Roberto Moldavsky:
“El humor tiene que tirar un poquito de la cuerda”

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Después de un largo camino ajeno a las luces del teatro, Moldavsky se encuentra viviendo un sueño que no soñó, pero al que se aferra con la risa como arma principal.

Por: Juan Martínez 

Fotos: Patricio Pérez

 

Siempre enérgico, esta tarde Roberto Moldavsky luce algo más apagado. Tiene lógica: viene de un viaje de 17 horas desde Croacia, donde cumplió con el rito de encuentro cada dos años con amigos de la secundaria. Durante todo el día no pudo meter una siesta, y el jet lag hace su trabajo sobre el físico del humorista. Intentando aprovechar esa guardia baja, uno de los carniceros de la esquina que frecuenta habitualmente lanza el golpe: “¿Qué pasa? ¿Hoy no hacés chistes? Estás muy serio…”. Ahí el león herido recupera los reflejos y tira un contragolpe que despeja las dudas sobre su lucidez: “¿Y qué querés? Mirá los precios que tenés”.

Es que el humor de Moldavsky primero se hizo aquí, en la calle, en situaciones cotidianas, y luego se vistió un poco más elegante para subirse al escenario. La suya es una historia que no iba a escribirse, un borrador que nadie había visto, hasta que de un momento a otro el vendedor de telas del barrio de Once se anotó en un curso de stand up, y esos chistes sueltos se convirtieron en una rutina que llena teatros.

¿Estás acostumbrado ya a todo esto?

Todavía no, no lo puedo creer. Aparezco en esos rankings de venta de entradas… Con los músicos y todo el equipo lo disfrutamos, vivimos el momento a full, sin preguntarnos demasiado por qué.

“Cuando las personas empiezan a reírse y a aplaudir, me convenzo de que es el mejor laburo del mundo”.

¿Nunca te lo preguntás?

En realidad, yo sé por qué pasa esto: la gente se ríe mucho en el show. Esto es como un buen restaurante en el que comés bien, y entonces les decís a tus amigos. No me quiero hacer el falso humilde. Yo sé que armamos un show muy divertido, muy gracioso, con muy buena música, con muchos momentos buenos. La gente viene y lo recomienda. También hay muchos reincidentes; pasa que viene gente mayor, que no se acuerda de que ya vino…

Siempre fuiste un tipo gracioso, pero entre eso y armar un show hay una distancia grande...

Enorme. Siempre fui el gracioso del grado, pero hay tipos que son los graciosos del grupo y después no pueden llevarlo a cabo; o guionistas que son bárbaros, pero a la hora de decir las rutinas ya no son tan graciosos. Igual, no lo tengo cocinado, lo peleo cada día. Por suerte, tuve muy buena escuela, me crucé con Fernando Bravo, Gustavo Yankelevich, Gerardo Rozín, que son tipos que me ayudaron mucho a entender los distintos ámbitos. Estoy estudiando con los mejores. Sé que soy gracioso, aunque obviamente hay gente a la que no le gusta lo que hago. A partir de ahí, trato de laburar, cambiar, sumar, aprender, escuchar. Se labura muy duro para llegar al show.

¿En algún momento te dio vértigo esto de que alguien pague para verte a vos?

Hasta ahora me sigue dando. Termina el show y le agradezco a la gente de corazón que haya ido, que haya pagado, que haya hecho el esfuerzo e invertido horas, plata, tiempo. Mucha gente viaja especialmente. Trato de devolverle lo mejor que tengo, soy un agradecido. La gente conmigo es increíble. Me pasaron cosas muy fuertes. Hace poco una señora que finalmente falleció pedía que le pusieran videos míos mientras estaba internada, y le grabé un saludo a pedido de la hija. De un tipo no me olvido más: se hacía quimioterapia y venía al show cada semana en la que le tocaba sesión. Me decía “Vengo porque me hace ir con más pilas al tratamiento”. Eso es increíble, y por suerte él está bien ahora. Las personas son lo mejor que tiene este laburo.

Vos también sos público, siempre fuiste consumidor de humoristas

Sí, soy un gran teatrero. Cada vez que puedo, voy a ver algo. Soy el mejor público para humoristas, porque muchas cosas me hacen reír. Soy ideal.

¿Te irías a ver a vos?

Es fuerte decirlo, pero creo que sí, que me iría a ver. Pero también hay tantos talentosos por ahí que me levantan el ánimo, los vería a todos.Toda la vida me gustaron los cómicos. Por mis funciones no puedo ir tanto; pero apenas tengo un hueco, voy. El otro día fui a ver a Radagast, que está a las doce de la noche, cuando salí de mi función. Lo disfruté muchísimo.

¿Y te enganchás con el humor por fuera de ese círculo? ¿El de Instagram, por ejemplo?

Sí, me encanta. Yo a Radagast lo conocí por Instagram y después me acerqué a cholulearlo. Ahora tenemos una linda relación. Me encanta todo lo que veo en Instagram: soy fanático de la familia Granados, de Rada, Natalia Carulias, Pugliese, Barraza, Wainraich, Dalia Gutmann, Sanjiao. A todos me encanta mirarlos. Yo no laburo tanto en Instagram, soy haragán, pero disfruto lo que hacen los demás.

