Mauricio Dayub:
“Encontré lo que me gustaba y empecé a seguirlo”

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Es socio fundador del teatro Chacarerean, formó parte del éxito de Toc toc y hoy agota entradas con El Equilibrista, un unipersonal que escribió con tinte autobiográfico. Cuando lo propio se hace universal.

Por Valeria García Testa
Fotos Patricio Pérez

Mauricio Dayub se sube al escenario y se transforma en muchos. En El equilibrista, el unipersonal que escribió basado en su propia vida, es quien fue de joven y tiene que arremangarse frente al desamor; es su abuelo que desafía a todos con una consigna potente: la vida es de los que se animan a perder el equilibrio; es su padre, un rematador que autoboicotea un remate; es su tío guardavidas en su último día frente al mar y es el nieto que le devuelve a su abuela el contacto con sus raíces. Dayub hace teatro con la misma dosis de poesía que de entrañas. Confiesa que se propuso resignificar su vocación, repactar con el escenario, ahora que pareciera estar tan al alcance de youtubers, standuperos y de todos los que despuntan el vicio más allá de a qué se dediquen en la vida real.
 

 
  • ¿Qué es el teatro?

Para mí es la unión de un grupo de gente que intenta subir a un escenario lo que siente. La creación teatral es un arte colectivo. Entre otras cosas, lo que quería sacarle de la cabeza al espectador es que ir a ver un unipersonal es ir a ver hablar a alguien. Y me sorprendió mucho que algo que yo consideraba tan mío se transformase tanto en la historia de cada uno. Me emociona el hecho de que estaba casi convencido de que el espectador últimamente solo quería reírse, lo puse frente a las preguntas sin respuestas y le gustó.

  • Reconocés que de chico te elogiaban por lo equilibrado que eras.

Sí, yo era el moderado.

  • Hasta que te lanzaste a seguir esa frase que decía tu abuelo acerca de que “la vida es de los que se animan a perder el equilibrio”, ¿no?

Sí, es así. A los 23, vine para Buenos Aires. Yo no me di cuenta en el momento. Pero, mirá, escribí una obra antes, El batacazo (2009), que tiene que ver con la suerte y por qué unos sí y otros no; indagué mucho acerca de eso y descubrí que los pasos que te llevan al sí o los pasos que te llevan al no son mínimos, son pequeñas decisiones. Las cosas no son de un día para el otro, ni de cero a cien; si no hacés un primer escalón, no te viene la necesidad de hacer el segundo. Si no te parás un poco en el segundo y empezás a mirar para arriba, a pensar qué pasaría si subieras uno más, no te llega la hora de construir el tercero. El que cree que la escalera se va a armar de una es el que siempre habla y nunca hace nada. Yo creo que di un pequeño paso hacia tratar de encontrar la respuesta a la pregunta de cómo sería si nadie me conociera. Yo vivía en una ciudad [Paraná, Entre Ríos] en la que todos me conocían y en la que ya tenía una ubicación dada por los demás. Cualquier cosa que hacía, escuchaba que alguien decía: “¡Fue uno de los Dayub!”.

  • “Fue uno” porque eras el cuarto de cinco hermanos, ¡hay que distinguirse entre tantos! ¿Y te pusiste a pensar en cómo hubiera sido si no te conocían?

Sí, yo vivía en ese momento en Santa Fe y había llegado un barco que traía pasajeros de no sé dónde. Me fui al puerto, con un piloto y una gorra, y tuve la sensación de que si yo estuviera en un lugar donde nadie me conociera, sería distinto a como estaba siendo. Tal vez empujado porque estudiaba una carrera [Economía] que no me gustaba y que hacía que me gustaba.

  • ¿Hacías que te gustaba?

¡Sí, para que mis padres estuvieran contentos! Con el tiempo escribí una frase: “Yo soy muy educadito, me acostumbro con facilidad a todo lo que no me gusta”. Había que romper eso, y no lo rompí haciendo ninguna revolución, simplemente di los primeros pasos: encontré lo que me gustaba y empecé a seguirlo. Eso me llevó a dejar a mi familia y a mis amigos, el lugar donde estaba contenido y me conocían, a venir a Buenos Aires, trabajar de cualquier cosa y ser responsable de mi propia vida.

  • ¿Cuándo confirmaste que lo tuyo era el escenario?

En los comienzos, yo hacía una obra que se llamaba Compañero del alma, sobre la vida de Miguel Hernández, y tenía que hacer una escena en la que Miguel Hernández se iba de Orihuela, su pueblo, a Madrid. La escena se hacía con un banquito, yo venía con mi valija y me sentaba, y la gente imaginaba el tren y el trayecto a Madrid. Yo sentía que estaba yendo en tren de Orihuela a Madrid y que le estaba haciendo sentir a la gente lo mismo. Ahí me di cuenta de que había romance entre el público y yo, fue una certeza de que era lo mío.

  • Esa condición amorosa entre tu profesión y vos parece repactarse todo el tiempo.

Puede ser, porque siempre necesité ir a favor de eso para desarrollarme. Es un poco el estilo de espectáculo que me gusta dar. Mi mujer [la actriz Paula Siero] me dice: “Esta película no es para vos, porque hay aviones, hay armas”; y no, es tal cual.

