Princesas (no) eran las de antes

0
43

Durante muchas décadas, varias generaciones crecieron con una idea de lo que significaba ser una princesa. Pero las épocas cambian y, en los últimos años, ese rol se fue transformando. Repasamos esa evolución a través de las películas.

Por Leonardo González

Las princesas fueron parte esencial de la literatura infantil, sobre todo en los cuentos. Claro que el personaje delicado, dulce, lleno de penurias y a la espera de que un hombre fuera a su rescate prácticamente fue moldeado por los estudios Disney en las primeras décadas del siglo XX. De hecho, “las princesas de Disney” es una franquicia y hay un selecto grupo de 14 princesas que pertenecen a él: Blancanieves, Cenicienta, Aurora, Ariel, Bella, Jazmín, Pocahontas, Mulán, Tiana, Rapunzel, Mérida, Anna, Elsa y Moana. Aunque no todas son iguales ni representan lo mismo.
Las que marcaron el camino, las más conocidas de los primeros años son Blancanieves, de Blancanieves y los siete enanos (Snow White and the Seven Dwarfs, 1937); Cenicienta, de La Cenicienta (Cinderella, 1950); y Aurora, de La bella durmiente (Sleeping Beauty, 1959). Son todas hermosas, superbuenas, con una inocencia a toda prueba, ríen, hasta cantan y bailan junto con animales. Ninguna tiene padres, reciben maltratos y son perseguidas por otras mujeres feas y malvadas. Blancanieves y Aurora son “salvadas” por un beso y Cenicienta gracias a un matrimonio. Todas dependen de un hombre para salir de sus penurias.
Hay que hacer un salto de 30 años para definir al otro grupo de princesas que marcan época. El cambio que se da hacia fines de los años 80 es muy significativo, pero continúa habiendo reminiscencias del estereotipo y, por ende, perpetuándoselo. Hablamos de Ariel, de La sirenita (The Little Mermaid, 1989); Bella, de La bella y la bestia (Beauty and the Beast, 1991); Jazmín, de Aladdin (1992); y Pocahontas y Mulán (1998), de las películas homónimas de 1995 y 1998, respectivamente. Las características principales en la mayoría de ellas difieren –y bastante– de sus antecesoras: no son para nada sumisas, les gusta la aventura, son las que toman sus propias decisiones, se oponen a lo establecido y, en mayor o menor medida, rechazan lo que quieren sus padres. Un punto clave también es que empieza a haber diversidad, ya que se suman una princesa árabe, una nativa americana y una oriental. Además, La bella y la bestia fue la primera película de princesas con guion de una mujer (Linda Woolverton). Ariel es la que da el paso inicial, pero aun así recurre a la magia para cambiar su aspecto y estar con su enamorado. Bella es inteligente, culta y rompe con el molde de las demás mujeres de su pueblo. Pero no es capaz de mandar al diablo a Gastón y accede a quedarse con una bestia para salvar a un ser querido. Jazmín es más determinante porque se enamora de un hombre de clase más baja y no se casa por conveniencia como quiere su padre. Por su parte, Pocahontas no se queda con John Smith, media en una batalla entre los colonizadores y su tribu, y ni el amor la hace desviarse de su objetivo. Mulán corona estos cambios a lo grande, ya que rechaza absolutamente todo: matrimonio, deseo paternal, cultura y tradición de su país. Se hace pasar por hombre para luchar en la guerra y demostrar que puede hacer lo mismo que ellos. Esta princesa Disney resquebraja bastante las tradiciones de la compañía del ratón.

Las nuevas generaciones están creciendo con otro paradigma y las viejas aceptan esa reinvención con agrado.

En el último grupo tenemos a Tiana, de La princesa y el sapo (The Princess and the Frog, 2009); Rapunzel, de Enredados (Tangled, 2010); Mérida, de Valiente (Brave, 2012); Anna y Elsa, de Frozen: Una aventura congelada (Frozen, 2013); y Moana, de Moana: Un mar de aventuras (2016). Por empezar, nace la primera princesa afroamericana con Tiana. O sea, no solo da visibilidad a la mujer, sino también a la raza. Todas ellas son independientes y aventureras, luchan a como dé lugar contra lo que las oprime y no necesitan del otro sexo para validarse. Aunque Tiana termine con un príncipe, ella continúa trabajando en el restaurante que fue su sueño desde el principio. Rapunzel no necesita de Flynn, es casi al revés (incluso ella lo revive a él hacia el final de la película). Mérida trata sobre la relación entre una madre y su hija adolescente, y no hay un amor a la vista por ningún lado. En el film de las hermanas Anna y Elsa se aborda más la relación entre ellas y el camino a la aceptación de lo que son. Anna descubre que el amor de un príncipe no es lo que suponía y Elsa ni siquiera piensa en ello. Por último, Moana es una aventurera que sueña con conocer qué hay más allá de lo que la rodea. Lucha por el bien de su pueblo y va hasta las últimas consecuencias para cuidar de él. Interés amoroso, ¿qué es eso?
No se puede acabar con los recuerdos o lo que significaron las princesas para los niños y las niñas que crecieron en otras épocas. Lo importante es que las nuevas generaciones están creciendo con otro paradigma y las viejas aceptan esa reinvención con agrado. El cambio está sucediendo y llegará el día en que se pueda contar: “Había una vez un tipo de princesa muy diferente…”.

ADN SOBRE EVOLUCIÓN DE LAS PRINCESAS

• Las princesas reflejan a la mujer de cada época. Así se puede trazar un paralelismo entre los derechos que iban consiguiendo las mujeres y lo que se veía en la pantalla grande.
• Las películas eran escritas y dirigidas por hombres, de ahí las actitudes machistas en las tramas de las historias.
• El último cambio importante –aunque a veces sigue estando– es que las princesas actúan motivadas por amor. Es el estereotipo más difícil de erradicar.
• Los realizadores se vieron obligados a cambiar porque, por su parte, el público infantil ya no acepta tan fácilmente el modelo antiguo de princesas.