Justina Bustos: De Unquillo a París

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La actriz que alcanzó popularidad con Las estrellas y Cien días para enamorarse se afirma en el cine y el teatro, sus dos grandes pasiones. A días de mudarse a París y de retomar la filmación de una película en África, Justina se define como una nómade. Sin embargo, asegura que a Unquillo, su pueblo, no lo cambia por nada.

Fotos Martina Keenan

Justina Bustos está de mudanza. A una semana de viajar a París para reanudar sus proyectos, embala las últimas cosas en su departamento casi vacío de Palermo. No está sola, la fotógrafa Martina Keenan, amiga de la infancia que ahora vive en Nueva York, aceptó su propuesta de retratarla en una sesión de fotos. Celebran la amistad y el reencuentro de ambas después de mucho tiempo. Antes, Justina estuvo pasando la cuarentena con su familia en “La Montarina”, su casa en Unquillo, en medio de las Sierras Chicas de Córdoba.

La actriz –que debutó en cine con Vóley y se destacó en Migas de pan, Los padecientes, Los que aman odian, Historia de un clan y en las más recientes Matar al dragón y La muerte no existe, el amor tampoco– se prepara para instalarse en la más glamorosa de las capitales europeas. Después de un tiempo allí, volará a la isla Mauricio, en el océano Índico, en África, donde se reencontrará con el elenco de Amor de madre, la película producida por Netflix España que protagonizan Carmen Machi y Quim Gutiérrez. “Estoy feliz de volver a encontrarme con esta familia que se formó en la filmación. Después nos pasó lo de la pandemia y tuvimos que suspender, así que estoy ansiosa por el reencuentro, porque somos como una familia”, cuenta Justina, entusiasmada, del otro lado del teléfono.

Esta nueva mudanza le hace acordar a la que emprendió a los 17 años, cuando decidió instalarse en Buenos Aires para estudiar Historia del Arte. Como entonces, ahora también la mueven las emociones. Pero en el medio, sucedieron años de formación y descubrimiento, de viajes y más viajes, de trabajo, castings y ensayos; de momentos de saber elegir, esperar y seguir insistiendo; de espacios para crear, sola y con otros, en el circuito comercial y también en los proyectos independientes y “a la gorra”. 

“Siempre estoy atenta al sexto sentido, a mi intuición; por suerte me llevo muy bien con ella”.

Estudió Historia del Arte en la Universidad del Museo Social Argentino, y también Diseño de Indumentaria en la Biblioteca de la Mujer. Vendió velas, confeccionó camisas; en Nueva York trabajó como recepcionista y camarera en un restaurante. Allí fue donde conoció a un grupo de chicas argentinas de su edad que estudiaban teatro, canto y baile, y se dio cuenta de que actuar –que era lo que solía hacer con sus primas y sus compañeras de colegio– podía transformarse en su trabajo y en su forma de vida. Con ese objetivo, volvió a la Argentina. 

“Me siguen moviendo las emociones”, repite esta rubia de ojos claros que no duda un segundo en mostrar todo lo que tiene para dar, sin importarle los estereotipos. 

  • ¿Qué cosas dejás para siempre en esta mudanza?
[Se ríe]. Para siempre, lo más seguro, es el departamento, pero después no sé, la frase “para siempre” es demasiado fuerte.

  • ¿Y qué cosas embalaste para llevártelas con vos a París?

Estoy acostumbrada a viajar mucho y a hacer de los lugares a donde voy a trabajar, mi espacio. Entonces me estoy llevando lo que siempre llevo, que son mis amuletos. Unos cristales que fui juntando de distintos lugares y que me hacen sentir bien. Me llevo libros –no puedo muchos–, todavía no sé cuáles, pero seguro alguno de Virginia Woolf, de Simone de Beauvoir, Cortázar siempre me acompaña. Me llevo mis collares, mis anillos y una cámara de fotos. Y el color rosa, que me viene acompañando bastante, así que seguramente allá también me compre alguna tela de ese color que también me hace sentir tranquila. 

  • ¿Cómo sos con tus amigos?

Soy cómica cuando estoy en confianza, y también me gusta crear, entonces puedo ser la que tiene un impulso creativo siempre, si hacemos una comida, por ejemplo, vestirnos todos de algo. Me gusta jugar, tener esa cosa del juego que muchas veces se pierde cuando uno se va poniendo más grande. 