  • ¿Qué debe tener para que te guste?

Yo necesito películas con las que me pregunte algo más sobre la condición humana, sobre el futuro, sobre el pasado, sobre mí mismo.

  • Es interesante cuando decís que como la vida no te deparaba muchas sorpresas, tuviste que salir a sorprenderla.

Sí, cuando llegué a Buenos Aires, iba a lugares donde había otros actores y veía que se saludaban con una efusividad enorme y que conmigo era un “Hola, qué tal”. Y yo decía: “Qué diferencia entre lo que hay para mí y lo que hay para otros”. Después de Compañero del alma, con la que estuve ternado para el premio María Guerrero, me llamaron para ser uno de los veinte soldados de una obra en el teatro Marcelo T. de Alvear, y entonces dije: “¿¡No continúa la carrera, otra vez empiezo de foja cero?!”, y lo rechacé. Entendí que me iba a tener que forjar lo que quería para mí. Cuando uno espera el llamado, el que va a cumplir el sueño es el que te llama.

“El que cree que la escalera se va a armar de una, es el que siempre habla y nunca hace nada“.

En El equilibrista, revela algo fuerte: que el futuro le puede dar una sorpresa al pasado. Es que Dayub recrea el viaje que hizo a Italia en 1988. En ese país había nacido su madre y, pese a que su nona vivía repitiendo que allí no habían quedado parientes, él encontró a hermanos y sobrinos de su abuela y descubrió una historia oculta: resultó que cuando su abuela estaba embarazada, su abuelo había viajado a la Argentina, y durante los siguientes cinco años, el hombre le había escrito cartas pidiéndole que ella y su pequeña hija fueran a vivir a América. Pero la familia de origen de la abuela había interceptado los sobres y se los había ocultado; hasta que un día ella halló las cartas, les hizo la cruz a los suyos y se subió al barco con su niña. La nona había construido una nueva vida bajo el lema de “Allá no quedó nadie”. Nunca imaginó que, décadas después, su nieto le traería noticias cargadas de arrepentimiento y afecto profundo de esos a los que había querido olvidar. “El viaje cambió mi relación con toda mi familia italiana, porque para ellos, cuando me fui a ser actor, me había ido de joda. Y el hecho de que a través de mi oficio haya traído noticias de la familia que cambiaban la historia –porque fui a Italia porque estaba filmando una película– hizo que yo dejara de ser esa duda que era, para pasar a ser alguien que había hecho algo de lo que ellos no habían sido capaces y que les traía muchos beneficios, porque sentimentalmente fue una revolución”.

  • Para vos habrá significado cierta reconciliación con los orígenes.

Ni hablar, cambió mi vida para siempre, sobre todo cuando logré que mi mamá fuera para allá. Ella había venido a los seis años con su madre en el barco. Cuando se apareció mi mamá con un bolsito diciéndome que se iba a Italia a reencontrarse… [se le quiebra la voz y no puede continuar].

  • Sos muy emocional, ¿cierto?

Sí, ahora estoy más así, tal vez el tener un hijo [Rafael, 6] y el poder haber hecho algo artístico de todo esto me da un lugar distinto, en otro momento nunca me planteé esta resignificación…

  • ¿Cómo sos como papá?

Postergué mucho la paternidad, sentía que podía dejarlo para más adelante. Y cuando llegó, me di cuenta de que me faltaba lo principal, porque es como un conocimiento nuevo, algo fuerte que se siente, desconocido. No sé si soy buen padre, no está del todo en mi condición personal ese rasgo, porque me da mucha duda, mucha responsabilidad pasarle al otro lo que yo creo y que eso determine su futuro, hago lo que puedo. Ahora me estoy organizando para tener más tiempo, porque mi hijo vino en medio de un éxito como Toc toc.

“Yo necesito películas con las que me pregunte algo más sobre la condición humana, sobre el futuro, sobre el pasado, sobre mí mismo”.

Esta entrevista se hizo días antes de que se produjera la despedida definitiva de Toc toc de la cartelera porteña. Dayub imaginaba entonces una estrategia posterior: se iría dos o tres noches por semana al gimnasio para compensar el desgaste físico que estaba acostumbrado a hacer en el escenario. Algo similar le había sucedido cuando terminó El amateur.

  • Cuando tocás un techo, como pasó con El amateur, ¿cómo evitás la nostalgia del “después de esto, nada”?

Me acuerdo de que cuando terminó El amateur, llegaba la noche y no podía dormir, claro, porque estaba acostumbrado a hacer 20 minutos de bicicleta durante un monólogo y con la adrenalina del público, entonces iba al gimnasio a la noche. Pero además sentía que el público o algunos críticos querían que no hiciera nada más.

  • ¿Querían que te retiraras?

Sí, y yo me senté a escribir una comedia totalmente distinta que se llamó Adentro, con la que abrí el Chacarerean, pensando en el público, para distraerlo y que no comparara con El amateur.

  • El equilibrista agota localidades, ¿qué responsabilidad artística te genera?

Es inesperado y hay que estar atento a no esperar nada convencional. Lo mejor que te puede pasar es descubrir tus sueños e intentarlos. Porque también la vida puede pasar sin que uno pueda hacer esa búsqueda.