El VAR no es mi amigo

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Osvaldo Wehbe.
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n estas líneas no haremos referencia a un deportista o a un hecho ocurrido en relación a un juego. Seré sumamente subjetivo, lo advierto. El tema es el VAR en el fútbol. Y como nuestros lectores, en muchos casos, no son “parientes” cercanos al fútbol, es que comenzaré con la letra fría.

El VAR significa “árbitro asistente de video”. Los integrantes están en una cabina y se comunican con el juez principal de campo, permanentemente.

Con esto, la cantidad de referís en el juego se acrecienta de manera notable. Tres o más en la cancha (suele darse que, además, los hay detrás de los arcos) y mínimo tres en el VAR. Todos para dirigir un juego especialmente unido desde siempre a la impronta, la espontaneidad y, por lo tanto, el error. Un deporte ni mejor ni peor que otros, pero con un arraigo cultural muy fuerte entre millones de seguidores que conviven con aquellas características desde hace un par de siglos, por lo menos.

La aplicación del “balón inteligente” para saber si un balón entró o no al arco (y aquí comienza mi sentimiento hecho opinión) es la única intervención de la tecnología que acepto para “mi” fútbol. El que amo, el que juego, el que relato, el que conmueve a millones de almas en el mundo.

“Los doctores dicen que tengo ʼtegedéʼ, o sea que todavía no saben lo que tengo”.

A esta altura de la columna (y abro el paraguas), los perfeccionistas pararán las antenas y se irán situando en la vereda de los que creen firmemente en este “intruso”. Y está bien. Lo acepto, pero no lo comparto. El fútbol es error. Y mal que les pese a los “varistas”, es un juego injusto. Cruel verdad, ¿no? Y se preguntarán: ¿cómo es que uno puede aceptarlo, pudiendo enmendarlo?

No es aceptación. Es creer que el fútbol tiene su esencia, su vida misma, en esos condimentos que se convirtieron en leyenda, en polémicas interminables, en debates de cafés, de oficinas y de mesas familiares. Es decir, no me gusta el VAR.

Y más allá de estos argumentos poco sólidos desde lo científico y fuertes desde el “derecho natural”, que van desde “¡La pelota pasó arriba de la ropa! o ¡fue alto!” en una canchita de potrero sin arcos y con camperas haciendo de palos, hasta un gol en posición adelantada o un penal mal cobrado, la aplicación real del VAR no ha traído precisamente una luz divina sobre el fútbol.

La frase “Bien aplicado está muy bien” termina siendo errónea, porque nunca lo será del todo. Siempre habrá jugadas de interpretación, en todas las canchas. Y entonces el VAR pega el grito, y luego de cinco minutos eternos se resuelve (con injusticia también) que el grito de gol de jugadores, público y relatores fue inútil.

Esta tecnología es obviamente un negocio, más que el propósito de “limpiar” las almas futboleras. Le coloca un chaleco de fuerza al juego más lindo del mundo; y ese “chaleco” lo ponen los que creen que las injusticias de este bendito fútbol lo hacen muy loco.

Sin embargo, es justamente la locura, el sello del fútbol. El trastorno y la pasión bien entendida.

El VAR seguramente llegó para quedarse. No seré su amigo. Quedó claro. 

Ilustración: Pini Arpino