Infancias coloreadas

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Vivimos en un mundo contradictorio. Mientras la mitad de la población muere de hambre, un cuarto hace dieta y el cuarto restante consume alimentos con agregados químicos “necesarios” para su estabilidad en el proceso de comercialización. 

Basta pasear por un supermercado para comprobar que el 60 por ciento de los alimentos ofrecidos para el consumo infantil contienen aditivos y colorantes artificiales que aumentan su atracción y apetencia. 

Los más intervenidos son las bebidas azucaradas (jugos y gaseosas). También las galletas, los snacks, los productos embutidos y los horneados. ¡Hasta la leche tiene colorante!

Las sustancias que aportan color artificial no son novedad. A principios del siglo 20 se comenzaron a estudiar sus propiedades y a producirlas a gran escala. Cada sustancia era rigurosamente evaluada para su aprobación a fin de descartar efectos indeseables. 

En las décadas siguientes se continuaron creando miles de colorantes que fueron (y son) aprobados solo por contener algún componente de los originales, y se autorizan por “parentesco” químico sin ser analizados como aquellos.

Esto originó investigaciones por parte de numerosos grupos científicos. En la actualidad se dispone de cientos de publicaciones que vinculan el consumo de colorantes con hiperactividad motriz, atención dispersa y reacciones alérgicas en niños.

Con dicha información, la Agencia de Normas Alimentarias del Reino Unido (SFA) decidió “recomendar a los padres evitar el uso de colorantes artificiales y aditivos, así como pedir a la industria reemplazar productos artificiales por alternativas naturales”.

Tal advertencia fue acatada por la Unión Europea, pero no por los Estados Unidos, por lo que dichos colorantes siguen siendo usados –también en países cuyas patentes corresponden a industria norteamericana– y sin etiquetas que alerten sobre posibles efectos adversos.

“El colorante más famoso es tartrazina, que tiñe de amarillo o naranja bebidas y dulces”.

El colorante más famoso es tartrazina. Desde 1916 tiñe de amarillo o naranja bebidas y dulces. Actualmente es reconocido como potente activador de alergias en niños. 

Otros colorantes utilizados en caramelos, helados, gelatinas, repostería, frutas en conserva y teñido de verduras se asocian a los mismos síntomas referidos antes: trastornos de conducta e hiperactividad en los sistemas respiratorio, dérmico o digestivo.

No podían quedar afuera del problema las papas fritas envasadas, los cereales y las mermeladas industriales y los fideos instantáneos. Las sustancias usadas que les dan ese color tan idéntico y estable se vinculan con agresividad y falta de concentración en niños.

Si usted, querido lector, ha llegado a este punto con sensación de espanto, conviene poner en perspectiva el problema: no estamos al borde del abismo alimentario. 

Si un niño o una niña come caramelos, algunas galletas o bebe gaseosa, no se intoxicará mortalmente. Lo que podría afectarle a largo plazo es el consumo cotidiano, sostenido en el tiempo y no supervisado. 

Otro dato de suma importancia es que los síntomas referidos (hiperactividad, atención dispersa, procesos alérgicos) son multicausales. No es posible adjudicar su origen solo a los colorantes. 

Todo se trata de hábitos alimenticios saludables, de cautela parental y de moderar cantidades.