El momento del agua

0
38

Enrique Orchanski

Médico pediatra y neonatólogo, docente universitario, padre de dos hijas; autor de libros sobre familia, infancia y adolescencia.

 

Allí estaba yo: en un patio de escuela, con maestras a mi alrededor que habían prometido sorprenderme. El colegio era uno de los primeros que habían adherido a un proyecto simple, pero ambicioso: intentar que los chicos volvieran a beber agua.

El sol tibio conjugaba a la perfección con el alboroto infantil. Cuarenta y tantos niños de entre cuatro y cinco años corrían por los rincones.

La idea había surgido por confirmar que muchos pacientes consumen escaso líquido, y esto trae un efecto negativo sobre su salud. El objetivo era fácil: interrumpir la jornada escolar para hidratarse; y aquí me mostrarían los resultados de dos años de experiencia.

A media mañana la directora anunció en voz queda: “El momento del agua…”. Mi primera sorpresa fue comprobar que la mayoría interrumpió el juego y formó un círculo alrededor de la mesa servida con jarras y vasos. En pocos minutos estaban todos reunidos y en llamativo silencio.

Dos ayudantes llenaron los vasos en un ritual que parecía conocido e importante. Algunos derramaban gotas, otros reían amenazando mojar a un compañero, pero ninguno se apartaba del foco de reunión.

Una seño levantó un vaso e inició el ritual. Yo observaba.

“¡Por que todos sigan sanitos!”, brindó. “¡Bieeeen!”, gritaron todos y bebieron.

La maestra invitó a seguir la ronda. “¡Por que mis papás me regalen la bici que les pido hace un montón!”, dijo un pecoso, y agotó el agua de un trago. “¡Bieeeen!”, repitieron todos.

“Por que mi mamá se cure…”, dijo con voz bajita una colorada, acongojando la reunión.

“¡Por que mi papá no le grite más a mi mamá!”, sonó una voz, en anónima denuncia.

Asombrado, conmovido… yo no esperaba tanta emoción.

Siguieron los brindis hasta agotar las jarras, cada cual dejó su vaso en la mesa y todos volvieron a otras serias cuestiones, propias de la edad.

Las docentes miraban; esperaban mi reacción.

La reunión en torno al agua, los rostros encendidos, los deseos lanzados al aire me habían enmudecido. Elegí abrazar largamente a cada maestra.

Con el tiempo se sumaron a la iniciativa del agua más colegios, todos con idéntica rutina: interrumpir la jornada y beber. En todos, los docentes notaron mejor humor en los chicos, menos indisciplina, menos golpes y más palabras. Los “momentos del agua” iban más allá de la hidratación; generaban encuentros y acuerdos; y los brindis abrían puertas para reconocer situaciones escondidas.

“El objetivo era fácil: interrumpir la jornada escolar para hidratarse”.

Como médico sabía la importancia del agua en la salud humana, pero aún no había descubierto el “momento del agua”. Tenían que ser los chicos, una vez más, mis maestros.

El “momento del agua” se instaló como ritual saludable en muchos lugares que, con libertad, copiaron la idea. Que ya no es de nadie, y es de todos. Sin contraindicaciones ni dosis tóxica, el agua consigue reunir a quienes se piensan cerca; y brindar, es decir, testimoniar su vida.

Nadie se engañe: los chicos siguen prefiriendo bebidas dulces que no los hidratan y que, por el contrario, le restan agua al cuerpo para diluir tanta azúcar. Pero reconocen la diferencia cuando se les ofrece el “momento del agua”. Porque eligen modificar hábitos (en su hogar, colegio, club y en cualquier grupo humano) cuando, además de salud, alguien propone comunión.

[email protected]