  • ¿Qué es lo primero en lo que te fijás cuando te proponen un personaje?

Siempre estoy atenta al sexto sentido, a mi intuición; por suerte me llevo muy bien con ella. Si me resuena, genial, estoy abierta. Me fijo en por qué me resuena, o por qué no, y evalúo bastante lo que hago, si es que puedo darme ese permiso. Casi siempre trato de respetar eso.

  • ¿Desde cuándo sentís que podés elegir más libremente, en qué momento de tu carrera pudiste hacerlo?

Por suerte, desde siempre, porque al principio, por supuesto, estaba mi ilusión de hacer y hacer. Pero me acuerdo que una vez me ofrecieron hacer una tira y dije que no, y era chica. Dije que no porque venía de hacer algo muy parecido, podía darme el permiso de estar en espera, en espera pero en movimiento. Siempre me tuve fe para decir que no, porque si no, se me nota mucho conmigo misma. Si no te gusta algo, es muy difícil de pilotearla…

  • O sea que al mirarte al espejo para ver si tenés ojeras, por ejemplo, te mirás para adentro…

Sí, antes de eso sí [se ríe], si no, imposible.

  • ¿Sos de pedir ayuda?

Sí, soy de pedir ayuda siempre. Cuento mucho con mi familia, con mi madre, con mis amigos, desde cosas muy pequeñas hasta cosas grandes. Además, hice terapia bastante tiempo y ahora voy más para cosas puntuales.

  • Te hiciste conocida con las tiras de Canal 13 y Telefe (Las estrellas y Cien días para enamorarse), sin embargo, tu carrera no parece estar centrada en la búsqueda de popularidad. ¿Cómo definirías esa búsqueda?

Hace poco terminé Bragado, una obra de teatro de creación colectiva, producida por Francisco Olavarría y dirigida por Paula Grinszpan y Lucía Maciel, en la que también actuaban Mariano Saborido, Camilo Poloto, Jazmín Falak y Román Martino. Lo que busco es el encuentro entre actores, que la historia me motive. Es difícil, porque una obra depende de muchas personas, pero cuando eso sucede, cuando todos tiran para el mismo lado, cuando las ganas están, si eso sucede, es maravilloso y eso es lo que busco, la magia de cuando pasa algo lindo. También busco poder alimentarme en la enseñanza, de lo que surge en esos encuentros entre las personas haciendo esa pócima que después va a convertirse en una obra de teatro o en una película. Es algo así: cada uno va aportando lo suyo y se va creando. A veces, no se pone en ebullición y queda a mitad de camino, pero es algo muy lindo.

  • ¿Cómo fue esa experiencia de creación colectiva?

Sucede todo en un pueblo, Bragado. Yo hacía de Miguel, el comisario, actué de hombre, me di todos los gustos [se ríe]. Tenía algo de musical, mi personaje cantaba. Nos elegimos todos para hacer esto. Todos participamos del guion. Nos juntamos durante el año pasado a crear. Hacíamos improvisaciones y las directoras nos iban guiando. A través de esas improvisaciones fue saliendo el texto. La estrenamos en diciembre del año pasado en el Centro Cultural Morán, con ganas de reponer este año, pero fue imposible. 

  • ¿Estás incursionando por nuevos caminos?

A mí siempre me gustó estar de ese lado creativo, y tengo ganas de seguir con esto. Ya habíamos hecho Los Ortúzar, que es otra obra de teatro de creación colectiva que armé con mis compañeros de la escuela de Nora Moseinco. Eso nació en el momento en que me habían ofrecido participar en una novela y preferí decir que no. Entonces me dije “Bueno, ¿qué hago con este tiempo y con esta energía?”, y le pregunté a mi amigo Agustín Sullivan si me acompañaba en este proyecto, y aceptó. Se lo propusimos a los compañeros de la escuela y se armó el grupo. Durante dos años hicimos funciones dos veces por mes en el Teatro Gargantúa, a la gorra. Siempre tengo mis proyectos paralelos en donde me doy mis gustos, porque si no, el actor siempre está muy dependiente de que lo llamen, del casting, del sistema…

  • ¿Quiénes son tus actores preferidos y tus grandes maestros?

