Huang Zhiqing:
El chino que dibujaba

0
12

Esta es la historia de quien nunca olvidó su vocación de artista. Con la Argentina en su corazón, Huang Zhiqing está por inaugurar dos salas de exposiciones en la ciudad de Xiamen, para ofrecer sus obras y las de artistas argentinos.

Texto y foto Gustavo Ng

Nueve de cada diez chinos que viven en la Argentina llegaron de una sola provincia, la de Fujian, una región marítima cuya cultura atesora la ilusión de que en el otro lado del mar hay un lugar donde los sueños se cumplen. 

Huang Zhiqing, migrante de Fujian, relata: “Era así cuando yo fui a la Argentina, en 1993. El primer mes gané 350 dólares, y para China, en esa época, era una fortuna”. 

Huang es un hombre de 42 años, flaco, desenvuelto. Desde chico quiso ser artista, pero cuando terminó la secundaria, su familia y las góndolas de un supermercado lo esperaban en la Argentina.

“Mi papá me llamó”, son las únicas palabras de Huang para explicar por qué emigró. La obediencia a los padres no se cuestiona en China. 

Sin embargo, su padre fue comprensivo y le permitió volver a China a estudiar arte. “Obtuve el mayor puntaje en el examen de ingreso y terminé la carrera en tiempo récord, para volver a la Argentina, a trabajar con mi papá”, cuenta Huang. 

Entonces, sí, se afirmó en Buenos Aires y en doce años abrió cuatro supermercados. 

“En los primeros tiempos fue muy difícil. Ponía una madera y dormía arriba de las heladeras. Una vez le llevaba tres cajones de cerveza a un muchacho que tenía un kiosco a tres cuadras. Cuando quise bajar un cordón, el carrito se me zafó y se me cayeron todas las botellas en la calle. Los cajones y los vidrios desparramados, la espuma y todos los autos parados, tocándome bocina como locos, gritándome ‘¡Salí, chino de m…’, y yo muerto de vergüenza, pensando que no le llevaba las cervezas al cliente…”.

Un gran supermercado de una cadena, instalado en la misma cuadra, le fundió aquel primer intento. “Después pude aprovechar que muchos chinos se fueron por los saqueos de 2001, abrí otro supermercado, en Vicente López, y entonces me fue muy bien. Trabajamos mucho con mi señora, solo trabajábamos. Y así progresamos rápido”.

En este punto del relato, Huang hace un fuerte reconocimiento a nuestro país. “Yo amo mucho la Argentina. Me dio todo lo que tengo. Mis hijos nacieron allí. Soy chino, pero mi corazón es argentino. Tengo orgullo de que me cambiaran el nombre, de Huang a Juan, y después, Juancito”.

“Juancito” le decían los choferes de la remisería de al lado del supermercado. “Yo iba a estar con ellos a veces. Siempre alrededor de la mesa, hablando de fútbol. Yo los dibujaba. Me decían ‘¡Mirá, igualito!’, y me pedían los dibujos”. 

Juan nunca había perdido su vocación de artista. Una espeluznante llamada por teléfono (la mafia china amenazándolo con sus hijos) lo decidió a volver a Fujian. Allí, en la isla de Xiamen, trabajó como escultor en la fábrica de estatuas de su suegro y luego se independizó. Era el 2014, y China ya había despegado económicamente. El desarrollo que Juan había conseguido en la Argentina se convirtió en un progreso a marcha de tren bala. Empezó a obtener reconocimiento y se hizo un lugar entre los artistas locales.

Huang Zhiqing es ahora un artista que vive de su arte y prospera fabricando y vendiendo a excelente precio pulseras budistas, sahumerios y pipas de alta categoría. 

En la sala de exhibición de su taller están a la venta sus perros doberman de tamaño real, que se venden de a par para colocar en las casas como emulación moderna de los antiguos perros que cuidaban el hogar a cada lado de la puerta de entrada.

Hay una escultura abstracta en madera. “Esta representa algo que dijo Buda: el hombre es una planta que la brotan la avaricia, la estupidez y la ira, que son compensadas por la mesura, la inteligencia y la meditación”.

Como dioses en un olimpo, hay una serie de budas. Son hombres gruesos, que parecen vivir la divinidad en lo mundano. Están hechos de una resina difícil de conseguir. Sus fisonomías tienen un dejo europeo y sus posturas son relajadas. Al mirarlos, no puede dejar de pensarse en aquellos remiseros.

Este año, Huang adquirió dos grandes locales en el nuevo shopping mall que se acaba de construir junto al aeropuerto de Xiamen. “Voy a ofrecer mis piezas y alojaré obras de artistas argentinos. Quiero que mis dos países estén aquí”, dice, orgulloso.