Esa llama encendida

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Osvaldo Wehbe.

Osvaldo Wehbe
Periodista y relator deportivo.

Ilustración: Pini Arpino

Una llama encendida. Una que no se extingue. De esas que pueden amagar apagarse, pero que siempre, ante el mínimo viento, llenan el espacio.
Las llamas del alma, de la capacidad, de los dones que se tienen desde el nacimiento.
Puede el propietario de esa llama mover su cuerpo, cambiar sus sentimientos y hasta hacerse daño, pero esa llama estará presente y en algún momento lo sorprenderá. A él y a los otros.
Algo de eso ocurrió en abril con Tiger Woods, uno de los más grandes golfistas de todos los tiempos. Ganó el Master de Augusta, 22 años después de haberlo ganado por primera vez, y a 11 de su última gran victoria allí; dejando atrás incontables lesiones y dramas personales, desde su reconocimiento de adulterio y divorcio millonario hasta una detención por conducir bajo efectos de sustancias.
Nacido en California en 1975, Tiger Woods logró, con la de este año, 15 victorias en torneos grandes. Cinco en el Master de Augusta, tres en el Abierto de los EE. UU., tres en el Británico y cuatro en el Campeonato de la PGA.
Para que se entienda, no hubo ni hay muchos como él. Un fenómeno del golf.
Fue tan grande su victoria de abril en Augusta que los apostadores que se jugaron por él dejaron mal paradas a las empresas de juegos: cobraron, por ejemplo, casi dos millones de dólares, habiendo arriesgado 85 mil, eligiendo a Tiger como ganador, cuando hacía once años no vencía en un torneo de los grandes.

La llama de Tiger Woods estaba encendida. Como en su momento y en otros deportes la tuvieron Niki Lauda, George Foreman, Mohamed Ali, Jennifer Capriati, Michael Jordan, Andre Agassi o el brasileño Ronaldo. Todos ellos, como tantos otros, lograron prender su llama y volver a la gloria cuando por distintos motivos parecía extinguida.
Tiger Woods dio el gran golpe y emocionó a los memoriosos. Sacó otra vez ese conejo de la galera que tienen los elegidos y ganó el Master de Augusta el 14 de abril.
Desde aquel lejano 1997, cuando comenzó la “tigermanía”, después de once años, ganó entre las magnolias y las azaleas del lugar, para recuperar el puesto de ganador en las grandes citas y quedar a tres de Jack Nicklaus, el más vencedor de la historia.
Vestido de rojo y con su madre al lado, como en su primera victoria en el torneo más importante, Woods festejó y sintió que le volvía el alma al cuerpo. Fue su título 81, en total. Con unanimidad de alegría en su país. Tanto que consiguió poner de acuerdo al presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, y su antecesor, Barack Obama, que lo felicitaron por la victoria. Serena Williams, Magic Johnson y el crac del fútbol americano Tom Brady se sumaron al saludo.
“¡Tiger, Tiger, Tiger!”, un grito casi futbolero estalló en Augusta con el putt final de Woods. Tiger está de vuelta. No sabemos cuánto más llenará de emociones los campos de golf o hará pegar saltos y gritos a los televidentes del mundo.
Algo es seguro. La llama estaba encendida. Y, de alguna forma, Tiger Woods no la dejó apagarse.