Mariano Moreno y La Gaceta

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Felipe Pigna
Historiador, profesor de Historia, escritor; director de la revista Caras y caretas y de elhistoriador.com.ar

Mariano Moreno guardó un perfil muy bajo durante la Semana de Mayo. No se lo escuchó como a Castelli en el famoso Cabildo del 22 ni anduvo por la plaza con los chisperos de French y Beruti. Su protagonismo comenzó el 25 de mayo de 1810, al asumir la Secretaría de Guerra y Gobierno de la Primera Junta.
Desde ese cargo desplegaría toda su actividad revolucionaria. Bajo su impulso, la Junta produjo la apertura de varios puertos al comercio exterior, intentando combatir lo que denominaba “monopolio de los contrabandistas”, redujo los derechos de exportación para nuestros productos y redactó un reglamento de comercio procurando mejorar la situación económica y la recaudación fiscal.
Moreno participó activamente en la creación de la biblioteca pública y se ocupó personalmente del fomento de la educación, porque, como decía en un escrito: “Nada hay más digno de la atención de los magistrados que promover por todos los medios la mejora de la educación pública”. Para eso promovió la redacción e impresión de un libro de texto con las “nuevas ideas”, encargando a los Cabildos a “repartirlo gratuitamente a los niños pobres de todas las escuelas y obligar a los hijos de padres pudientes a que lo compren en la imprenta”, como consta en sus escritos. Siguiendo con la educación, creó la jubilación para todos los docentes, “ofreciéndoles una particular protección del gobierno en todas las pretensiones” que promovieran. Reivindicó a su querido amigo Manuel Belgrano abriendo su soñada Escuela de Matemáticas boicoteada por los personeros de la monarquía.

“La Gaceta fue mucho más que el órgano oficial de un gobierno”.

El 7 de junio de 1810, Mariano Moreno fundó el órgano oficial del gobierno revolucionario, La Gaceta de Buenos Aires, donde escribía: “El pueblo tiene derecho a saber la conducta de sus representantes, y el honor de estos se interesa en que todos conozcan la execración con que miran aquellas reservas y misterios inventados por el poder para cubrir sus delitos. El pueblo no debe contentarse con que sus jefes obren bien, debe aspirar a que nunca puedan obrar mal. Para el logro de tan justos deseos ha resuelto la Junta que salga a la luz un nuevo periódico semanal con el título de ‘Gaceta de Buenos Aires’”.
El periódico incluía en todos sus números la siguiente frase de Tácito: “Tiempos de rara felicidad, aquellos en los cuales se puede sentir lo que se desea y es lícito decirlo”.
Se dio el gusto de publicar en sus páginas –a la manera de los folletines por entregas tan de moda en los periódicos europeos de la época– El Contrato Social de su admirado Rousseau, para que lo conociera la mayor cantidad de ciudadanos posibles. Como no desconocía el alarmante porcentaje de analfabetismo, ordenó que se leyera desde los púlpitos de las iglesias, lo que puso un poco nerviosos a algunos sacerdotes contrarrevolucionarios. En el prólogo a la obra decía: “Si los pueblos no se ilustran, si no se vulgarizan sus derechos, si cada hombre no conoce lo que vale, lo que puede y lo que sabe, nuevas ilusiones sucederán a las antiguas y después de vacilar algún tiempo entre mil incertidumbres, será tal vez nuestra suerte mudar de tiranos, sin destruir la tiranía”.
La Gaceta fue mucho más que el órgano oficial de un gobierno: fue una tribuna de opinión en la que los ciudadanos del exvirreinato accedían a las ideas más modernas que los iban sacando lentamente de las pesadillas del atraso.