Lola Mora

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Dolores Mora de la Vega, más conocida como Lola Mora, nació en 1867. Perteneciente a una familia de la elite tucumana, desde chica mostró gran habilidad para la pintura, lo que le valió que su provincia la becara para estudiar en Buenos Aires. Luego, el Gobierno nacional financió su perfeccionamiento en Europa, toda una rareza para una artista mujer en aquella época. En 1897 viajó a Italia, donde estudió con el pintor Francesco Paolo Michetti y decidió convertirse en escultora tras trabajar en los estudios de Constantino Babella y Giulio Monteverde. En 1900 se exhibió un autorretrato suyo en mármol en la exposición Universal de París, que obtuvo una medalla de oro. 

A su regreso de Europa, trajo los bocetos de un monumento que la Municipalidad de Buenos Aires, en su plan de “embellecimiento” de la ciudad, aprobó para instalarlo en pleno centro. Se trataba de la Fuente de las Nereidas, inicialmente pensada para situarse en la Plaza de Mayo. Pero el “escándalo” que generaron sus figuras desnudas en esa sociedad pacata llevó a que su primer emplazamiento estuviese en la actual Plaza Colón. El rechazo no terminó ahí. La campaña en la prensa y las cartas de lectores y lectoras escandalizadas hacían foco ahora en que estaban muy cerca de la Casa Rosada, lo que llevó a que, en 1918, se decidiera trasladarla a otro sitio. 

En 1909, a los 42 años, Lola se casó con Luis Hernández Otero, el hijo de un exgobernador de Entre Ríos, que tenía 25 años, lo que provocó un nuevo escándalo en aquella sociedad tan dispuesta a juzgar las vidas ajenas. 

¿Qué pasó finalmente con las Nereidas? La propia artista debió encargarse de dirigir las obras de su emplazamiento actual, en la Costanera Sur, más alejada de la vista. La falta de reconocimiento local contrastaba con su fama internacional, que llevó a que le encargaran una estatua de la reina Victoria para la ciudad de Melbourne, en Australia, y una del zar Alejandro para la bella San Petersburgo en Rusia. Lola desistió de aceptar aquellos contratos millonarios por una cláusula para ella inaceptable: debía convertirse en ciudadana de cada uno de esos países.

“La propia artista debió encargarse de dirigir el emplazamiento actual de la Fuente de las Nereidas en la Costanera Sur”.

En Buenos Aires se comentaba que tenía amores con Julio Argentino Roca, a quien había hecho un busto. Realizó cuatro estatuas para decorar el Congreso y los bajo relieves para la Casa Histórica de Tucumán. Pero una comisión del Congreso, reunida en 1915, determinó que sus esculturas eran de mal gusto y ordenó que fuesen retiradas del Parlamento. 

Lola era una mujer muy interesada por todas las expresiones del arte. En los años 20 experimentó con lo que llamó “cinematografía a la luz”, un método para exhibir cine a plena luz, sin necesidad de oscurecer la sala, pero no encontró los socios capitalistas adecuados para llevarlo a la práctica. 

El Estado le había encargado un monumento a la bandera para emplazar en Rosario, pero en 1925 el presidente Alvear dejó sin efecto el contrato. 

Decidió, entonces, emplear sus últimos ahorros en un emprendimiento petrolero que la llevó a recorrer gran parte del norte argentino, pero no funcionó. 

Decepcionada y casi en la pobreza, se refugió en la casa de sus sobrinas hasta que en 1935 le otorgaron un pensión graciable. Murió al año siguiente tras un accidente cerebral que la había dejado postrada.