte Papazian– seguir pensando que las acciones puedan dividirse por género, pero sucede y son los estereotipos que generan discriminación”.

Leandro Prieto, capacitador en género y diversidad sexual de la UNSAM, observa que se produce cierto desgaste cuando un concepto, como el de empoderarse, circula de manera tan cómoda y se naturaliza.

Además, considera que hay un avance de los derechos que no abarca a toda la población. “Hay espacios en donde los prejuicios son repudiados, pero la situación es más estructural, y por eso el statu quo y lo reaccionario circulan con vigencia”, refiere, y sugiere actuar a escala para derribarlos. “La institución educativa es primordial, pero también el Estado, produce contenido, legisla y delibera programas educacionales. Muchos de estos están obsoletos y deben ser revisados”, agrega. 

ABRIR MENTES

Sin dudas, las familias tienen un rol fundamental en el desarrollo de los niños al cuestionar las ideas preconcebidas y habilitar las conversaciones sobre estas temáticas. “Hay  que enseñar con el ejemplo, compartiendo todas las tareas laborales, ya sean remuneradas o domésticas, y promoviendo mecanismos de toma de decisiones, que tengan en cuenta todos los puntos de vista. Esto no implica negar las diferencias generacionales, pero sí supone el logro de un acuerdo negociado entre los padres y transmitido a los hijos de formas no autoritarias. La democracia empieza en la casa antes de llegar a la plaza”, indica Meler.

Una realidad actual también es que no todos los hogares están compuestos por familias tradicionales, lo que influye sobre la subjetividad de los menores. “En la institución familiar y en las barriales, ciertos individuos comienzan a cuestionar las reglas existentes e inciden para correr las barreras de lo permitido y lo prohibido o excluido. Puede suceder que quienes dirigen un club de barrio se vean interpelados porque hay un grupo que considera que los baños deberían ser inclusivos, no separados por mujer y varón. ¿Cómo se manejan esas situaciones?”, plantea Prieto, abriendo un debate que recién comienza. 

MÁS QUE COLORES

En la antigüedad se vestía, generalmente, a los bebés con ropa de color blanco y tela de algodón, ya que se consideraba lo más sencillo de usar y lavar. Fue en la década del 20 cuando los fabricantes de indumentaria, con un fin comercial, identificaron el rosa con los nenes (por considerarse un tono más fuerte) y el celeste con las nenas (por entender que era más delicado). Más tarde, las marcas decidieron, arbitrariamente, dar vuelta el esquema, consolidándose el que llegó hasta nuestros tiempos.