Anécdotas de Sarmiento

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Recordaba don Domingo Faustino Sarmiento:

  • “La historia de Grecia la estudié de memoria, y la de Roma enseguida (…); y esto mientras vendía yerba y azúcar, y ponía mala cara a los que me venían a sacar de aquel mundo que yo había descubierto para vivir en él. Por las mañanas, después de barrida la tienda, yo estaba leyendo y una señora pasaba para la iglesia y volvía de ella, y sus ojos tropezaban siempre, día a día, mes a mes, con este niño inmóvil, insensible a toda perturbación, sus ojos fijos sobre un libro, por lo que, meneando la cabeza, decía en su casa: ‘¡Este mocito no debe ser bueno! ¡Si fueran buenos los libros, no los leería con tanto ahínco!’”.
  • En 1831, con solo veinte años, Sarmiento debió partir hacia Chile por no compartir las ideas de Rosas. Durante su exilio trabajó como escenógrafo, minero, mozo, periodista… También en una chacra cuyo dueño comentó una vez: “Tengo un capataz loco que se pasa horas leyendo en voz alta entre los árboles. Cuando se le pregunta qué lee, dice que está estudiando para ser presidente de la Argentina”.
  • En 1845, en plena época de Rosas, en Chile Sarmiento publicó Facundo. Hizo entrar decenas de ejemplares a través de un paquete despachado por su amigo Amán Rawson. El paquete fue rociado con asafétida, un medicamento de olor nauseabundo, acompañado con una carta en la que decía que contenía medicamentos contra el coqueluche. Ningún empleado de correo se atrevió a abrirlo y así comenzaron a circular los primeros ejemplares de Facundo en nuestro país.

“Venga, que no sabe la bella durmiente lo que se pierde de su príncipe encantado”.

  • En 1856 Sarmiento era inspector general de escuelas. Llegó a un establecimiento y comprobó que los alumnos eran buenos en geografía, historia y matemáticas, pero flojos en gramática, y se lo hizo saber al maestro. Este, asombrado, le dijo: “No creo que sean importantes los signos de puntuación”. “¡Qué no!, le daré un ejemplo”, respondió. Tomó una tiza y escribió en el pizarrón: “El maestro dice, el inspector es un ignorante”. “Yo nunca diría eso de usted, señor Sarmiento”. “Pues yo sí”, dijo tomando la tiza y cambiando de lugar la coma. La frase quedó así: “El maestro, dice el inspector, es un ignorante”.
  • En 1862, siendo gobernador de San Juan, ordenó la construcción de una escuela en terrenos de la iglesia. Un sacerdote lo acusó en su sermón de tener cola por ser hijo del diablo. Pocos días después, Sarmiento se lo cruzó por la calle y le dijo llevándose las manos a las nalgas: “Toque, padre, compruebe que tengo rabo, así podrá predicar su sermón con fundamento”.
  • En un debate parlamentario, un diputado lo acusó de ser pobre y de que si se lo ponía “patas para arriba” no se le caería un solo peso. Don Domingo le respondió: “Puede ser, pero a usted, lo pongan como lo pongan, nunca se le caerá una idea inteligente”. 
  • En el invierno de 1888 se trasladó al Paraguay. Desde allí le escribió a su amada Aurelia Vélez, la hija de Dalmacio Vélez Sarsfield, autor del Código Civil: “Venga al Paraguay y juntemos nuestros desencantos para ver sonriendo pasar la vida. Venga, que no sabe la bella durmiente lo que se pierde de su príncipe encantado”. Murió el 11 de septiembre de ese año, en Paraguay, como su hijo Dominguito. Pidió que sus restos fueran envueltos con las banderas de Argentina, Chile, Paraguay y Uruguay.