Titina Madoery: “Cada jardín es único e irrepetible”

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Arquitecta, diseñadora de espacios exteriores, maestra de jardineros. A los 89 años está más activa que nunca. “A las plantas hay que darles su tiempo”, asegura.

Por: Marité Iturriza
Foto: Sebastián Salguero

Siempre les digo a los niños que acá hay duendes”, cuenta Titina mientras invita a descubrir su jardín, un maravilloso espacio verde que respira en el fondo de su casa. Propone recorridos, pausas, sorpresas, aventura. “Mirá este duendecito: un día vino una señora con su pequeño hijo para mostrarle el lugar donde supo buscar ella los duendes, porque vivía acá cuando era chica”, continúa. Entonces, esta arquitecta de pelo lacio y blanco que este mes cumple 89 años descubre unos pasos más adelante al pequeño ser de cerámica pintada, descansando entre unas plantas. Y más allá, a pleno sol, entre las flores, y también a la sombra de las enredaderas, otras criaturas mágicas que parecen haber salido de un libro de cuentos conviven con los comederos, los atrapasueños y las casitas de los pájaros.
Momentos, eso es lo que crea Titina Madoery. “Lo que hago es diseñar espacios exteriores y recorridos en función de algo”, explica antes de que le hagan la pregunta. Asegura que, como arquitecta, ella no tiene el límite de las paredes, sino el verde –lo vivo– y una movilidad continua que hay que conocer para poder satisfacer la necesidad que poseen las personas de vincularse con la naturaleza. “El jardín ha pasado a ser una necesidad, un espacio para ser vivido que forma parte del proyecto de la vivienda”, explica. Para llegar a esta concepción, reconoce la influencia del organicismo, que en arquitectura propuso crear construcciones que no invadan la naturaleza, sino que sean una proyección de esta, y también del movimiento ecologista. “Antes, los jardines eran muy forzados. Hoy se han liberado de los cánones y de la limitación de los espacios”.
Titina –su nombre es Alicia Estela Bevilacqua– nació en Mendoza y estudió Arquitectura en Córdoba, donde fue docente universitaria, profesora y directora de la Escuela de Turismo hasta la década del 70. Se casó con Román Madoery, compañero de facultad, arquitecto y artista plástico. Juntos tuvieron un vivero en una casona contigua a la suya. “Me acuerdo de que los chicos del jardín de infantes que funcionó hasta hace poco acá a la vuelta hacían visitas guiadas al vivero y después pasaban por una puertita que comunicaba con este jardín, para que también pudieran recorrerlo”.
En todos estos años, diseñó y trabajó en los más diversos espacios: llanos o irregulares, pequeños o grandes; campos de golf, cementerios parques, cascos de estancias, terrazas, balcones… y también formó a muchos profesionales en la disciplina. En este momento está trabajando como siempre en grandes espacios y en jardines familiares. “Todos presentan el mismo desafío; no hay recetas; cada jardín es único e irrepetible –asegura–. Si yo tuviera que hacerte un jardín, conversaría mucho con vos, porque necesito saber cuáles son tus sentimientos, tus afectos, cómo te proyectás en tu entorno…, de ahí surgieron muchas amistades lindas. Por eso, cuando me preguntan hasta cuándo voy a trabajar, les contesto: ‘Mientras pueda, para mí es un placer’”.
Cuenta que el amor por las plantas lo trae de su familia y de su provincia: “En Mendoza las plantas son algo muy importante”. Recuerda a la señorita Barroso, maestra de cuarto grado, que creó un club de niños jardineros en la escuela. Y también la influencia de Carlos David, santiagueño, profesor en la facultad y uno de sus referentes, quien le enseñó a ver. “Le pasábamos una foto, se la quedaba mirando y nos pedía que nos tomáramos tiempo para mirar, para ver la luz, las hojas… para aprender el espacio, como con los hijos”, dice.
A la hora de planear un jardín, aconseja saber cuánto tiempo se le va a dedicar, cómo y cuánto lo vivirán quienes habiten la casa. Saber elegir las plantas, agruparlas por afinidad, como las personas. No amontonarlas; disfrutar de su crecimiento. Tener tiempo y paciencia.
Titina mira inquieta una calandria a la que se le cayó un palito que llevaba en el pico. “Ya va a volver…”, dice mientras muestra los pétalos abiertos de una gloriosa superba, una planta con flores exóticas de color rojo con borde amarillo. “Creo que esta es única en Córdoba”, comenta con sonrisa cómplice, y ofrece descubrir otro de sus caminos.