Las mujeres argentinas del comercio justo

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Muchas organizaciones de nuestro país que trabajan por un planeta más sustentable son lideradas por mujeres o les dan a ellas un papel protagónico.

Hay un nexo muy estrecho entre las mujeres y el ambiente. En los pueblos originarios o en el más acérrimo ecofeminismo, ellas toman la bandera de la defensa de la naturaleza, y más aún hoy, con la resonante Greta Thunberg a la cabeza contestando con desfachatez a los líderes mundiales. 

Será porque las mujeres, junto con los niños, son las principales víctimas de los más graves problemas ambientales. Tal como lo reconoce el principio 20 de la Declaración de Río sobre el Medioambiente y el Desarrollo de la Conferencia de las Naciones Unidas de 1992, “las mujeres desempeñan un papel fundamental en la ordenación del medioambiente y en el desarrollo. Es, por tanto, imprescindible contar con su plena participación para lograr el desarrollo sostenible”.

En nuestra región, uno de los aspectos de la sustentabilidad y la inclusión está representado por el comercio justo, que promueve las ideas de equidad y transparencia en la producción. Este movimiento cuida el origen de las materias primas, las condiciones de elaboración y el impacto ambiental que genera su fabricación.

El comercio justo crea oportunidades para los productores que están en inferioridad económica y proporciona a los consumidores información sobre los productos empleando técnicas honestas de comercialización y publicidad. Asimismo, da a los pequeños productores un acceso más directo al mercado, fomenta el consumo local y la utilización de energías renovables, y desalienta el uso de pesticidas contaminantes. Por último, incentiva el empoderamiento y la participación de las mujeres, promoviendo la identidad cultural y garantizando un ambiente de trabajo seguro y sano.

En la Argentina el comercio justo ya tiene más de una década. Son varios los productos argentinos, certificados o no, que acceden al mercado internacional: vinos riojanos, miel del norte, frutas y artesanías… Llevan el sello Fairtrade en el país 28 organizaciones de pequeños apicultores y 8 organizaciones de pequeños productores de uva para vino, generando empleo para más de 5400 personas, por citar solo dos rubros.

UNIDAS Y COORDINADAS

“Lo que nos permite el comercio justo es poder sostener la vida democrática y social con los pequeños productores. No solamente implica el dinero que se paga por el producto. Tiene que ver con las condiciones de trabajo y vincular ambientes que sean justos, transparentes”, relata a Convivimos Ana Laura Sayago, santiagueña, representante de la cooperativa Coopsol.

Esta cooperativa, que toma su nombre de las palabras “cooperación” y “solidaridad”, reúne a 200 familias productoras de miel orgánica del norte argentino y funciona según los principios del comercio justo. Integrados en el Consorcio Bio del Norte Argentino (Wayra), aspiran a consolidar la producción apícola orgánica como una estrategia de desarrollo generando redes. 

Comercializan en conjunto la miel que producen y también trabajan en el desarrollo de otras cadenas productivas orgánicas, como las del vino, el queso de cabra y artesanías.

 “Nosotros, para organizar a la familia, lo primero que hacemos es contactar a las mujeres”.
Ana Laura Sayago

Sayago también integra el Comité de Género e Inclusión en el consejo de directores de la Coordinadora Latinoamericana y del Caribe de Pequeños Productores y Trabajadores de Comercio Justo (CLAC), que trabaja con 900 organizaciones en 24 países de la región donde se aplican los criterios de Fairtrade International.

“La apicultura es en general muy masculina. El rol de la mujer en este sistema productivo es a través de la diversificación del producto: caramelos, cremas, propóleo”, agrega, y menciona tareas a veces invisibilizadas detrás del “varón productor”. “La mujer, muchas veces pequeña productora campesina, se dedica mucho a la administración y al manejo de la economía familiar. Nosotros, como cooperativa, para organizar a la familia lo primero que hacemos es contactar a las mujeres, de quien depende permanecer juntos y comunicados”.

Con la Asociación de Productores Orgánicos del Norte Argentino (Apona), Coopsol también trabaja en la elaboración de quesos de cabra, aprovechando que es habitual que las mujeres cuiden el ganado menor. Se busca generar inclusión y mejorar el sistema productivo tomando el saber tradicional de hacer los quesos y agregándole valor con la comunicación del producto y la formación de precios. Apona tiene 13 comunidades en Santiago del Estero, una en Chaco y está en formación otra en San Pedro de Jujuy.

Wayra trabaja con una amplia red de mujeres que conecta a comunidades rurales de siete provincias del norte argentino. Se llama “El Futuro Está en el Monte” e impulsa modelos de negocios que promueven un desarrollo sustentable, competitivo e inclusivo, combinando la innovación con el saber local. Trabajan, entre otros, con la marca asociativa Pastora del Monte, un grupo de productoras de cabras que hacen quesos artesanales para distintos puntos del país y del exterior. También con Matriarca, un colectivo que incluye artesanas de las comunidades wichi y pilagá, presente en Salta, Jujuy, Formosa y Chaco. Y con la Cooperativa de Mujeres Artesanas del Gran Chaco, conformada por artesanas wichi. En esta cooperativa la Fundación Gran Chaco implementó un sistema de liderazgo de mujeres y organización comunal. Hoy son unas 1600 y comercializan bolsos, pulseras, tejidos en chaguar y cestería de fibras naturales, entre otras artesanías. 

Sayago comenta que si bien es cierto que se viene dando una evolución en este sentido, “las organizaciones y cooperativas históricas en la Argentina están principalmente compuestas por hombres y les cuesta el recambio generacional”. 

Aumentar la difusión y educar al consumidor aparecen como dos acciones necesarias a la hora de poder diferenciar los productos del comercio justo en las góndolas. 

CAFÉ BIEN EQUILIBRADO

La introducción del concepto de comercio justo en el sistema productivo del café en El Salvador, Guatemala y Honduras es un ejemplo para el mundo: era una industria que tradicionalmente no se caracterizaba por la participación de las mujeres. Con el trabajo en red, en los últimos años se logró conformar organizaciones de mujeres para ese sistema y, además, que en otros grupos ellas participen en todos los eslabones de la cadena, particularmente en la toma de decisiones, liderando el desarrollo.