Elogio de la locura

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Después de aquel 25 de mayo de 1810 vendrían tiempos muy difíciles. No había español en la tierra que se creyera lo de la máscara de Fernando VII, y la guerra a la revolución era una efectiva amenaza a la vuelta de la esquina. Cisneros, Liniers, Nieto, Abascal, Córdova y Paula Sanz velaban sus armas para masacrar a los revolucionarios y arrasar las poblaciones que apoyaban la osadía de la libertad. Había que estar un poco locos, sanamente locos para ponerle el pecho al mundo y comenzar a soñar con una patria nueva y justa para todos.

Había que darse permiso para la maravillosa utopía, para soñar que en 200 años –y mucho antes– todo sería distinto. Quizá nadie mejor que Alberdi para hacerle decir a Belgrano estas palabras: “Nosotros somos esos locos; ¿lo saben ustedes, mis amigos? ¡Somos locos, porque pensamos que hay una justicia eterna que es llamada a gobernar el mundo; somos locos, porque pensamos que todos los hombres nacen iguales y libres, que lo mismo en religión que en política ellos tienen derechos y deberes uniformes a los ojos del cielo; somos locos, porque pensamos que todos los pueblos son libres y soberanos, y que no hay más legitimidad política en el mundo que la que procede de sus voluntades; somos locos, porque pensamos que el reino de la razón ha de venir algún día; somos locos porque no queremos creer que los tiranos, y la impostura y la infamia, han de gobernar eternamente sobre la tierra; somos locos, porque no queremos creer que nada hay en el mundo de positivo y perpetuo, fuera de las cadenas, los cañones, el plomo y el crimen! Por eso somos locos, sí, y si por eso somos locos, yo me lleno de orgullo en ser loco de ese modo. Yo me ennoblezco con la locura de creer como creo, que un sepulcro está cavado ya para nuestros tiranos, que la libertad viene, que el reinado del pueblo ya se acerca, que una grande época va a comenzar”.1 

«Había que darse permiso para la maravillosa utopía».

1 Juan Bautista Alberdi, La Revolución de Mayo. Crónica dramática, Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba, 1960. Alberdi aclaraba: “Se pueden hacer caricaturas de Mayo sin ofensa, como se puede parodiar el cielo sin suceso. […] No se puede decir que esta crónica sea toda verdadera, ni toda falsa. A ser pura realidad, no se habría apellidado dramática; y si hubiese sido enteramente fantástica, no se habría titulado crónica. […] Se ha convenido en que era la mejor forma para iniciar en las cosas serias, a las inteligencias ligeras y poco capaces de atención intensa. […] La parte histórica se ha tomado casi literalmente de las actas y de las memorias; la parte fantástica, de la tradición popular”.