Natalie Perez: “Vine a este mundo a contar historias”

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Tanto a los 10 años como a los 33, el arte es su medio de expresión. En el último año y medio consiguió poner en marcha el viejo sueño de cantar, sin resignar terreno en la actuación. Series, películas, discos y shows en vivo, todo está en su horizonte cercano.

Por Juan Martínez  Fotos: Nico Pérez

Los años se ponen cada vez más intensos”, dice Natalie Perez, que durante 2019 protagonizó una tira televisiva (Pequeña Victoria) y un film (Un amor de película), y giró por todo el país con las canciones que dieron forma a su primer disco solista, Un té de tilo por favor. El nuevo año no parece venir más suave: acaba de estrenar un single que será parte de un segundo disco; el mes que viene se subirá al escenario en otra edición local del Lollapalooza; y también se estrenará en Netflix Casi feliz, la serie que protagoniza junto a Sebastián Wainraich.

Hay quienes se sientan cómodos en un sillón, agarran el control remoto, algo para comer y tomar, y se desparraman plácidos en su rol de espectadores. Y hay quienes, como Natalie, se sienten llamados a la acción desde muy temprano: necesitan hacer y no solo ver lo que otros hacen. La tele funcionó, en su caso, como una especie de batiseñal que la convocó a sumergirse en las aguas de la actuación, donde sigue nadando desde hace más de 20 años. A sus 33, lleva recorrido un largo trecho. “Yo miraba la tele y le decía a mi mamá que quería estar ahí. No del otro lado, viendo, sino adentro, contando esa historia, contando un cuento para otros chicos. Hoy, que lo miro de lejos, pienso que vine a este mundo a esto. A contarle cosas a la gente. Historias, canciones”, confiesa.

La actuación y la música estuvieron desde el comienzo: estudió comedia musical a la vuelta de su casa e integró un grupo llamado Dance Kids, que reversionaba canciones infantiles en formato electrónico. Luego llegaron los castings y el ingreso a un estudio por primera vez. Allí, cuando la fantasía terminó, la magia se las rebuscó para seguir presente; una adultez temprana en un espíritu de niña libre que se mantiene jugando a pesar del paso de los años. Así de circular es la historia de Natalie Perez con la actuación y el arte.

“La primera vez que entré a un estudio de grabación sentí un poco de desilusión, porque nada de lo que uno ve en la tele después sucede ahí, en el vivo. Pero automáticamente, entendí que esto iba a ser un trabajo, que era contar una historia para que después los chicos en su casa flashearan con eso. Lo entendí el día uno y me encantó hacerlo”, cuenta.

Los trabajos en televisión comenzaron a sucederse, sobre todo después de Consentidos, una tira infanto-juvenil que la puso en los primeros planos (luego llegaron Graduados, Los vecinos en guerra, Guapas, Esperanza mía, Las estrellas y El host, entre otras producciones). La música, que había quedado relegada al menos en su faceta pública, seguía latente, y finalmente en 2018 sacó su disco solista. 

  • ¿Con qué te encontraste en estas experiencias de discos, giras y shows?

Fue muy placentero, muy gratificante. Fueron nuevas experiencias. Me subí a un montón de escenarios, muchos más de los que tenía pensados: Gran Rex, Luna Park, Colón, el Foro Sol en México… Lugares muy emblemáticos y épicos para una chica que recién está arrancando. Es un desafío. Es todo nuevo y, como todo lo nuevo, siempre tiene esa cosa de deseo, de magia. Todo es una sorpresa y estoy recontenta.

  • ¿Y ahora que se pone en marcha un segundo disco, seguís en estado de sorpresa?

Sí, imaginate. Para mí, hasta los cinco años cuenta como algo nuevo. Cuando alguien empieza un proyecto, siempre está muy entusiasmado, con muchos deseos. Y uno se equivoca en el camino, pero lo bueno es aprender de esos errores. Así que este disco viene con un poco más de presión, porque sé lo que sucede y lo que quiero cambiar, y cómo me gustaría cambiarlo, poniendo la vara un poquito más alta.

  • En la previa del primer disco decías que no te considerás música, ¿sigue siendo así?

“Cuando alguien me dice ‘Me encanta esta canción porque me lleva a tal lugar’, todo cobra sentido”.

Cuando digo eso, mis amigos me retan. A lo que me refiero es a que no me recibí en un conservatorio. Hay quienes estudian diez años para ser músicos, como Nicolás Cotton y Mateo Rodo, que me ayudaron a hacer todo esto. Por supuesto que cantar, tocar un instrumento y componer melodías ya me transforma en una música de oficio. De a poco me voy haciendo más la idea de eso que soy.

  • ¿Qué fue lo que más te flasheó de todo este proceso?

Presentar las canciones en vivo y que la gente las cante. O que alguien se pueda identificar con esa historia que vos escribiste, que te pasó a vos, eso es lo más genial. A mí me sucede siempre con otros artistas: “Esta canción me la escribió para mí”, pienso, o “¿Cómo no se me ocurrió ese tema?”. Eso es loco.

  • Tenés que estar dispuesta a que algo que nace de una cuestión personal sea “manoseado” y reinterpretado por otros…

El arte es para los demás, para entregarlo, no podés ser egoísta. No renegaría de que una chica se copie el flequillo que tenía un personaje mío. Lo más lindo que le puede suceder a un artista es que alguien quiera eso: tener, ser o algo. Cuando alguien me dice “Me encanta esta canción porque me lleva a tal lugar, tuve una historia parecida”, todo cobra sentido. Si no, ¿para qué las quiero a las canciones?

  • ¿Tuviste que armarte un personaje para el escenario?

