Nuevos trastornos infantiles

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Cuando el COVID-19 parecía otorgar un respiro, irrumpieron durante este año diversos trastornos físicos y emocionales que revolucionaron el mundo infantil y adolescente.

Lo cierto es que el año comenzó como si todo hubiera vuelto a la normalidad: reinició la rutina escolar, la deportiva y la recreativa. Se volvió a los besos y abrazos en aulas, fiestas, partidos, cumpleaños y demás aglomeraciones que generaron una severa ola de infecciones infantiles (no COVID) que colmaron las guardias pediátricas.

Las valiosas medidas sanitarias que “habían llegado para quedarse” se fueron olvidando. Lo primero fue la distancia social; después, la higiene de manos. Toser en el codo pasó de moda y el barbijo pasó a ser una pantomima.

Es sencillo adivinar que el hartazgo, la falta de miedo y la necesidad de olvidar tragedias personales ayudaron a activar la amnesia, pero se diluyeron los recursos para prevenir otras enfermedades.

CONTACTOS SON CONTAGIOS

Históricamente, es sabido que todo comienzo de clases genera un súbito aumento de contagios como producto de masivos reencuentros en los diversos sitios que agrupan niños.

Este año comenzó de modo similar, pero con una dramática diferencia: los contactos se producían después de dos años atípicos y en un contexto de crisis socioeconómica que afecta no solo a los bolsillos, sino a las emociones. 

Así, las enfermedades físicas emergieron como un problema grave, aunque no el único.

Otro trastorno observado durante este semestre fue la pérdida de recursos para socializar entre pares y adquirir nuevos conocimientos. Un sinnúmero de escolares retornó al colegio con alteraciones madurativas, como la extendida inmadurez verbal observada en chicos de cuatro a siete años. Según investigadores, esto sería producto de que el desarrollo se detuvo durante los dos años de confinamiento; al integrarse a diversas actividades con un lenguaje rudimentario, lleno de expresiones incomprensibles, quedó evidenciado que muchos habían quedado “congelados” en 2020. 

“Urge que en lo que resta del año surjan reacciones del mundo de los adultos”.

Entre alumnos de primaria se destacó el desasosiego y la dispersión; mientras algunos corrían por el patio y otros gritaban, muchos se mantenían ajenos a la actividad, así fuera una clase de Matemática o un partido de fútbol. 

Y otro aspecto comprobable entre chicos de todas las edades fue el aumento de episodios de violencia, tanto física como emocional. Golpes intencionales, burlas, insultos y acoso escolar (presencial o tecnológico) obligaron a muchos docentes a concentrar sus esfuerzos en mantener el orden grupal, postergando objetivos pedagógicos.

Es posible afirmar que la pandemia se expresa hoy a través de la pérdida del orden social infantil y del debilitamiento de jerarquías y normas.

Urge que en lo que resta del año surjan reacciones del mundo de los adultos, pero no necesariamente nacidas del Estado, sino en el seno de cada familia.

Niños, niñas y adolescentes podrían recuperar salud volviendo a simples rutinas hogareñas: reconquistar el uso de la palabra, comer rodeado de afectos, dormir lo suficiente y jugar sin pantallas. Esto bastaría para combatir la ansiedad infantil, origen de múltiples afecciones y usualmente asociada a la falta de una autoridad oportuna y amorosa.