Mis grandes maestros son mis maestras, Mónica Bruni y Nora Moseinco. Después, tengo varios actores que me gustan. Nahuel Pérez Biscayart es uno de ellos, es un chico argentino que me encanta y tuve la oportunidad de trabajar con él en El empleado y el patrón, una película uruguaya que se estrenaría el año que viene. Me parece fascinante como actor y como persona.

  • Con Matar al dragón, tuviste tu primer protagónico, ¿cómo fue esa experiencia en el género fantástico?

¡Fue divina! Al principio, cuando leí el guion dije “¿Cómo?, es muy pretencioso, no se puede hacer esto en Argentina”. Pero después hablé con la directora y me encantó su voz, fue el primer contacto que tuve con ella, su voz, y lo empecé a ver posible. Cuando llegué al set y vi las pruebas de vestuario y me encontré con ella, creí en la película un cien por ciento. La verdad es que me fui sorprendiendo a medida que la hacía. Es una película diferente, a mí siempre me gustó lo fantástico, lo surrealista. 

  • ¿Qué te interesó de tu personaje?

Elena es una luchadora, me interesó su fuerza de luchadora.

  • ¿Te interesa indagar en los mundos femeninos?

Sí, me superinteresa, de hecho hice Migas de pan, que es una película de la época del proceso en Uruguay (inspirada en el relato de Liliana Pereira, una expresa política, encarcelada y torturada por sus ideas), que la protagonizamos con Cecilia Roth. A través del cine se pueden contar grandes historias de vida o transmitir mensajes más fuertes que desde otros lugares. El cine es una gran herramienta para movilizar y que después uno decida por uno mismo, pero que despierta preguntas, y me encanta despertar preguntas.

  • ¿Te sentís protagonista de un cambio de paradigma respecto del lugar de las mujeres?

Sí, desde mi espacio, obviamente, lucho por la igualdad de la mujer, por un planeta mejor.

  • Te mudás a París y retomás la filmación de una película…

Sí, me voy a París un mes, pero el proyecto de trabajo es después viajar a la isla Mauricio, en África, y terminar Amor de madre, una película española producida por Netflix España y Morena Films que tiene un gran elenco. Actúan Carmen Machi, Yolanda Ramos, Quim Gutiérrez, y está dirigida por Paco Caballero. Somos como una familia, porque estuvimos en marzo haciendo la película, y después nos pasó lo de la pandemia, así que tuvimos que resguardarnos en un departamento. Será reencontrarme con esta familia. Estuve viviendo veinte días en la isla y ahora me queda un mes más allá. Me pienso ir y también aprovechar para hacer algo que surgió acá durante la cuarentena. El proyecto se llama “Experimento” y consiste en dar ejercicios de teatro y baile a niños y adolescentes a través de Zoom. Voy a ver si puedo contactarme con algún colegio o alguna escuela de teatro allá para replicar la experiencia que hice desde Unquillo con un grupo de chicos del San Pedro Apóstol, el colegio al que fui toda la primaria y secundaria. Era algo que tenía pendiente y que en la cuarentena pude concretar.

  • ¿Unquillo es tu lugar en el mundo?

Sí, “La Montarina”, mi casa en Unquillo. Me fui a los 17, creo que más adelante voy a encontrar un lugar permanente, por ahora soy una nómade. 

  • ¿Cómo te sentís con la dicotomía Buenos Aires-interior?

Hoy en día pienso que todos somos parte de este círculo. Con toda la conexión que hay, no me siento “la provinciana que va a…”. No me gusta catalogar, trato de hacer ese ejercicio constantemente. Me gusta invitar al lugar de donde vengo, me parece que les puede gustar. Ya lo dijo [Lino] Spilimbergo: “Después de París, Unquillo”.

  • ¿Cuál es tu carta de presentación?

Lo primero que diría es que soy una actriz argentina, y si charlo un poco más, que soy de Unquillo, y de paso los invito para que conozcan. Puede ofrecer muchísimas cosas que otros lugares no tienen. Y así como me gusta estar en París o en un pueblo de arquitectura medieval en España, me gusta siempre contar de dónde vengo, porque Unquillo parece un cuento de hadas.