Pensando con Manuel Belgrano

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Felipe Pigna

Historiador, profesor de Historia, escritor; director de la revista Caras y caretas y de elhistoriador.com.ar.

 

Se llamaba Manuel Belgrano y había nacido en Buenos Aires el 3 de junio de 1770. Estudió en el Colegio de San Carlos y luego en España, en las universidades de Valladolid y Salamanca. Llegó a Europa en plena Revolución francesa y vivió intensamente el clima de ideas de la época. Así pudo tomar contacto con las ideas de Rousseau, Voltaire, Adam Smith y Quesnay.

En 1794 regresó a Buenos Aires con el título de abogado y con el nombramiento de Primer Secretario del Consulado, un organismo colonial dedicado a fomentar y controlar las actividades económicas. Desde ahí, se propuso poner en práctica sus ideas. Había tomado clara conciencia de la importancia de fomentar la educación y la capacitación en oficios. Creó escuelas de dibujo técnico, de matemáticas y náutica.

Sus ideas innovadoras quedaron reflejadas en sus informes anuales del Consulado, en los que trató por todos los medios de fomentar la industria y modificar el modelo de producción vigente.

Daba consejos de utilidad práctica para el mejor rendimiento de la tierra y recomendaba que esta no se dejara en barbecho, pues “el verdadero descanso de ella es la mutación de producción”… Aconsejaba el sistema que se usaba en Alemania, que hacía de los curas párrocos verdaderos guías de los agricultores, realizando experimentos de verdadera utilidad y enseñando las prácticas más adelantadas. El más católico de todos nuestros próceres entendía que estas eran funciones esenciales de los curas, “pues el mejor medio de socorrer la mendicidad y miseria es prevenirla y atenderla en su origen”.

“Belgrano fue el primero que habló de la necesidad de igualdad absoluta entre el hombre y la mujer”.

En “Memoria al Consulado 1802” presentó un alegato industrialista: “Todas las naciones cultas se esmeran en que sus materias primas no salgan de sus estados a manufacturarse, y todo su empeño en conseguir no solo darles nueva forma, sino aun atraer las del extranjero para ejecutar lo mismo. Y después venderlas”.

Belgrano pensaba que la primera tarea que se debía emprender para construir un país más justo consistía en modificar radicalmente el sistema educativo colonial.

“¿Cómo se quiere que los hombres tengan amor al trabajo, que las costumbres sean arregladas, que haya copia de ciudadanos honrados, que las virtudes ahuyenten los vicios y que el Gobierno reciba el fruto de sus cuidados si no hay enseñanza, y si la ignorancia va pasando de generación en generación con mayores y más grandes aumentos? Hubo un tiempo de desgracia para la humanidad en que se creía que debía mantenerse al pueblo en la ignorancia, y por consiguiente en la pobreza, para conservarlo en el mayor grado de sujeción; pero esa máxima injuriosa al género humano se proscribió como una producción de la barbarie”.

Fue el primero que habló de la necesidad de la igualdad absoluta entre el hombre y la mujer, para la que reclamaba el acceso a los tres niveles de la enseñanza.

Se trata de un pensamiento sabio, muy avanzado para la época, de una actualidad que asombra, admira y a la vez entristece, porque pasaron 200 años y muchos de los problemas planteados por nuestro primer economista siguen esperando ser atendidos y encausados, cumpliendo su último sueño, expresado en su lecho de muerte aquel 20 de junio de 1820: “Yo espero que los buenos ciudadanos de esta tierra trabajarán para remediar sus desgracias”.

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