Leí que antes veías programas de humor y decías “Yo podría estar ahí”, ¿te imaginabas todo esto?

Nunca. Es como ese pibe que juega bien al fútbol, mira un partido y dice “Podría haber jugado ahí, pero ya pasó”. Yo ni de casualidad me podía imaginar esto. No era mi sueño, porque ni siquiera lo tenía en la cabeza. No es que estaba empezando en cuevas y pensando que algún día iba a llegar. Cuando comencé a hacer stand up sí se convirtió en mi sueño, pero antes no. Era como pensar en jugar en la selección: me encantaría que me pasara, pero no es posible. Después, cuando comencé, disfruté cada momento. Actuaba una vez por mes para 150 personas y era increíble; luego actuaba dos veces por mes para 300 personas y era de locos; y ahora estoy cada fin de semana para mil y pico de personas, más la radio y a veces ir a la tele…

¿Que se volviera un trabajo no provocó un desgaste? Ahora estás obligado a ser gracioso…

No. Yo antes pensaba “Los pibes de Toctoc, que actúan en la obra hace diez años y dicen el mismo texto, ¿no están hartos?”. Y no, no estás harto de algo así. Hay una parte que se mecaniza y es trabajo, pero la risa de la gente te cambia la vida. Se empiezan a reír y te olvidás de todo. Es como cuando decís “Me da fiaca ir a bañarme”, pero cuando estás en la ducha la pasás bárbaro y no querés salir. Es algo parecido. A veces estoy yendo y pienso “Uh, otra vez”, pero a los cinco minutos, cuando las personas empezaron a reírse y a aplaudir, me convenzo de que es el mejor laburo del mundo.

Esta carrera se te abrió a los 50 años, ¿te hubiera gustado que llegara antes?

A veces lo digo, sí, pero es una estupidez. En ocasiones estoy cansado y pienso “Qué lástima que no me agarró diez años antes”. Escucho tipos que se separaron y dicen que deberían haberlo hecho antes, y no creo en eso. Uno hace las cosas cuando puede. Todas. Por ahí pensás un viaje a los 20 años y lo concretás a los 40. Esto vino ahora, y bienvenido.

No debe haber sido fácil decidirte…

No, porque mi vida cambió totalmente cuando decidí dedicarme a lo artístico en forma exclusiva: se terminó mi matrimonio, dejé el negocio. Yo esto no lo hago pensando en dejarles un ejemplo a mis hijos, pero creo que finalmente lo hago: tomar el riesgo de llevar a cabo lo que te gusta a una edad en la que generalmente no se hacen grandes cambios.

¿Cuál es la clave de tu humor?

Pegar en algo que te identifique. Yo tengo que encontrar algo, aunque sea exagerado, con lo que vos puedas codearte con quien tengas al lado para decirle “Ese sos vos”. Es reconocer situaciones de las que por ahí no nos damos cuenta y hacerlas graciosas. Una vez Susana Rinaldi vino a verme y me dijo “Me reí todo el show, pero después me quedé pensando muchas cosas: lo que me amarga es tan estúpido que se vuelve gracioso”. Lo mismo pasa con la política, de lo que hago toda una sección, y es un riesgo. Obvio que les doy más a los que están en el Gobierno, porque son los más actuales. Creo que los periodistas se tienen que ocupar de todos, pero más de los que están en el poder, y los humoristas hablamos de esa misma realidad. En mi monólogo les pego a todos. Bah, no les pego; me río.

Siempre tiene que haber algo de incomodidad…

El humor tiene que tirar un poquito de la cuerda. Si no, siempre vas a estar contando que vino un lorito y le dijo al otro lorito… Hay que interpelar un poquito. Hay límites, por supuesto, temas que son jodidos, y yo no me meto. No reniego del que lo hace, porque el humor negro me causa gracia, pero yo no lo hago. Tenemos que ir al borde un poquito más; si no, no movemos nada. Yo asumo el riesgo, pero de ninguna manera estoy tratando de bajar línea hacia ningún lado. Trato de reírme y de que nos riamos juntos de todo esto.

“No soy actor, pero me encantaría serlo. Podríamos catalogarlo como un sueño”.

Ahora que todo esto fue posible, ¿sí soñás con algo?

Pasa que ahora estoy en medio del sueño y no sé qué más soñar. Quisiera que esto siguiera, ese es el sueño. Quizá sí me gustaría hacer algo copado en tele, pero algo que yo pudiera armar, no sumarme al programa de otro. No soy actor, pero me encantaría serlo. Podríamos catalogarlo como un sueño, pero la verdad es que yo firmo para seguir en teatro y radio como hasta ahora. No es firmar un empate, sino firmar que quiero seguir ganando así, que siga la racha. Siempre quiero crecer y busco proyectos, escribo cosas nuevas, estoy armando el show del año que viene y planeando giras. Si estás en la calle Corrientes con un teatro lleno, haciendo reír a la gente, con músicos increíbles, con gente querida laburando, ¿qué más querés? Quiero crecer, pero estoy muy feliz con lo que me pasa.