No, justamente no me armé ningún personaje para cantar. Si no, seguiría dedicándome solamente a la actuación y cantando a través de una máscara. Acá, la idea y mi deseo es hablar desde mí y contar mis historias. Y creo que es casi imposible tener un personaje. Nunca preparé nada, siempre voy y soy yo ahí arriba. Divirtiéndome y contando y cantando mis historias. No hay personaje.

  • ¿Fue muy distinto subirse a un escenario ya sin un personaje como escudo?

Desde que tengo diez años, me subí a muchos escenarios, y siempre lo que me daba más miedo era eso, no tener ningún personaje que me protegiera. Por eso no quería cantar. Pero fue mucho más simple de lo que pensaba: no hay nada más fácil que ser uno mismo, entonces ya está. Por ahí, los primeros cinco minutos decía “¿Qué hago acá?”. Después, ya está, uno fluye. Porque te gusta, porque te apasiona, porque te encanta lo que estás haciendo. Porque no estoy diciendo nada que alguien me dijo que tenía que decir, estoy diciendo y siendo lo que quiero, lo que me gusta. Así que nada de personajes ni de dificultad ante la falta de máscara.

“Todas las críticas, tanto buenas como malas, sirven para corregir”.

Natalie posa para las fotos. Alrededor suyo, fotógrafo, editora, productora de moda, maquilladora y peinador. Todos con algo para decir sobre su aspecto, lo que le quedaría más lindo o cómo conviene que se muestre. Ella se planta y decide que su pelo es mejor sin intentar domarlo por completo y que la sonrisa aparecerá de forma natural cuando corresponda; y que, si no aparece, también está bien. No quiere impostar ni actuar más de la cuenta. Da la sensación de que cuando puede liberarse de las estructuras laborales de una ficción, aprovecha todo el espacio disponible. “Es verdad que hay muchas estructuras, pero también está esa cuota de libertad como artista para aportarle a su personaje y a su trabajo todo lo que quiera. Nada en el arte es tan estructurado, creo. Yo soy superlibre, el arte para mí es igual a la libertad, entonces no siento que haya algún inconveniente con eso. Por ahí, lo que tenés que hacer en un laburo como una novela es cumplir un horario, diez o doce horas de grabación. Eso es lo más raro respecto del arte, que es tan libre”, explica.

El té de tilo que pide por favor desde el título de su primer disco y, antes, desde su nombre de usuario en Instagram representa la calma que invoca en medio de la vorágine en la que a veces se convierte la vida. Como contracara de la espinaca que vigoriza a Popeye y lo alista para las luchas, este té de tilo serena las aguas y le permite escucharse a sí misma para luego escuchar a los demás. Es el punto de partida desde el que selecciona proyectos y orienta su camino.

  • ¿En función de qué elegís los laburos?

De cómo me palpiten o me vibren. Es eso, nada más. Digo sí o no. Suena recursi, pero es según lo que diga mi corazón. A veces leo cosas y digo “Uh, está buenísima, tiene un elenco espectacular, pero mmm, no, siento que no es por acá”. Casi todos mis trabajos los elegí así: “Che, me siento cómoda acá, lo voy a hacer”. En algunos me he equivocado, imaginate, no es que mi corazón la tiene reclara, eh. Pero trato de que sea así. Y si me sale mal, no importa, porque tenía ganas. Intuición, digamos.

  • ¿Los casos en los que te equivocaste y erraste por algún motivo sirven para algo de todos modos?

Donde uno más aprende es donde se equivocó. Así que sí, claro que sirve. 

  • ¿Cuánto condiciona la mirada externa? 

La mirada del otro condiciona un montón, no solo en el arte, sino también en la vida. Lo bueno, por ejemplo, de una novela, es que cuando el otro me va a condicionar, yo ya lo hice. No tengo posibilidad de volver atrás, porque ya está todo grabado. Pero siempre está bueno para aprender. Todas las críticas, tanto buenas como malas, sirven para corregir. Es importante la mirada del otro para mí. Le doy bola.

  • ¿Qué es lo que más te gusta de tu laburo?

Siempre es distinto, nunca es exactamente igual. Componer nuevos personajes, ponerme en la piel de otras personas, contar historias. Un poco lo que disfruto desde que tengo diez años. Parece que no han cambiado mucho los gustos: encontrarme con grandes artistas, aprender de ellos. Es mi vocación, mi oficio. Lo que aprendí a hacer. 

Agradecemos a Naima, Milaq Kartei y al Hotel Dazzler by Wyndham Palermo, Buenos Aires, por su colaboración para la realización de esta nota.

SIN HATERS

A principios del año pasado, una marca de gaseosas realizó una campaña con artistas que les ponían el pecho a los insultos que recibían en redes sociales, como una forma de desactivarlos. El equipo de Natalie intentó sumarla a la movida, pero se encontraron con un “inconveniente”: la falta de haters.

“Nos dijeron que no teníamos comentarios malos. Está buenísimo eso, y es muy loco, porque no es normal en las redes sociales. Las veces que sucede, yo digo ‘Eh, amigo, si no te gusta, podés retirarte. Nadie te obliga, no tenés por qué estar acá, no pierdas tu tiempo’. Si a alguien no le gusta lo que vos hacés, no entiendo que esté mirando o comentando algo que vos hiciste. Por suerte, la gente empatiza o tiene cariño conmigo. Tengo mucho laburo a través de Instagram, hay marcas que me convocan para ser su cara, y la elección es mutua, porque lo que le muestro a la gente tiene que ser genuino. No calculo cuántos likes va a tener algo que posteo, nunca”, afirma.